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martes, 17 de enero de 2012

Un llamado de auxilio

Autor Benjamin Garcia

¿Por qué nos ha sido tan difícil? ¿Por qué no hemos  podido armar, así como se ha logrado en papeles, la sociedad de derecho aspirada por las mayorías?  Esa sociedad justa y equitativa, con igualdad de oportunidades para todos.  Con respeto a las normas básicas de convivencia cívica. 


Apegada a valores fundamentales como la honestidad, el respeto, la bondad y sobre todo la integridad humano espiritual.

Hay un fallo crónico y lo conocemos, está a la vista de todos y debemos actuar rápido.  El curso de los acontecimientos establece su urgencia.  Descubrir la avería y como a una máquina defectuosa o un organismo en dificultad, hacer la profilaxis necesaria.  La debida reparación.  Pero sin miedo. Extirpar, cual cirujano experimentado, el tumor que nos afecta y no nos permite vivir con dignidad. 

No es posible mirar el desarrollo solo desde la óptica de un crecimiento económico, cuyas bondades son disfrutadas apenas por escasas familias. Seguir hablando de riquezas mientras la pobreza se desparrama como la verdolaga en el campo o la hierba mala en los sembradíos sin cuidados.  Llenar algunas ciudades de obras suntuosas, mientras enterramos en el ostracismo los sueños de millares de niños de nuestras escuelas. Y el callejón de María sigue lleno de lodo o de polvo según sea la estación.

Nos han castrado la fe y si nos descuidamos hasta la esperanza.  Nos obligan a dormir hambrientos, ya no de pan sino también de ilusiones.  Cada noche morimos envueltos en el dolor de no saber si mañana habrá una nueva luz.  Y no hablo de quienes en los barrios o campos desamparados nunca han sido contados para la abundancia. A esos la justicia pocas veces les ha visitado.

Me refiero al ciudadano del condominio con sueldo fijo o empresa establecida, al profesional medio cuyo título ha sido el resultado de desvelos infinitos y ahora se desplaza, casi por obligación a lomo de un vehículo público sin garantía o un motoconcho inseguro, sin encontrar quién requiera sus destrezas o demande su talento.  A ese dominicano que desdice de la riqueza fácil o el confort inmerecido y que un día fueron parte del ejército de hombres y mujeres que construyeron nuestra fallida “partidocracia”.

¿Qué esperamos? Me pregunto.  La vida misma lo reclama.  No es solo un deber patriótico es una llamado de supervivencia.  Porque el fango nunca fue lugar para albergar quimeras. Esa tierra pantanosa, llena de carroñas para lobos hambrientos, nos frena el paso y si no andamos con prisa, si no reparamos la cloaca por donde se desborda el pus de la desvergüenza, nos hundimos sin remedio.  

El sol está cada mañana, anunciando una nueva oportunidad.  Convirtamos esto en desafío, en un reto necesario y urgente, para que el futuro no nos “encuentre asando batatas”.  Para no permitirnos el lujo de escuchar a nuestros hijos reclamar por un dolor, instalado de manera irremediable y definitiva en el costado izquierdo. La justicia es viable, el honor es un deber, la dignidad una obligación.   

Debemos, con urgencia, empezar a construir una nueva utopía.  Desentrañar la pesadilla de la incompetencia y la ineptitud. Asumir el desafío histórico de rescatar del hoyo esta nación de palmeras y mulatas hermosas. Empezar a reconstruir las estructuras desvencijadas de nuestra mal entendida y peor atendida democracia. 

Apartar del camino las obsolescencias y las ideas egoístas entronadas en las oscuras galerías del poder. Dejar de ser ciudadanos con el valor de un voto para que nuestro voto tenga el valor que la libertad reclama. 

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