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viernes, 23 de septiembre de 2011

“Aquellos polvos han generado estos fangos”

Intelectual mocano 
La violencia, con tufo a parca y miseria, se ha apoderado de nuestro espacio vital.  Los noticieros, cargados de un morbo irracional y mezquino, se han convertido, en siniestros espectáculos de sangre y dolor, trasmutando esta situación de emergencia nacional, en un circo dantesco, cuyo horror alimenta el crimen como el viento al fuego.


Una sombra de llanto y luto arropa nuestro pueblo. Y pienso que algo se nos ha ido de las manos. A las autoridades, a la gente de a pie, al sacerdote, al farandulero, al abogado en abandono.  A la sociedad en su conjunto, que asiste llena de pánico, a la contemplación de este show grosero y espeluznante.

Empezamos por desterrar principios fundamentales en nuestra educación, convirtiendo al alumno en un simple objeto, una vasija a ser llenada de información, que luego repetirá como papagayo en un examen trivial y que olvidará al momento mismo de conocer sus resultados. Un alumno sin conciencia ciudadana, sin valores, sin capacidad critica e interpretativa.  Ajeno a su realidad, lacerada su autoestima y sin capacidad para comprender su función dentro de una sociedad competitiva y demandante, que es incapaz de darle una formación integral y adecuada para hacer frente a la vida misma.

La familia se fue degradando ante nuestras miradas, sin pizca de asombro.  Padres abandonando sus hijos, olvidando su responsabilidad primaria de proveedor y sostén moral. Padres, que es justo de decirlo, son el resultado de una sociedad injusta y desalmada en su estructura, que los excluye de su bonanza económica, y les impide muchas veces, desarrollar su fuerza laboral, por cuanto se lanzan a las calles hastiados de su suerte con todas sus consecuencias.

Madres sin pudor, generando núcleos familiares disfuncionales y transmitiendo a las proles, la carga emocional de sus relaciones fallidas. 

La relación de pareja como génesis fundacional empezó a ser vista como una simple unión copular de gozo momentáneo, sin prevención de consecuencias. 

  Esto desde el inicio mismo de la adolescencia. Por eso, no resulta difícil encontrar en nuestras comunidades, jóvenes con menos de dos décadas de existencia, cargadas de niños, de múltiple paternidad.

En algún momento las instituciones del orden se convirtieron en un desorden.  Hoy día observamos en los partes noticiosos de la Policía Nacional, el anuncio de que en un crimen, un asalto o secuestro, estaban las manos nada piadosas de uno de los suyos, y esto sin el menor sonrojo.  La delincuencia empezó a anidarse entonces, en los organismos creados para evitarla y enfrentarla. 

Todo ello con el vestido de la corruptela y la complicidad de un poder civil cada vez mas impotente ante la barbarie.  Una justicia indulgente y benigna, sin rastro de conmoción.  Y una sociedad cada vez más pendiente de los dislates faranduleros de nuestro circo mediático que de los problemas verdaderamente acuciantes.  

 Lo digo por una razón sencilla. Se ha hecho mas coro al absurdo espectáculo entre una productora de televisión y un funcionario publico que al caso de la jueza, que dejó en libertad, bajo una fianza “pirrica” de cinco mil pesos, al monstruo asesino de una niña, por el simple hecho de ser un infante extranjero.

Obvio que estamos en el centro de la tormenta de un mundo cada vez mas convulso y cuya maldad se ha expandido como plaga hasta donde nunca antes vimos. Pero cargamos nuestras culpas.  Pareciera que en la misma medida que crecemos materialmente, descrecemos espiritualmente.  Y esa realidad nos hace moralmente vulnerables y éticamente frágiles.

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