Durante años, la historia de la Amazonía ha sido una
de destrucción. Una batalla sin éxito para proteger al bosque tropical
más grande del mundo, clave en la lucha contra el cambio climático. Sin
embargo, esta afirmación a la que estamos tan acostumbrados, ya no
representa con veracidad la situación que atraviesa en la actualidad
este inmenso manto verde.
En el extremo sur de la Amazonía, un equipo
especial de la Agencia Medioambiental -conformado por hombres y mujeres-
conversa relajadamente bajo la sombra de un árbol de mango. Su
apariencia dista mucho de la de un grupo de burócratas vestidos con
trajes arrugados.
En Brasil, los agentes medioambientales visten ropas militares. Y en vez de documentos y carpetas, llevan armas.
Estos oficiales -como muy pronto iba a
descubrir- son soldados en la línea de fuego de lo que Brasil considera
una guerra para proteger la Amazonía.
El equipo me invitó a participar en uno de sus
operativos de rutina. El objetivo era atrapar a una banda ilegal de
leñadores que habían descubierto en el bosque, gracias a la tecnología
satelital.
Frente a un mapa colocado en la pared, tres
comandantes discutían la logística de la misión, como si se tratase de
un operativo militar.
"¿Es probable que los leñadores vayan armados?", pregunté.
"No te preocupes", me dijo el comandante en jefe, Evandro Selva. "Es muy probable que sólo lleven rifles de caza", agregó.
"¿Sólo rifles de caza?", respondí irónico poniendo énfasis en sólo.
Momentos después estábamos en una camioneta y,
antes de que tuviese tiempo de acomodarme, Evandro me sacó de allí para
que nos subiésemos a un helicóptero.
Operativo en marcha
Después de volar durante una hora, Evandro me
informó que estábamos acercándonos a nuestro objetivo. Tras recorrer una
zona de bosque aparentemente intacta, un gran claro se abrió ante
nuestros ojos.
Incluso yo pude darme cuenta de que los árboles
habían sido talados recientemente.
Algunos todavía quedaban en pie
-altos y frágiles- pero el suelo se veía cubierto de hojas y ramas.
Desde el aire podía ver las heridas abiertas en la tierra roja, por
donde las máquinas habían devorado el paisaje.
Por mis audífonos podía escuchar emocionados
gritos en portugués. Uno de los oficiales señaló hacia abajo: allí había
un camión cargado con troncos y frente a éste un tractor. Al lado, dos o
quizá tres hombres mirando hacia el helicóptero.
Bajamos de inmediato, creando una tormenta de polvo y hojas secas.
La camioneta y el tractor seguían allí, pero lo hombres habían desaparecido.
"Ya volverán", me dijo Evandro con seguridad. "Nos esconderemos por aquí para esperarlos".
Los tres agentes se agazaparon entre los troncos
y las ramas, con las pistolas en sus manos. El camarógrafo y yo nos
escondimos también. Mientras, el helicóptero partió generando otra vez
un revuelo de hojas y tierra roja.
Después todo quedó en silencio. Los cinco nos
quedamos callados y en cuclillas bajo los rayos del sol, envueltos en
una nube de pequeñas abejas.
"¿Cómo una operación como ésta puede acabar con la tala ilegal?", pensé para mis adentros.
En cifras
Entre 1996 y 2005, se perdieron cerca de 19.500
kilómetros cuadrados de selva por año. En 2004 se llegó un máximo
histórico, cuando se perdieron más de 27.000 kilómetros cuadrados.
Luego, ese mismo año, Brasil le declaró la guerra a la deforestación y prometió reducir sus índices en 80% para 2020.
Siete años más tarde, esa meta casi fue
alcanzada. Las cifras más recientes, publicadas hace algunas semanas,
muestran que 2011 tuvo los niveles más bajos de deforestación desde que
se empezó a llevar un registro, hace tres décadas.
Sólo se talaron poco más de 6.200 kilómetros
cuadrados. Eso es un 78% por menos que en 2004. Es verdad que son muchos
árboles, pero también representa un progreso considerable.
Por supuesto, el gobierno brasileño no es el
único que se lleva el crédito. Durante mi viaje por la región, me topé
con una serie de personajes que están cumpliendo un papel importante,
como John Carter, un exsoldado estadounidense convertido en ganadero que
trabaja para mejorar el manejo de tierras en la Amazonía, o los
indígenas amazónicos que trabajan para una empresa que combate los
incendios forestales.
Esperanza
Pero, como les venía contando, nos quedamos en
esa incómoda posición durante casi media hora hasta que aparecieron los
culpables.
"¡Deténganse!", les gritaron los comandantes.
Los agentes lograron arrestar a cinco hombres e incautaron tres camiones
y dos tractores. Me daba miedo enfrentarme a estos hombres, pero todos
tenían un aspecto patético, con sus ropas desgastadas y sus cigarrillos
para armar.
Regresé del operativo inundado de una sensación de esperanza.
Es verdad de que el hecho de que exista una
explotación maderera ilegal a tan sólo una hora en helicóptero de una
importante ciudad brasileña demuestra que el bosque aún es vulnerable.
Pero, aunque suene un poco increíble, sí parece que la batalla por frenar la destrucción de la Amazonía se está ganando.
Y, lo que es más importante, está sucediendo
antes de que sea demasiado tarde, porque lo que la mayor parte de la
gente no se da cuenta, es cuánto de este bosque está aún en pie. Las
imágenes satelitales demuestran que el 80% de la Amazonía todavía está
intacta.
Una reflexión inspiradora para empezar el nuevo
año, pensé mientras volvíamos a la oficina, atravesando un camino
sinuoso en medio de los imponentes árboles.
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