Autor Benjamín García
Intelectual mocano
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No se trata
de volver a teorías en deuda con la humanidad. Rescatar conceptos
engavetados tras décadas de luchas ideológicas. Regresar sobre filosofías
trilladas y algo perturbadas por la extraña reacción humana ante la propuesta
de sus valores. No es repetir la historia de provocar las masas irredentas
y lanzarlas al abismo del desconcierto. No es desandar las bibliotecas y
desentrañar viejos dichos, escribirlos sobre las paredes del pueblo o
gritarlos en movilizaciones sofocadas a gas y tiros.
Es
reinterpretar la historia, reconocer los nuevos lenguajes y redescubrir el
corazón del hombre. Sus aspiraciones, a principio de un siglo
radicalmente diferente a los anteriores. Sus anhelos de cambios.
Acompañarlo en la difícil tarea de rearmar utopías y reinterpretar los sueños,
Hacerle creer de nuevo en sus fuerzas, en su potencial para convertirse en
agente protagonista de su futuro.
Convencer a
la humanidad de que todavía se puede andar cobijado por la esperanza, sin que
la sombrilla tenga color o insignia. Persuadir a aquellos que han
decidido pedir parada, asqueados ante tanta desfachatez.
Los modelos,
como todo en la vida, se agotan, tienen fecha de caducidad, aunque no la
traigan impresa en la tapa. Las últimas dictaduras ven llegado su
fin. Lideres que parecieran rocas inmutables, van cayendo con toda su
carga de muertes y miseria, de intolerancia y opresión. Igual los
esquemas de una estructura económica brutal y desconfiada. Esta especie
de marcha hacia la nada con abismo incluido. Una cuenca profunda, por donde
corren ríos de oro cuyo destino son apenas unos pocos bolsillos manchados de
dudas, y cuyo fondo pareciera no tener fin.
Unos
bolsillos egoístas, insaciables y en ocasiones perversos. El hombre
alguna vez debió reivindicar su condición de propietario medio, para arrancar
algunas tiras, un pedazo de pan o una pieza de algodón para dormir en
paz. Dejando en el propósito jirones de su piel, pues esos ríos de
riqueza infinita corren gracias a su trabajo, al sudor de sus entrañas y la
justicia le grita su pertenencia.
Se trata
justamente de ella. Si me sobra un poco de alimento en el plato, a
alguien ha de corresponderle, por justicia. Corroboro la máxima del
poeta, “el dinero ha de tener fecha de vencimiento para que nadie pueda
acumularlo y mucho menos usarlo en contra de nadie”. No es posible tanta
riqueza, tanto valor acumulado y sin embargo tantas lágrimas derramadas por
necesidades elementales.
Si no
construimos la carretera no tendremos por donde movernos, si el puente no se
levanta, la otra orilla nos será infinita. Pero si no le alimentamos, el
niño no tendrá las fuerzas para desplazarse sobre ellos. Las bibliotecas,
los estadios, los grandes centros urbanos necesitan atención, en estos espacios
discurre la vida. Pero como en el teatro, que lo único indispensable es
el actor, aunque falten las luces, la utilería y el propio maquillaje, así es
la vida, lo más importante es el hombre. Si no tiene la educación y los
valores, como tal pasa, no acudirá jamás a alimentar su espíritu en uno de
estos espacios fastuosos.
Y es que hay mucho dinero generando ganancias para unos pocos y poco
de este produciendo riquezas para las grandes mayorías. No hacemos nada
con papeles bancarios, cuando esos recursos hacen falta para construir
industrias, levantar barriadas, para poner la tierra a producir. Diez
pesos invertidos en un surco son más importantes que miles encerrados en
bóvedas frías. Quizás esta sea la sinrazón de este tiempo.
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