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domingo, 29 de abril de 2012

“Franco impidió la convivencia porque era un resentido”

Nicolás Sánchez-Albornoz / JORDI SOCÍAS

El historiador, de 84 años, es hijo del presidente de la República en el exilio

En su nuevo libro rinde cuentas con la dictadura franquista

Hay mucho de cabreo en el libro que ha escrito este caballero español de Madrid, preso por Francisco Franco Bahamonde Franco en el Valle de los Caídos (que él llama siempre Cuelgamuros, viene de Cuelga Moros, ahí es nada) y fugado de la prisión más simbólica de la dictadura.


El caballero, pues parece un gentleman de 84 años, es Nicolás Sánchez-Albornoz, hijo de don Claudio, el célebre historiador y presidente de la República en el exilio.

 Nicolás fue profesor en varias universidades del mundo, es emérito de la de Nueva York, fue el primer director del Instituto Cervantes y es habitante ahora de una casa que mira a la ciudad que conoció sus correrías universitarias como miembro de la FUE, que federaba a los estudiantes descontentos de la inmediata posguerra.

 Hasta que la policía los alcanzó a él y a sus compañeros de lucha antifranquista; el apresamiento dio lugar a unas condenas duplicadas por la saña de entonces. La fuga de Sánchez-Albornoz, con su compañero Manuel Lamana, de la cárcel en que se convirtió el salvaje esclavismo practicado en Cuelgamuros fue una de las leyendas que más hirió a Franco; ya en democracia, la leyenda se convirtió en una película de Fernando Colomo y en un libro de Barbara Probst Solomon, entre otros documentos.

En el libro (Cárceles y exilios, Anagrama), Sánchez-Albornoz no ha querido hacer de ese episodio el eje de su narración. Pero ahí está. La obra es, sobre todo, la expresión de un cabreo: Cuelgamuros, el Valle de los Caídos, fue un símbolo mayor del deseo de venganza de Franco, que quiso humillar a sus adversarios. Por ahí empezamos a hablar.

Usted dice: “El franquismo nunca concibió una convivencia fraterna entre españoles sin proscripciones políticas”. Está claro. Hubo una guerra y los vencedores tenían que liquidarla. Puede ocurrir que para ello haya barbaridades y persecuciones porque el vencedor siempre abusa. Lo que pasa es que en el franquismo eso fue sistemático hasta 40 años después. En la II Guerra Mundial también hubo vencedores y vencidos, pero a los dos años ya estaba todo liquidado. ¿Por qué Franco no lo liquidó en dos años?

¿Por qué? Porque era un individuo resentido que no pensaba en la convivencia de los españoles, sino en mantenerse en el poder.
La autoridad de Franco se basa en la muerte, el castigo y la corrupción
Y fusiló hasta el final. Ahí señalo etapas: la de los años 1939, 1940, 1941 y 1942, en la que, según las informaciones históricas del momento, fusilaron a más de 100.000 individuos. Pero mi testimonio no es de esa época, no la viví. Arranco en 1947, y me consta porque lo viví que se seguía fusilando.

 Los fusilamientos llegan hasta Julián Grimau, en 1962. Aun suponiendo que tuvieran razones para matar a algunos, los aliados lo resolvieron rápidamente. Aquí no sucedió eso, en España Franco siguió matando después de la guerra. A Grimau lo mandó fusilar alegando hechos de la guerra.

Uno se va de su libro como si viviéramos una historia fatal. ¿Con qué sensación se quedó usted al escribirlo? Quedé tranquilo. En cuanto a la fatalidad… No, no es fatalidad. La historia de España hubiera sido muy distinta si no se hubiera producido esa interferencia. En la historia económica está claro que España iba mejorando a mayores o menores velocidades. Y viene la guerra. 

Y la vida económica española declina rápidamente y solo regresa a los niveles de 1927-1928 en el año 1956. Y este mismo deterioro se puede aplicar al de las relaciones sociales y de la vida cultural. Sin la guerra, España habría estado los 40 años que duró el franquismo a una altura muy superior a la que se encontró en 1976.

Sorprende la ambición vengativa del franquismo: honra a los suyos, persigue a los adversarios e incluso desposee a republicanos de su nacionalidad… Y a los demás no nos privó de la nacionalidad, pero nos privó de todas las ventajas que puede tener una nacionalidad. A mí se me negaron los pasaportes durante años, no solo después de la fuga, en 1948, sino incluso en los años sesenta.

 Y ahí se produce una ironía: tuve que viajar con un pasaporte argentino hecho expresamente para un no argentino.

Ese régimen acaba. Pero cuando su padre viene del exilio, en 1976, el ministro de la Gobernación, Fraga Iribarne, prohíbe una cena en su honor. O sea, que el régimen seguía ahí. Y sigue hasta ahora. Hay una sociedad de facto, representante de la que ha alentado esa cara fea de un sector de la sociedad española. Pero no es España, España es otra cosa. Al final creo que queda demostrado que a los españoles les dejas manifestarse tal como son y la situación actual de España no será lo más brillante, pero esa historia no es el franquismo.

¿Qué sintieron ustedes cuando Fraga prohibió ese homenaje? El sentimiento en ese momento es de desagrado, pero no de sorpresa. Fraga era un personaje muy del régimen de Franco, un acomodaticio. En el libro insisto varias veces en que al franquismo lo que le permitió subsistir fue la acomodación. 

El franquismo establece ciertas reglas, en un primer momento muy crueles, y después tiene que sobrevivir en un mundo que le da la espalda porque Alemania ha perdido la guerra; trata de acomodarse y de mantener lo más que puede las ideas originales. Y no todo lo puede mantener.
La memoria es necesaria en su integridad para restablecer la convivencia
A la luz de lo que usted dice, y ante la polémica generada en torno a la sentencia contra el juez Garzón, ¿qué piensa usted que debe hacerse con la Memoria Histórica? Primero, poner las cartas sobre la mesa; hace falta saberlo todo, y además los historiadores están para eso.

 El Estado posfranquista se ha cuidado muy mucho de facilitar el acceso a las fuentes de la Administración, y las militares han estado cerradas. Los historiadores han hecho muchos esfuerzos, pero hasta ahora no han podido terminar de aclarar las cosas. Primero hay que saber la verdad y después hay que decir qué ha pasado y, finalmente, dar satisfacción a los herederos de las víctimas.

¿Cómo se ha de hacer esto último? Se debe dar a los herederos satisfacción por lo menos en las cosas más elementales de humanidad. Que se sepa dónde están todos sus parientes, y a ser posible entregarles sus restos para que reposen en los panteones de sus familias y no en las cunetas como si fueran animales, que era parte de la deshumanización del adversario que el franquismo elaboró cuidadosamente. 

 Para Franco, el adversario no era un ser humano, estaba deshumanizado. Esa fue una adaptación de la ideología nazi… El franquismo como concepto no tuvo la menor sensibilidad para tratar con humanidad a la gente. El hecho es que ahora está apareciendo públicamente la disposición que se hacía de los hijos robados…

 Es que el franquismo no consideraba humanas a las mujeres y estableció que podía disponer de sus criaturas.

Lo cierto es que lo que se dijo de la Memoria Histórica, y no solo de Garzón, muestra que el franquismo no ha muerto, y que en ese sentido el juez es una nueva víctima. Por supuesto. Aunque yo matizaría la afirmación. Es cierto que no ha periclitado el franquismo, pero hay que añadir que el que pervive es un sector de la sociedad española, porque otro sector no lo admite. Por desgracia es un sector numeroso y que está todavía muy ensillado dentro del aparato social y político del país. Pero hay que reconocer que a la mayoría de los españoles estas cosas les disgustan y que los españoles son mucho mejores que las monjas que roban niños…

Usted llama a Franco “el Karadzic español”, y lo define como “dictador megalómano”. Se me pasó por la cabeza esta definición, el Karadzic español, para relacionarlo con acontecimientos contemporáneos que los jóvenes pudieran reconocer.

Desmonta usted la impresión que pudiera tenerse de Franco como un tipo austero. Todo el sistema era así, corrupto. La autoridad de Franco se basa en dos puentes: la muerte y el castigo, y la corrupción. Para mí eso es muy evidente y me gustaría que la gente que no lo ha vivido lo entendiera. Todo estaba basado en la corrupción.

Decía que la sociedad española es mejor que la franquista. Pero ¿quedan residuos importantes del franquismo en nuestra sociedad? Sí, claro, empezando por la justicia. Y por la Iglesia. No tengo demasiadas evidencias, pero tengo una que sí cito: cuando el jefe del destacamento de la cárcel de Porlier comenta que le toca leer la lista de los que van a ser fusilados al día siguiente y el cura, al acabar la lectura, dice: “¿Y no hay más?”. Lo contó el funcionario; estaba dolido con la deshumanización del cura el mismo funcionario corrupto que hacía estraperlo… En la Iglesia hay testigos de la connivencia de la jerarquía con el franquismo. Era monstruoso el apremio de la Iglesia sobre la vida social. Es lo que echa ahora de menos Rouco, porque Rouco puede decir misa, pero la gente no le hace ni caso.

De todos modos, mire lo que dice el obispo de Alcalá de Henares sobre los homosexuales… Qué es lo que el obispo hubiera pensado y dicho si alguien en TVE le hubiera recordado a los curas que se dedican a la pederastia…

Dice usted: “La memoria no se circunscribe al pasado, sino que es garante del futuro”. Es la raíz de su libro. Lo extraje de lo que dice una judía polaca que emigró a Canadá y que hablaba de la situación de Polonia en la actualidad. 

Encontraba cosas que, por no haber hablado de ellas, la integración nacional y en parte la integración de los judíos dentro de la sociedad polaca presentaban fallas. La memoria no es simplemente un acto de recordación, sino que es necesaria en toda su integridad para restablecer la convivencia entre los ciudadanos. 

Y es el futuro el que importa, no solo el hecho de conocer la verdad, sino algo necesario para la construcción de una convivencia nacional. Esto viene en contraste con lo que decíamos antes de que Franco no quiso una convivencia, porque para convivir hay que conocer el pasado. A Franco no le interesaba que se conociera y se encargó a fondo de deformar la imagen del pasado. Lo que hay que plantearse es si nos interesa que en España haya una convivencia entre sus partes, de índole tan diversa, o no.

Usted era hijo de republicano, y por tanto rojo. Cuando la policía lo apresa y lo juzgan, al escuchar la sentencia que lo llevaría a la cárcel por ocho años, usted se dice a sí mismo: “No quiero pasarme ese tiempo en prisión”. ¿Qué pasó por su cabeza? Lo he podido reconstruir con detalle. Hay una primera solicitud al fiscal; luego viene una solicitud de rebaja de la pena, que el fiscal rebaja más incluso cuando se celebra el Consejo de Guerra. No nos dieron el veredicto en el acto, quizá por la presión de la prensa internacional que estaba allí, y era 1948. 

Y a las ocho de la noche viene la ducha escocesa: la condena era brutal, mayor que la solicitada. Cogí un enorme cabreo y decidí que eso no lo aguantaba.

Y empieza a fraguar su idea de la fuga. Un amigo, Luis Rubio, se lo comentó a la CNT, que empezaba a preparar fugas. La verdad es que la CNT se portó muy bien, me aceptó en el plan que tenía trazado.
Tenía que haber mucha sangre fría para escaparse de Cuelgamuros… Sí, o mucha juventud, o muchas ganas de vivir… Fernando Olmeda dice en su libro que hubo, con la nuestra, 44 fugas, pero solo funcionó la nuestra.

 Los demás terminaron yéndose al pueblo, y allí los agarraron. Nosotros nos fuimos al extranjero, teníamos ese horizonte. Fuimos muy discretos, lo sabían muy pocos. Esperamos en la puerta; íbamos dos chicos jóvenes, Lamana y yo, con dos extranjeras con un coche del que sobresalía la bandera norteamericana, Barbara Probst y otra Barbara, la hermana de Norman Mailer. No era un grupo sospechoso para la Guardia Civil.

Hay un episodio de su vida, cuando funda con José Martínez y otros la editorial Ruedo Ibérico, que tiene ahora resonancias históricas de la reconstrucción de una manera de contar España… Lo he puesto por dos razones.

 El diagnóstico al que llegamos fue que el régimen para esa época había construido toda una ideología que había conseguido calar bastante. La gente podía estar disconforme con el franquismo, pero incluso comulgaba con su vocabulario. 

Hablaban del glorioso alzamiento y se quedaban tan tranquilos, y se referían a los rojos… Podían insultar a Franco, pero se habían metido en la cabeza toda la propaganda del franquismo. Ahí había un campo con el cual se podía trabajar publicando historias que pudieran abrir los ojos. Creo que con Ruedo Ibérico lo conseguimos. Fue un acierto porque esos libros tuvieron inmediatamente una gran acogida y una repercusión en España.

El exilio le permite ver a esa España peregrina en la que su padre ya estaba instalado. Francia, Argentina, América… ¿Cómo encontró ese mundo, cómo estaba su padre? En Buenos Aires me encontré con mucha gente de la que había oído o leído mucho. Rafael Alberti, por ejemplo, en la casa de Cuatrecasas… 

Los republicanos de Buenos Aires eran miles, tenían sus tertulias, rememoran y discuten sobre sus propias experiencias, y eso mantiene allí muy vivo lo que fueron la República y la Guerra Civil. Servía para conocer lo que en España no se decía. Pero la España del momento no está demasiado presente. Habían creado su mundo, pero no conocen aquello que yo había dejado atrás. Así que pronto me acerqué a los estudiantes argentinos, que habían tenido experiencias más comunes con las nuestras.

¿Y cómo fue evolucionando la relación de su padre con este país? España siguió siendo su punto de añoranza hasta el final. Incluso la hora la tenía muy presente: en un bolsillo la hora argentina, en otro la hora de Madrid. Y los alumnos y colegas le mantienen informado, no tanto políticamente, sino culturalmente. También supo qué pasaba por referencias de los demás republicanos que se encontraban en México o en Francia y le escribían o le pedían opinión.
¿Y el regreso, en 1976? Volvieron juntos. Fue un momento muy emocionante porque de repente toda aquella añoranza se puede resolver. Un poco en broma decía que había corrido una carrera con Franco y que él se la había ganado. El regreso se produce a una edad muy avanzada, y a esa edad es muy difícil renunciar a la vida que has creado; además, él tenía sus alumnos, su revista, le resultaba muy difícil renunciar a eso, y por eso vuelve a Argentina.

¿Y cómo se siente en este país? Si miras hacia atrás, y eso creo que es el libro, me siento bien. No es como yo lo había conocido, aunque naturalmente ahora padecemos una racha que no es para agrandar la historia, pero aun así…

¿Cómo ve este momento que no es para agrandar la historia, como dice usted? Hay una crisis económica mundial guiada por el sistema financiero y sus abusos, agravada en el caso de España por una pésima política económica creada por el PP en su último Gobierno al darle rienda suelta al ladrillo, lo que creó una cierta euforia en aquel momento.

 Y Zapatero no puso coto a ese asunto, no supo pinchar la burbuja. Lo que es alarmante en la situación actual es la improvisación. El Gobierno no sabe qué hacer y entonces improvisa. Improvisaciones y deshumanización…

 Hay en la sociedad una vuelta a ciertas raíces franquistas, y eso es alarmante. De ahí que el obispo de Alcalá de Henares pierda la inhibición que debería tener y dice todas esas cosas. Está aflorando una España muy desagradable. La gran diferencia con respecto al franquismo es que ahí habían montado un régimen autoritario que diseñó un partido y hasta ahora en España se conserva el principio de que hay elecciones con resultados distintos. Por lo menos hay una luz.

A usted como ciudadano e historiador le llamará la atención el descrédito de las instituciones, incluida la Monarquía. ¿Cree que ese deterioro debe preocupar a la Monarquía o la encuentra sólida? No, no, la Monarquía no está nada sólida. Lo que vino después de la Transición fue un consenso; es decir, tú te portas bien y ahí te dejamos; por tanto, la Monarquía no tenía ninguna función, no hay una adhesión popular a la Monarquía, se acepta como se acepta a cualquier magistrado mientras se porte bien, pero el principio monárquico no está enraizado. De manera que en el momento en que se pongan mal las cosas a la Monarquía, la Monarquía desaparece.

¿Cree que persiste el espíritu republicano? Hay dos espíritus republicanos. Uno es el espíritu evocativo de la República y otro un espíritu republicano de nuevo cuño, de gente que no se declara republicana de 1931 y que quizá ignora aquel periodo de 1931 a 1936, pero que sin embargo se cuestiona por qué esta persona tiene que ser rey. Es un republicanismo redescubierto.

Una vida muy larga la suya. ¿El momento más pleno? Muchos. Mi vuelta a España fue muy emocionante, claro.

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