"Sólo saldré y puede que me demore un poco". Con
estas palabras, el capitán británico Lawrence Oates, explorador de la
Antártida, emprendió su camino a la muerte hace 100 años a la edad de 31
y encontró su lugar en los libros de historia.
Fue uno de cinco hombres que perdieron la vida
cuando trataban de regresar de la desdichada expedición de Robert Falcon
Scott al Polo Sur en 1912.
El capitán Oates es recordado por su acto de sacrificio, cometido porque creía que estaba atrasando a los demás.
Ahora la Galería Oates -una exhibición en
Selborne, Hampshire, en el Reino Unido, que se inauguró este sábado-
trata de revelar al hombre detrás de aquellas famosas y últimas
palabras.
Mientras la exhibición se preparaba para abrir,
el segundo piso de la casa del naturalista del Siglo XVIII Gilbert White
en el tranquilo pueblo de Hampshire parecía una colmena por su
actividad.
Un pingüino real disecado parecía observar a los curadores que discutían apasionadamente la mejor manera de homenajear a Oates.
El primer piso está dedicado al aventurero
nacido en Putney, en Londres, y educado en el exclusivo colegio inglés
de Eaton: las fotos de su niñez y sus días como militar se combinan con
imágenes tomadas por Herbert Ponting en la misión a la Antártida hace un
siglo.
El mayor general Patrick Cordingley, coautor de
una biografía del capitán Oates, tuvo cuidado en asegurarse que los
zapatos del aventurero -entre los pocos artículos salvables de la carpa
congelada donde se hallaron los demás cadáveres- fueran desplegados en
una posición prominente.
Expresó que Oates, cuyo cuerpo nunca se
encontró, era "un hombre común y corriente que se volvió extraordinario
por las circunstancias que enfrentó al final de su vida".
Oates nació en una familia adinerada, aunque se
dice que tenía un comportamiento humilde que lo hacía popular con la
mayoría de la gente que conocía.
No pudo aprobar los exámenes necesarios para
integrarse al ejército y en cambio se unió a un regimiento de la
milicia. Pero más tarde, para su inmensa alegría, fue destacado al sexto
batallón de Dragones del ejército británico.
En marzo de 1901, durante la Guerra de los Bóers
en Sudáfrica, rehusó a dar marcha atrás ante una emboscada. En cambio,
envió el mensaje: "Vinimos aquí a pelear, no a rendirnos".
Aunque los bóers fueron repelidos, una bala
enemiga le destrozó el muslo, dejándolo cojo y con una pierna más corta
que la otra. Esta lesión le causaría más dolor hacia el final de su
vida, cuando el frío antártico intensificó el efecto de sus heridas.
'Miserables cacharros'
Capitán Lawrence Oates
- 1880: Nació el 17 de marzo en Putney, Londres
- Estudió en Eton antes de ser transferido por enfermedad a una escuela en Eastbourne
- 1898: Se unió al tercer regimiento de West Yorkshire
- 1900: Se unió al ejército, destacado en el sexto regimiento Dragoons (Inniskilling)
- 1901: Herido durante la Guerra de los Bóers
- 1910: Se unió a la expedición del capitán Scott a la Antártida
- 1912: Murió después de pronunciar sus famosas y últimas palabras
No obstante, sus heridas de guerra no lo
desanimaron de llevar una vida activa. Cuando estaba en India en 1909,
su amor por la caza -uno de sus pasatiempos favoritos, junto con las
carreras y el boxeo- le hizo dar un paso inesperado en su vida.
Le impresionaban tan poco los perros de caza que
encontró en el campo, que pidió a su hermano que le enviara una jauría
fresca desde Inglaterra para que pudiera cazar al nivel que deseaba.
Y cuando el capitán Scott publicó un aviso de
reclutamiento para su expedición científica, el soldado recaudó los
fondos necesarios para asegurarse un lugar en el equipo.
Sólo le hacía falta contárselo a su madre, quien
se dice que controlaba las propiedades de la familia, y corroborar que
tenía los permisos necesarios del Departamento de Guerra.
Se registró como guardiamarina en el Terra Nova
-el barco que llevaba a los hombres a su destino- pero el capitán Scott
no lo envió a Siberia a buscar los ponis requeridos para la expedición, a
pesar de ser su área de especialización.
Esta fue una fuente de molestia para Oates, y en
una carta enviada al principio del emprendimiento, escribió que los
ponis de £5 (US$7,8 al cambio actual) que se compraron y enviaron allí
eran "muy viejos para esta clase de trabajo" y los describió como "un
miserable montón de cacharros".
Pero en una carta a la señora Oates en octubre
de 1911, Scott reconoció que su hijo había jugado un papel integral en
el equipo al cuidar de los animales.
"Realmente, no sé qué hubiera hecho nuestro
grupo de marineros y científicos sin él. Todo depende del éxito del
trabajo de estos animales y su hijo amablemente se encargó de ellos",
escribió.
El sobrino nieto de Oates, Bryan -quien prestó
muchos de los documentos que se muestran en la exhibición- expresó que
su tío abuelo tenía un respeto mutuo por Scott, aunque no estaban de
acuerdo con todos los aspectos de la organización del viaje.
Oates dijo: "Él venía de un pasado tan seguro
que no sentía que tuviera que inclinarse ante nadie; aún así, obedecía
órdenes implícitamente".
'El pobre soldado'
Scott buscó patrocinio y publicidad para la
expedición, por lo menos antes de que el noruego Roald Amundsen
decidiera que también competiría por la corona de ser el primero en
conquistar el polo sur.
En una carta que el capitán Oates escribió a su
madre en 1910, estaba claro su disgusto por este exhibicionismo: "Debo
decir que hemos hecho demasiado ruido acerca de nosotros, todas las
fotografías, los aplausos, el vapor de la flota, etc., etc., es una
podredumbre, y si fracasamos sólo nos hará lucir más tontos".
En otra carta a su madre, fechada el 28 de
octubre de 1911, expresó su deseo de regresar a casa, pero agregó que no
deseaba "estropear" sus probabilidades de estar en la fase final del
viaje, ya que "el regimiento y tal vez todo el ejército estaría
complacido de que yo esté en el polo".
Pero los hombre lucharon para llegar al punto
donde creían que quedaba el polo sur. Cada vez parecía más cierto que
los ponis escogidos no eran adecuados para el trabajo, dándole la razón a
Oates.
Y Oates se dio cuenta de que se enfrentaba a un
problema constante con sus pies húmedos mientras el grupo se desplazaba a
lo largo del duro hielo.
Cuando finalmente pasaron a través de los restos
del campo de la expedición noruega, un sentimiento sombrío los invadió:
habían perdido.
Pero Oates elogió al equipo de Amundsen: "Debo
decir que ese hombre tenía las cosas muy claras. El equipo que dejaron
estaba en excelentes condiciones y parecen haber tenido un viaje cómodo
con sus equipos de perros, muy diferentes de nuestros miserables
transportes".
Los hombres comenzaron su difícil viaje de
regreso, pero las condiciones heladas causaron que el dedo gordo de
Oates se pusiera negro y su cuerpo tomara un poco saludable color
amarillo.
El mayor general Cordingley afirmó que "sus pies
le habían estado dando problemas durante dos meses, pero los había
ocultado a los demás. Ahora eso ya no era posible".
Scott escribió en su diario: "Si todos
estuviéramos en forma yo tendría esperanzas de llegar, pero el pobre
soldado se ha convertido en un terrible impedimento, aunque hace lo
mejor que puede y me temo que sufre mucho".
Los exploradores conocen los riesgos de que no hay evacuación en casos de enfermedades o heridas graves.
Como escribió el miembro del equipo Apsley
Cherry-Garrard en su relato de la expedición: "No hay probabilidad de
una herida 'cómoda'. Si te rompes la pierna en el glaciar Beardmore,
debes considerar la manera más conveniente de suicidarte, tanto por ti
como por tus compañeros".
El 15 de marzo, Oates sugirió que los exploradores restantes lo dejaran en su bolsa de dormir, pero se negaron.
Sin embargo, el hombre al que cariñosamente
llamaban "el soldado" sabía que el final estaba cerca y, aparentemente,
ya había tenido suficiente.
Se despertó el 16 de marzo de 1912 y, dejando sus zapatos, salió a caminar en plena tormenta.
"Se metió en la tempestad y desde entonces no lo hemos visto" registró Scott al día siguiente en su diario.
En su duelo, la madre del capitán Oates,
Caroline, había ordenado la destrucción de los diarios de su "hijito",
pero su hija Violet transcribió muchos de los documentos para que no se
perdiera su historia.
Cordingley dijo: "Sus últimas palabras son
típicas. Era su manera de decir adiós sin llamar mucho la atención a lo
que realmente estaba haciendo. Murió para que ellos tuvieran una
oportunidad de vivir".
"Es simplemente la clase de hombre que era".
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