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jueves, 23 de diciembre de 2010

Nayeli, la sonrisa asesinada‏

Autora Lissette Selman
Comunicadora extraordinaria 

La comunidad sureña de Padre Las Casas está en pie de lucha desde hace días
porque le han malogrado una de sus sonrisas. Nayeli se llamaba y vivía en
uno de los barrios altos –que es además, uno de los barrios pobres- de esa
localidad.


Los hechos sucedieron así. Nayeli, la más pequeña de cinco hijos del
matrimonio Rivera Delgado, salio de su casa rumbo al colmado de la esquina y
no volvió más. Dada la alerta de la desaparición de la niña por sus
familiares, el pueblo de Padre las Casas, organizado en múltiples brigadas,
se tiró a las calles a buscarla.

Rastreó la localidad de un confín a otro,
fue a los hospitales, fue al cuartel de la Policía, miró en los callejones y
miró en los caminos, pero no tuvo éxito en la búsqueda.

En el momento más alto de la desesperación, el pastor de una iglesia del
pueblo salió como un alma en pena a recorrer las calles con un megáfono en
la mano pronunciando el nombre de la niña a los cuatro vientos, con la
secreta esperanza de que ella respondiera al llamado y que todo Padre Las
Casas retornara a la normalidad. Pero todo lo que encontró a su paso esa
noche -la noche más triste de los tiempos- fue silencio.

El pasado domingo 12 de diciembre, con las primeras luces del día, un hombre
que iba hacia el lugar donde atiende sus animales encontró en su camino,
enredado entre los matorrales, el cadáver de la niña.

Nayeli fue violada y asesinada y su muerte ha pesado más que la cadena de
montañas de su tierra y ha conmocionado hasta el delirio al pueblo que la
vio sonreir durante sus ocho años de vida. Desde aquel domingo siniestro en
Padre Las Casas no se habla más que de la niña muerta.

Antes de que asesinaran a Nayeli, Padre Las Casas ha tenido la tranquilidad
de los pueblos que miran a la montaña. Por sus calles y caminos va siempre
un río de gente que anda *jarda arriba y jarda abajo* saludando a todo aquel
que se cruza en su camino. Y esa tranquilidad, junto a la vocación de paz de
sus pobladores, ha sido su orgullo y ha sido su más caro tesoro.

Lo único que perturba la tranquilidad de los padrecasenses, en especial de
aquellos que viven en las estribaciones de la corillera, es la crecida de
los ríos durante la estación de las lluvias.

Hoy que ha muerto una niña, en un episodio que no tiene precedentes en esa
comunidad, sus moradores están sobrecogidos porque piensan que terminó el
tiempo de la tranquilidad y empezó el tiempo de los tártaros.

En medio de su dolor, el pueblo de Padre Las Casas lo único que necesita es
que se haga justicia. El lunes 20 de diciembre en la mañana la comunidad
realizó una marcha para hacer sentir ese anhelo. El pueblo tomó las calles
para acompañar a los parientes de la víctima en su reclamo de justicia y, en
una marcha multitudinaria, fue cuadra por cuadra y oficina por oficina
pronunciando en voz alta el nombre de Nayeli.

Al final de la jornada, el reclamo de justicia se llenó de luz. Se
encendieron velas en todo el pueblo, mientras la noche seguía su paso con
ese silencio adolorido que aprendieron de golpe, en una sola mañana, los
habitantes de Padre Las Casas. Más claro de ahí no puede expresarse un
pueblo.

Ahora, lo demás depende de las autoridades judiciales. Por alguna razón la
comunidad de Padre Las Casas, incluidos los parientes de la niña  muerta, no
creen en la Fiscalía y sospechan, con ese fino olfato con que las
comunidades han aprendido a dudar de los funcionarios, que están protegiendo
a alguien.

Tras el asesinato de Nayeli, fueron arrestados trece sospechosos. Tras la
depuración solo quedó uno, que fue recluido en la cárcel de Azua. Según los
informes, el detenido sufre de problemas mentales.

Si está habilitado para
secuestrar una niña, cometer un crimen tan horrendo y, sin compañía de
nadie, guardar el cadáver en unos matorrales e irse silbando como si nada
hubiera sucedido, es cosa que los moradores de la comunidad aun no se
deciden a creer.

Mientras tanto Nayeli está muerta. Solo hay que ver su fotografía para darse
cuenta de la  luz que se ha perdido y ponderar el tamaño de su ausencia.

Nayeli era el nombre de una sonrisa y era el nombre de una esperanza. Nayeli
era la alegría de una familia y la ilusión de un lugar.Hoy Nayeli, víctima
de la violencia ciega de este tiempo, es el nombre de un símbolo y de un
reclamo, el nombre de un rito desesperado. Ojala que Nayeli no termine, como
muchas otras, siendo el símbolo amargo de la impunidad.


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