Autor Fernando Rodriguez |
"Columnista de Oasis en la Capital Dominicana"
La naturaleza, la vida o el propio Dios, nos muestran con
fenómenos incontrolables, como los acontecidos en nuestro empobrecido vecino Haití, y en la
rica y lejana Japón, cuan débiles
y expuestos estamos a desaparecer en cualquier momento de la faz de la tierra o
a sufrir pérdidas o daños físicos y
materiales irreparables aunque vivimos de espaldas a esa realidad.
Ante la furia de la naturaleza, manifestada a través de terremotos, inundaciones, huracanes o grandes incendios, es poco lo que
podemos hacer no obstante los avances y recursos técnicos y científicos con que
cuenta el mundo. Algunos de estos fenómenos son previsibles, como los ciclones,
pero eso no impide la secuela de daños que generalmente ocasionan.
En los últimos días, el país ha sufrido, en distintas zonas
de nuestra geografía, varios movimientos telúricos que aunque no han ocasionado daños mayores, han provocado una
situación de pánico entendible por las numerosas fallas geológicas que atraviesan nuestra isla y la ausencia de una política de
prevención y orientación ciudadana.
A esta situación, le sumamos la gran cantidad de edificios de
varios niveles construidos al margen de las normas antisísmicas, las cuales se
establecieron a partir del 1979, y otros, como muchas torres, que se han
levantado de espaldas a una supervisión técnica y eficiente por parte de las
autoridades edilicias y del Ministerio de Obras Públicas.
Definitivamente, tenemos razones para preocuparnos y atender
las recomendaciones de los expertos para,
en caso de un terremoto o
cualquier otro fenómeno de la naturaleza, tratar de mitigar sus catastróficos efectos, aunque
pienso que la preparación más importante es la de estar en paz con Dios, con su
conciencia, con su familia y con… sus semejantes.
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