Unos pocos pero muy intensos minutos de ejercicio a
la semana pueden generar beneficios equivalentes a los de horas y horas
de gimnasia convencional.
Eso es lo que aseguran investigadores
británicos, que sin embargo aclaran que la cuantificación de los
beneficios depende de la genética del individuo.
Esta aparentemente escandalosa
afirmación se sustenta en años de investigación de equipos de
científicos de diferentes partes del mundo. Entre ellos, el del profesor
Jamie Timmons, biólogo de la Universidad de Birmingham.
En Centro de Entrenamiento de Alta Intensidad
del Reino Unido, Timmons asegura que con estos tres minutos en cuatro
semanas se pueden dar mejoras significativas en algunos de los más
importantes indicadores usados para medir el estado de salud.
El primero, la sensibilidad a la insulina, la
hormona que retira el azúcar de la sangre, controla la grasa y cuya
falta es responsable de la aparición de la diabetes.
Según Timmons, las investigaciones de diversos
centros muestran que 240 segundos de muy intensa actividad física
mejoran la sensibilidad de la insulina en un 24%.
La segunda mejora es la de la capacidad
aeróbica, medidor del estado del corazón y pulmones, responsables de
distribuir el oxígeno por el cuerpo, una excelente vara de medir la
salud futura. ¿Por qué? "La respuesta simple es 'no lo sabemos'. Lo que
sí sabemos es que se trata de una herramienta muy potente para predecir
la salud futura", responde Timmons.
Cuando uno lee esto de que se puede estar en
forma con sólo tres minutos de ejercicio a la semana, lo natural es que
se disparen las incredulidades. Por eso lo mejor es probar, y fue lo que
hice.
Prueba genética
Así que mejorar la sensibilidad de la insulina
la capacidad aeróbica supondrá una mejora del estado de salud en
general. Aunque Timmons reconoce que el asunto tiene un pero: hay una
posibilidad de que su fórmula no sirva para la tal mejoría en el caso de
que se tenga una herencia genética inadecuada.
Lo cierto es que las personas responden al ejercicio de maneras muy diferentes.
Un estudio internacional, puso a 1.000 personas a
ejercitarse durante cuatro horas a la semana durante 20 semanas.
Midieron su capacidad aeróbica antes y después, y los resultados fueron
muy llamativos.
Aunque el 15% de la muestra hizo grandes avances, el 20% no mostró mejoras, los que no responden al ejercicio.
No hay evidencias de que estos que no
respondieron no se estuvieran ejercitando adecuadamente, fue simplemente
que el ejercicio no les sirvió para ganar capacidad aeróbica.
Timmons y sus colaboradores estudiaron las
causas de estos efectos diferentes y descubrieron que la clave estaba en
unos pocos genes.
A partir de ahí, desarrollaron pruebas genéticas para poder prever quiénes no iban a responder a los ejercicios.
Me hice las pruebas y comencé el régimen de ejercicios: tres minutos a la semana.
Acelerador a fondo
En realidad es bastante simple, te subes a una
bicicleta estática, calientas y después a fondo durante 20 segundos. Un
par de minutos para tomar aire, y de nuevo al máximo por 20 segundos. Y
listo.
¿Cómo funciona? Según Timmons y otros
investigadores, parte de la explicación, probablemente, es que se emplea
más tejido muscular que en un ejercicio aeróbico tradicional.
Cuando alguien se ejercita con esta fórmula, no
sólo emplea los músculos de las piernas, también los del tronco, brazos y
hombros, así que se activan el 80% de las células musculares, comparado
con el 20% a 40% que activa una caminata de intensidad moderada.
El ejercicio activo también parece quebrar las
reservas de glucosa, depositadas en los músculos como glucógeno. Eso da
pie a que se cree más espacio para recoger más glucosa de la sangre.
Con bastante escepticismo acudí a las sesiones a
lo largo de cuatro semanas. En total, 12 minutos de ejercicio a la
máxima intensidad y 36 minutos de gentil pedaleo.
Después acudí al laboratorio para comprobar los
resultados. La sensibilidad a la insulina mejoró en un destacable 24%,
lo que resultó muy satisfactorio. Sin embargo, mi capacidad aeróbica no
creció.
Sin embargo, Timmons no estaba sorprendido. Con
las pruebas genéticas en la mano ya sabían que estaba en el grupo de
quienes no responden al estímulo y que por más ejercicio que hubiera
hecho, mi capacidad aeróbica jamás mejorará.
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