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martes, 1 de noviembre de 2011

El motoconcho como respuesta


 Benjamin Garcia
Intelectual mocano

Se desplazan veloces por calles, avenidas y callejones como lobos feroces en busca de presas.  No conocen de leyes y el principio que impulsa su accionar es el instinto. Apareció como respuesta a la ineficacia e ineficiencia de nuestro Estado para dar respuestas a necesidades tan básicas, como el transporte.  Además de ser una opción, luego de la desaparición de animales como el burro y la haraganería de la gente para ir en bicicleta.


El motoconcho es pues una realidad en la escena cotidiana de nuestros campos, barrios y ciudades.  “Una plaga maldita”, diría un fiscal de mi pueblo, con la razón de un templo.  Porque aquellos caballos mecánicos sin rienda que los frene, son un peligro público, por mas necesarios que resulten en las comunidades para trasladarse a las escuelas o los puestos de trabajo, o cualquier otra menuda diligencia.

Ante la ausencia de una política oficial de apoyo al campo, un campo fértil y redentor como el que tenemos, el hombre abandona el machete y endereza el “lomo”, para subirse a “lomo” de una maquina desconocida, la cual solo aprende a encender, mantener medianamente el equilibrio y echar a andar sin control, por donde la ruta le lleve.

Pero además resuelve.  En una economía excluyente y limitativa, las familias encuentran en este una solución.  Pues no solo es el andar con un pasajero en la espalda.  También “el manda’o”, como complemento, y mil estrategias mas para hacer rendir las ganancias.  En algún momento, un vivo con capital, se le ha ocurrido crear una agencia, donde renta el motor a aquellos que sus escasas posibilidades, les impiden tener uno propio.

Y no solo el campo.  Se dejan negocios.  Se abandonan escuelas y cierto que algún profesional ha tenido la osadía, en medio de la desesperación, de en horas especiales, salir a rendir su mísero salario con un par de vueltas en la esquina. El cierre de empresas de zona franca ha sido caldo de cultivo, junto a la desesperante incertidumbre, ante la mañana que se levanta sin oferta aparente para llevar un par de plátanos a la mesa o un pedazo de pan a la boca del niño hambriento.

Mototaxi es para otras culturas donde el “concho” es desconocido.  Y pudieran ser una opción real y efectiva.  Con cierto nivel de seguridad en calles medianamente cuidadas.  Con disciplina.  Con el orden que establece la ley.  Pero es el reflejo de nuestra informalidad. 

Ha venido, desde la orilla, a contar una historia de desamparo, pero también a gritar su deseo de abandonar la muerte temprana de la exclusión.  A decir, ¡Estoy aquí!, con ganas de montar el mismo caballo de los afortunados. 

Refleja, el motoconcho, la realidad lacerante de una sociedad sin orden ni respeto. Donde la esquina sustituye la escuela, y el ruido de la calle, la oración del hogar.  Una sociedad poco participativa y clientelista, en la que el ciudadano de a pie vale a lo sumo “un voto”, en tiempo de zafra electorera.  Es el reflejo de un descuido histórico, de una deuda social acumulada por siglos.  El “motoconcho” canta las penas de una sociedad a la deriva, sin rumbo ni horizonte, sin luna llena que ahuyente el otoño.  Sin bolero para ahogar las penas alimentadas por el olvido.


“Sí que tenemos boleros” me dice Juaco, “y luna llena”, “es que el chofer va muy rápido por túneles, elevados y avenidas de piso negro sin reflejos y no nos deja ver el horizonte”.

Benjamin Garcia
www.villabega.blogspot.com
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