Benjamin Garcia
Intelectual mocano
Se desplazan veloces por calles, avenidas y callejones como
lobos feroces en busca de presas. No
conocen de leyes y el principio que impulsa su accionar es el instinto. Apareció
como respuesta a la ineficacia e ineficiencia de nuestro Estado para dar
respuestas a necesidades tan básicas, como el transporte. Además de ser una opción, luego de la
desaparición de animales como el burro y la haraganería de la gente para ir en
bicicleta.
El motoconcho es pues una realidad en la escena cotidiana de
nuestros campos, barrios y ciudades. “Una
plaga maldita”, diría un fiscal de mi pueblo, con la razón de un templo. Porque aquellos caballos mecánicos sin rienda
que los frene, son un peligro público, por mas necesarios que resulten en las
comunidades para trasladarse a las escuelas o los puestos de trabajo, o
cualquier otra menuda diligencia.
Ante la ausencia de una política oficial de apoyo al campo, un
campo fértil y redentor como el que tenemos, el hombre abandona el machete y endereza
el “lomo”, para subirse a “lomo” de una maquina desconocida, la cual solo
aprende a encender, mantener medianamente el equilibrio y echar a andar sin
control, por donde la ruta le lleve.
Pero además resuelve.
En una economía excluyente y limitativa, las familias encuentran en este
una solución. Pues no solo es el andar
con un pasajero en la espalda. También “el
manda’o”, como complemento, y mil estrategias mas para hacer rendir las
ganancias. En algún momento, un vivo con
capital, se le ha ocurrido crear una agencia, donde renta el motor a aquellos
que sus escasas posibilidades, les impiden tener uno propio.
Y no solo el campo.
Se dejan negocios. Se abandonan escuelas
y cierto que algún profesional ha tenido la osadía, en medio de la
desesperación, de en horas especiales, salir a rendir su mísero salario con un
par de vueltas en la esquina. El cierre de empresas de zona franca ha sido
caldo de cultivo, junto a la desesperante incertidumbre, ante la mañana que se
levanta sin oferta aparente para llevar un par de plátanos a la mesa o un
pedazo de pan a la boca del niño hambriento.
Mototaxi es para otras culturas donde el “concho” es
desconocido. Y pudieran ser una opción
real y efectiva. Con cierto nivel de
seguridad en calles medianamente cuidadas.
Con disciplina. Con el orden que
establece la ley. Pero es el reflejo de
nuestra informalidad.
Ha venido, desde la orilla, a contar una historia de
desamparo, pero también a gritar su deseo de abandonar la muerte temprana de la
exclusión. A decir, ¡Estoy aquí!, con
ganas de montar el mismo caballo de los afortunados.
Refleja, el motoconcho, la realidad lacerante de una
sociedad sin orden ni respeto. Donde la esquina sustituye la escuela, y el
ruido de la calle, la oración del hogar.
Una sociedad poco participativa y clientelista, en la que el ciudadano
de a pie vale a lo sumo “un voto”, en tiempo de zafra electorera. Es el reflejo de un descuido histórico, de
una deuda social acumulada por siglos. El
“motoconcho” canta las penas de una sociedad a la deriva, sin rumbo ni
horizonte, sin luna llena que ahuyente el otoño. Sin bolero para ahogar las penas alimentadas
por el olvido.
“Sí que tenemos boleros” me dice Juaco, “y luna llena”, “es
que el chofer va muy rápido por túneles, elevados y avenidas de piso negro sin
reflejos y no nos deja ver el horizonte”.
Benjamin Garcia
www.villabega.blogspot.com
www.paratrillarcaminos.blogspot.com
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