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martes, 17 de julio de 2012

Una ciudad en la orfandad

Escrito por Benjamin Garcia

En medio de una diligencia, me veo impelido a recorrer a pie, un tramo importante de la avenida 27 de Febrero de Santiago, en el tramo comprendido entre Villa Progreso y la Estrella Sadhalá. Los que conocen la zona sabrán que aquello es como si te encontraras caminando en medio de un campo de concentración en plena guerra.  Debí sortear toda suerte de obstáculos.   Vehículos estacionados sin ningún rubor en medio de las aceras, cuyas condiciones están dadas, mas para competencias de motocicletas, que para ser recorridas por ciudadanos.


En cualquier momento te encuentras con la joroba de una raíz embravecida queriendo mostrar al mundo su existencia miserable, vendedores ambulantes en franco desafío a la razón,  desechos de construcción dejados sin control o construcciones levantándose sin reparo en las normas que la regulan, mosquitos, ambiente contaminado, unidades del transporte público obstaculizando el tránsito, en fin, una especie de ruta alternativa al mismo infierno.

Agregue usted a esto, talleres de mecánica que se toman la acera y parte de la calle sin que un inspector del Ayuntamiento Municipal repare en lo imprudente de la situación aparte de la ilegalidad que implica. Incluya un vertedero en plena vía donde deambulan todo tipo de alimañas. Y para “poner la tapa al pomo”, el medio natural de todo transeúnte a ser asaltado.

Quiero un refugio, un espacio que me libere del miedo, de aquel estadio infernal y no lo encuentro.  Salvo el parque Eduardo León Jiménez, iniciativa de la emblemática empresa fundada hace más de un siglo por este ciudadano, y que salva a los habitantes de algunos barrios periféricos, en todo ese trayecto no hay un solo espacio público disponible para que el ciudadano pueda entrar, con todas las medidas de seguridad, y descansar un rato.

La ciudad, huérfana como ha crecido, sin planificación ni controles adecuados, no ofrece al ciudadano de a pie o a los habitantes de los residenciales, plazoletas, parques, plazas públicas, donde estos se puedan reunir a conversar o descansar o simplemente a ver pasar la vida, salvo algunas excepciones, debo ser justo.  Existen otras, pero herencia de los primeros constructores y están fundamentalmente en el Centro Histórico medianamente atendidas.  Mas no así para las zonas urbanas de desarrollo posterior, donde ha primado el criterio político o la conveniencia económica de los promotores de urbanizaciones.

Por ley, cada urbanización desarrollada por iniciativa privada debe entregar un porcentaje del terreno a la municipalidad para el levantamiento de plazas o centros deportivos, y otro tanto con un carácter institucional para iglesias, escuelas u oficinas gubernamentales.  Cuando los vecinos tienen el ojo pendiente, estas suelen respetarse, mas, al primer descuido un político con influencia se alza con la propiedad de estos terrenos, o los alcaldes de turno lo reparten entre amigos, dejando la comunidad desnuda, cual doncella ultrajada.

Sabemos de planes de desarrollo, de propuestas para hacer la ciudad más habitable, de ideas para generar una visión adecuada sobre el crecimiento urbano.  Pero todo queda en papeles, en los archivos de algún ejecutivo con buenas intenciones, pero sin las herramientas para echarles a andar o muere bajo los patas de los intereses privados.

Se hace necesario, urgente, el rescate de la ciudad.  Una mejor planificación por parte de las autoridades y mayor vigilancia de los ciudadanos.  La ciudad muere en el desamparo, necesita ser higienizada, desarrabalizada.  La ciudad clama cuidados, un poco más y cae en coma.  Nuestro gran Santiago, amado Santiago de todos reclama a gritos una mano amiga, y sus ciudadanos, el respeto de parte de quienes han asumido la responsabilidad de cuidarla.    

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