Autor Benjamin Garcia |
Columnista Estrella de Oasis
Mucha tinta derramada sobre papeles indefensos. Discursos lanzados a ningún buzón. Denuncias, programas descarnados de
periodistas valientes. Inquietudes sin
eco, cinismo y mucho descaro. Panorama sombrío
que presenta el tema de la corrupción en nuestro amado país.
Previo al ascenso al poder escuchamos lindezas como la de
colocar las manos para ser cercenadas si alguien en su gobierno osara meter las
suyas. Alguno llegó a presentarlas como
garantía. Una vez fue tema de campaña y
cual jovencita en una rifa de bazar, un candidato la levantaba acompañado del
slogan “manos limpias”. Genial e irónica
la mas de una vez pronunciada expresión: “No me digas al oído lo que no seas
capaz de decir en público”. Y después el ejercicio, sarcástico, irreverente y
olvidadizo.
Se crean leyes, no hay dudas de los avances en este sentido,
para transparentar el ejercicio del poder.
Organismos reguladores y oficinas de nombre sonoro pero con menos poder
para actuar que el Alcalde Pedáneo de la comunidad de Las Espinas. Estructuras para supervisar, alertar, bucear
en el manejo de los fondos de las instituciones y si no para castigar, por lo
menos para sugerir el castigo, pero andan cojas, a veces con las mismas
dolencias del paciente a quien deben vigilar.
La historia cuenta de algún Jefe de Estado, desmontado de su
“banqueta”, por la severidad con que actuaba ante las nefastas acciones de sus subalternos, lo conminaron a abandonar
el poder. Ganó la sombra y se aposentó
orgullosa, engreída, desafiante y manipuladora.
Desde entonces, con mayor desenfado el cáncer se ha expandido hasta
cubrir toda la sociedad en su conjunto, abarcando sindicatos, asociaciones de
empresarios, instituciones menores, hasta el mecánico del patio donde te venden
la misma pieza que antes fue robada a tu carro.
De ahí el desparpajo con que un gobernante fue capaz de
justificar el clientelismo frente a las oficinas públicas, haciendo referencia
a “la mordida”, nombre dado en un país hermano al dinero con que un trabajador estatal completa su
sueldo miserable. Este mismo ironizó y se le celebró el famoso desliz de “La
corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”.
El panorama se presenta desafiante. Tenemos la obligación de desmontar estas
mafias enquistadas en el poder. No
podemos, por el bien de las futuras generaciones, seguir aceptando el bochorno
que representa, ver salir del barrio un individuo sin preparación, a veces con
los pantalones rotos, y luego verle llegar ostentando una riqueza
injustificable y de dudosa procedencia.
El crecimiento económico es una realidad
inocultable como es
inocultable el hecho de no poder mostrar beneficios en la misma
magnitud. Es fácil el ejercicio. Recorra el país y contabilice sobre
todo los últimos
quince años. Ni cualitativa ni
cuantitativamente se logra un justo balance entre lo recibido por el
Estado y
lo desvuelto a la población. ¿Dónde
queda lo otro? Todos lo sabemos.
La sociedad en su conjunto, mareada por las dádivas y el clientelismo voraz, no
alcanza a comprender la magnitud del problema.
Es obligación nuestra hacerla despertar, desenmascar los corruptos y
demandar, con vehemencia, un castigo ejemplar. Empezando por devolver la
espalda cuando intenten comprar con palabritas bonitas o una migaja de pan
nuestro voto.
Hoy me he sentado a escribir el segundo discurso de mi
“propuesta presidencial”, pero este tema es muy serio para ironizar con
él. A parte del repudio que nace en mis
entrañas cuando recuerdo el olor a carroña de los tristemente célebres,
corruptos de nuestro patio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinion nos ayuda a crecer