Autor: Carlos McCoy
Columnista invitado
El título de este trabajo puede parecer muy radical, pero con sinceridad creemos que es una de las soluciones a largo plazo para conjurar de una vez y por todas la problemática de ambos países. No estamos hablando de utilizar las Fuerzas Armadas dominicanas y militarmente invadir el territorio de nuestro vecino, como si lo han hecho ellos es varias ocasiones, ni tampoco volver a usar practicas ya superadas de conminarlos a pronunciar la palabra “perejil” para saber si son nacionales haitianos y deportarlos o asesinarlos.
Estamos hablando de otro tipo de invasión. Una invasión comercial, una incursión forestal, un asalto educacional, una penetración de salud.
Esto lo han estado haciendo, por mucho tiempo, parte de la población dominicana liderados por los industriales y comerciantes criollos, pero sin ningún tipo de orden o regulación y a una muy pequeña escala. En la ciudad de Quanaminthe (Juana Méndez) Haití, podemos ver muchos ejemplos.
Independientemente de lo que diga o haga la comunidad internacional, que se ha vuelto buche y pluma, nosotros tenemos que tomar la iniciativa. Es a nosotros como Nación a quienes más nos perjudica la situación de pobreza e insalubridad en que vive ese paupérrimo pueblo.
Los organismos internacionales ahora quieren rasgarse las vestiduras ante la epidemia de cólera que sufre Haití algo que, dadas las condiciones sanitarias en la que se desenvuelve ese pueblo, empeoradas por el terremoto de enero pasado, era lógico de esperar.
La Organización Mundial de la Salud no puede sorprenderse de esta epidemia ni de ninguna otra que se pueda presenta en un futuro cercano. Cuando cientos de miles de personas viven hacinados en casas de campañas, haciendo sus necesidades fisiológicas en cualquier lugar sin ningún tipo de control sanitario, es lógico que sucedan estas y peores cosas.
El gobierno dominicano no puede seguir esperando el cumplimiento de la palabra empeñada por algunas potencias extranjeras.
Para esas naciones, un país de negros analfabetos, enfermos, viviendo en una tierra deforestada casi totalmente y en la cual no se hayan detectado en su suelo riquezas minerales, no está dentro de sus prioridades.
Además no le perdonaron ni le van a perdonar nunca, que estos negros esclavos se convirtieran en la segunda nación soberana del nuevo mundo, detrás de los Estados Unidos, venciendo, aun haya sido con la ayuda de la fiebre amarilla, a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Encabezado nada más y nada menos que por el General Charles Victor Emmanuel Leclerc, cuñado de Napoleón Bonaparte.
El Estado dominicano y los inversionistas nacionales, están en la obligación de expandir nuestra frontera hacia el oeste. Nuestras fronteras comerciales, educacionales, sanitarias, tecnológicas y forestales. La solución al problema haitiano solo podemos lograrlo compartiendo nuestras pequeñas riquezas. No podemos a esperar a que nos veamos obligados, en toda la isla, a repartir nuestra gran pobreza.
Si elevamos un poco la calidad de vida del pueblo haitiano invadiéndolos con los pocos recursos de los que el Estado y los industriales y comerciantes dominicanos puedan disponer, estaríamos creando oportunidades de trabajo en esa nación y por osmosis, los nacionales haitianos que hoy pululan en nuestros campos y ciudades, se irían detrás de esas oportunidades laborales en su propia tierra que, paralelamente, dejarían puestos vacantes en nuestro país que serían llenadas por nuestros obreros y campesinos obligando a nuestros empresarios a pagar mejores salarios y a cotizar en los sistemas de salud y de pensión nacionales.
Sería como matar dos pájaros de un solo tiro.
No creemos que ni los haitianos ni la comunidad internacional se opongan a este tipo de invasión. A estas expulsiones.
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