Escrito por
José L. Tavárez Henríquez
Filósofo, psicólogo y profesor universitario.
El PRD acaba de formular una serie de acusaciones de corrupción en contra de la gestión peledeísta ¿Son estas denuncias para
poner en aprietos a la gente del gobierno o para abrirle el apetito a la
militancia propia? Quizá sea más esto último, como si estuvieran diciendo:
¡Miren compañeros todo lo que se puede robar desde el gobierno, a duplicar los
esfuerzos para la victoria!
Aparte de esto, hay un par de
cosas que llaman la atención en esta denuncia: Primero que el protagonista del
primer acto de corrupción, el único que estuvo preso de los peledeístas, es
ahora de los adoptados por papá.
Ese personaje llegó junto a otros prospectos
de probada experiencia en las buenas prácticas éticas, aunque las malas lenguas
los señalen como corruptos patológicos. Por ahí andan Ángel Lockward, Rodríguez
Pimentel, Amable Aristy, José E. Sued, Tito Hernández, magníficos prospectos
para reforzar la plantilla de los estelares propios que brillan en el All Stars
de Papá.
Otro asuntito para sacarle
filo es el de cómo se explica que robando tanto, esta gente del PLD haya construido
tantas obras, incluyendo dos líneas de Metro, y los otros, tan honrados, se
hayan pasado 4 años sin poder presentar obras, ni grandes ni pequeñas ¿Por el
endeudamiento? Pero es que los otros duplicaron la deuda externa y triplicaron
la interna, con varias emisiones de bonos soberanos, un déficit cuasi fiscal
superior a los 55 mil millones de pesos y dejando las reservas nacionales en
números rojos (-17 millones).
Todos los impuestos que
tenemos, incluyendo los de la gasolina, los puso Hipólito Mejía en el año 2000,
con su famosa reforma fiscal que el pueblo denominó “el paquetazo”. Buscando recaudar más: estableció un anticipo
de 1.5% sobre las ventas brutas, un impuesto selectivo a las bebidas y a los
cigarrillos, aumentó el ITBIS de un 8
a un 12% y un 6% a la publicidad.
Asimismo introdujo la
flotación de los combustibles en función del tipo de cambio y los precios
internacionales del petróleo consignado en la Ley de Hidrocarburos, estableció el aumento
periódico de la tarifa eléctrica a través de la Ley General de
Electricidad, incrementó la comisión cambiaria de 4.75% a 10%, un 2% adicional
a las importaciones sobre el 3% que tenían, un 25% de impuesto sobre la renta a
las asociaciones de ahorros y préstamos, un 0.15% a los cheques bancarios.
También llevó de US$10.00 a US$20.00 el impuesto de salida por los puertos y
aeropuertos del país, estableció un 5% a las exportaciones de bienes y
servicios e incrementó en más de un 300% el costo de los peajes.
¿Y qué hizo aquel gobierno de
ingrata recordación con todo ese dinero? Haga usted la auditoría y ríndase su
propio informe. Para su inventario, tome en cuenta que en el año 2000 se le
entregó a Mejía una economía saneada, con una deuda externa más pequeña que la
recibida por Fernández en el 1996, un servicio exterior bien organizado y unas
instituciones públicas rescatadas del desorden centenario en que habían estado.
¿Qué entregó Hipólito y su equipo cuando el pueblo, al grito de ¡E’pafuera que
van!, los echó del poder? Dos o tres obras a medio terminar, un país en
bancarrota, bancos quebrados, insolvencia ante los organismos crediticios,
inflación exorbitante, inestabilidad macroeconómica, desorden en todas las
dependencias del estado, redes poderosas del crimen organizado y el rastro de
múltiples operaciones fraudulentas.
Con todo este pesado lastre
que arrastra la nave blanca, ¿ganará Hipólito Mejía las próximas elecciones? El
soberano pueblo tiene la última palabra, esperemos el 20 de mayo, a una
distancia de 54 días.
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