Autor Benjamin Garcia |
¿Por qué nos ha sido tan difícil? ¿Por qué no hemos podido armar, así como se ha logrado en
papeles, la sociedad de derecho aspirada por las mayorías? Esa sociedad justa y equitativa, con igualdad
de oportunidades para todos. Con respeto
a las normas básicas de convivencia cívica.
Apegada a valores fundamentales como la honestidad, el respeto, la bondad
y sobre todo la integridad humano espiritual.
Hay un fallo crónico y lo conocemos, está a la vista de
todos y debemos actuar rápido. El curso
de los acontecimientos establece su urgencia.
Descubrir la avería y como a una máquina defectuosa o un organismo en
dificultad, hacer la profilaxis necesaria.
La debida reparación. Pero sin
miedo. Extirpar, cual cirujano experimentado, el tumor que nos afecta y no nos
permite vivir con dignidad.
No es posible mirar el desarrollo solo desde la óptica de un
crecimiento económico, cuyas bondades son disfrutadas apenas por escasas
familias. Seguir hablando de riquezas mientras la pobreza se desparrama como la
verdolaga en el campo o la hierba mala en los sembradíos sin cuidados. Llenar algunas ciudades de obras suntuosas,
mientras enterramos en el ostracismo los sueños de millares de niños de
nuestras escuelas. Y el callejón de María sigue lleno de lodo o de polvo según
sea la estación.
Nos han castrado la fe y si nos descuidamos hasta la
esperanza. Nos obligan a dormir
hambrientos, ya no de pan sino también de ilusiones. Cada noche morimos envueltos en el dolor de
no saber si mañana habrá una nueva luz.
Y no hablo de quienes en los barrios o campos desamparados nunca han
sido contados para la abundancia. A esos la justicia pocas veces les ha
visitado.
Me refiero al ciudadano del condominio con sueldo fijo o
empresa establecida, al profesional medio cuyo título ha sido el resultado de
desvelos infinitos y ahora se desplaza, casi por obligación a lomo de un vehículo
público sin garantía o un motoconcho inseguro, sin encontrar quién requiera sus
destrezas o demande su talento. A ese
dominicano que desdice de la riqueza fácil o el confort inmerecido y que un día
fueron parte del ejército de hombres y mujeres que construyeron nuestra fallida
“partidocracia”.
¿Qué esperamos? Me pregunto.
La vida misma lo reclama. No es
solo un deber patriótico es una llamado de supervivencia. Porque el fango nunca fue lugar para albergar
quimeras. Esa tierra pantanosa, llena de carroñas para lobos hambrientos, nos
frena el paso y si no andamos con prisa, si no reparamos la cloaca por donde se
desborda el pus de la desvergüenza, nos hundimos sin remedio.
El sol está cada mañana, anunciando una nueva
oportunidad. Convirtamos esto en
desafío, en un reto necesario y urgente, para que el futuro no nos “encuentre
asando batatas”. Para no permitirnos el
lujo de escuchar a nuestros hijos reclamar por un dolor, instalado de manera
irremediable y definitiva en el costado izquierdo. La justicia es viable, el
honor es un deber, la dignidad una obligación.
Debemos, con urgencia, empezar a construir una nueva
utopía. Desentrañar la pesadilla de la
incompetencia y la ineptitud. Asumir el desafío histórico de rescatar del hoyo
esta nación de palmeras y mulatas hermosas. Empezar a reconstruir las estructuras
desvencijadas de nuestra mal entendida y peor atendida democracia.
Apartar del camino las obsolescencias y las
ideas egoístas entronadas en las oscuras galerías del poder. Dejar de ser
ciudadanos con el valor de un voto para que nuestro voto tenga el valor que la libertad
reclama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinion nos ayuda a crecer