Hace un recorrido por sus momentos de éxitos. Su entrada al programa Fiesta de
Teleantillas, oportunidad que le permite dejar su carrera y el puesto de
pasante en una clínica, cuyo sueldo era de 60 pesos al mes con horario de
veinticuatro horas incluidas las noches completas, para pasar a ganar
cuatrocientos por una participación semanal de dos canciones. Una gran diferencia.
Un show con ritmo, salvo algunos momentos lentos o actuación
de poca fuerza. Bien llevado y donde
demuestra ser uno de los artistas más completo y talentoso del país. Por las noticias de prensa sabemos del éxito
en Santo Domingo y este fin de semana fuimos testigos del apoyo dado por el público
de Santiago, regio, en actitud de disfrutar cada ocurrencia.
Finalizado este evento nos trasladamos a Moca. Una popular
discoteca de la ciudad presentaba un espectáculo de percusión con el famoso
baterista Pedro Pablo Peña, mejor conocido como Pablito Drum. Toque de
tambores, sensuales movimientos, ritmo, mucho ritmo, golpes resonando en el cuerpo
y poniendo a vibrar hasta el más indiferente de los mortales presente bajo
aquella carpa llena de luces y aroma etílico.
En una misma noche, dos experiencias opuestas. El teatro nos
ofrece la oportunidad de disfrutar un ambiente calmo pero intenso. Un solo artista en escena, ayudado con
efectos especiales, capaz de hacer vibrar con la música o sacudirse con la risa
a un público expectante y sobrio. Del
otro lado, el ritmo, la magia de las luces, el desenfreno y la incitación al
gozo, al placer sin limites del tambor y los movimientos de cintura.
Con Drum estaba la juventud, algo salpicada de quienes
todavía no abandonamos la escena, desenfadada, mal vestida o con poca tela que
le cubra. En consumo constante de alcohol.
Un ambiente disipado, licencioso, disoluto. Aunque guardada la compostura, sin animo de
levantinas, mas bien en actitud de disfrute pero sin nada que lo limitara en el
deleite.
Con Carlos Alfredo tenemos lo tradicional, la seducción a través
de la hilaridad, el tema reflexivo y la contundencia del mensaje. Con Pablito la rabia, el sonido estridente,
el golpe duro de tambor, la aceleración de la vida moderna. Dos espectáculos, dos formas de ver la vida o
valorarla. De vivirla y disfrutarla,
sentirla.
Fatule tiene muchas condiciones para seguir ofreciendo su
talento en cualquier escenario. La radio
con su música, la televisión con su inventiva, su genio. El espectáculo con sus ocurrencias, su
capacidad para desdoblarse hasta como un chivo de los que viaja amarrado al
para choque de una “voladora” en ruta de Montecristi a Santiago.
Pablito tiene la fuerza, la potencia de la época, se
impondrá durante mucho tiempo dada la aceleración de la vida moderna y el desinterés
de la gente por la lírica. El ritmo se
impone sin importar el mensaje, siempre que suene y me invite a mover las
caderas.
Así termina la noche.
Entre la magia del final del siglo pasado y la estridencia con que
arranca el nuevo. A pesar de todo, lo
clásico no nos abandona.
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