El coronel Muammar Gadafi era famoso no sólo por ser
cruel, sino también por su teatralidad. BBC Mundo examina si este
autócrata moldeado en la tradición de Mussolini, Idi Amín u Omar Bongo,
podría ser el último exponente de esta línea.
Si Gadafi hubiera dicho que alguna vez me conoció, no podría desmentirlo.
Apenas nos cruzamos en el vestíbulo
de un hotel de lujo en Trípoli, en la década de los 80, mientras Libia
esperaba airada y con preocupación los ataques aéreos estadounidenses.
Yo me encontraba entre cientos de periodistas
occidentales que habían sido invitados a presenciar la devastación que
Gadafi suponía que iba a caer sobre la capital libia.
Creo que aún no se acuñaba el término "escudos
humanos", en ese tiempo, pero habría descrito nuestra condición en forma
apropiada.
Se nos mantenía en un encierro dorado, sin siquiera poder abrir las puertas de cristal de la entrada del hotel sin permiso.Veíamos servirse enormes buffets cada cierto
número de horas. Nos empezaban a apretar los pantalones en la misma
media en que nos íbamos poniendo furiosos.
Pantalones ajustados
La noticia de que el el coronel nos iba a visitar levantó los ánimos de manera considerable.
Incluso entonces, Gadafi cambiaba de personalidad así como otros cambian de calcetines.
Un día aparecía como vocalista de coro tipo Motown, con una permanente y pantalones ajustados.
Al siguiente, parecía un almirante de opereta sudamericana, vestido de blanco y con el pelo trenzado.
Cuando yo lo vi, había elegido la túnica de un berebere y lo que presuntamente juzagaba ser la mirada de un místico anacoreta.
Fingía no ver la muchedumbre de periodistas y se
paseaba por el vestíbulo, haciendo pausas para lanzar la mirada hacia
la distancia.
Por cierto, era totalmente ridículo, pero nadie decía nada.
El periodismo era, entonces, un asunto mucho más formal.
Su personalidad estrafalaria no formaba parte de
los informes de la prensa extranjera en esos días, aunque al final
resultó ser lo más importante.
Exageraciones
Gadafi era un hombre fuerte teatral, a la antigua, como Mussolini o Idi Amin.
Era cuidado por una fuerza de guardaespaldas
mujeres. Conducía un carrito de golf y cerró permanentemente todas las
salas de cine en el país, aparentemente en caso de que los asistentes a
los cines empezaran a conspirar contra él.
Con Gadafi y con todos ellos, sin embargo, la oscuridad siempre estaba ahí.
Corrompió el alma de la nación. Todos se preguntaban si los demás eran informantes.
Una mujer madura en Bengasi me dijo que podía
recordar a los dirigentes de una revuelta estudiantil previa, colgados
de los postes de luz en el centro de la ciudad.
Con las manos atadas a la espalda, sus cuerpos colgaban, con los pies apenas a un metro de distancia del suelo.
"Sería bueno pensar que esa clase de dirigente desapareció junto con el hombre que pasó su vida en un palacio y sus últimos momentos en una alcantarilla"
La vida se les escapaba lenta y agonizantemente.
Y cuando estaban cerca de morir, un conocido
ayudante de Gadafi los remató abrazándolos por las rodillas y empujando
hacia abajo sus indefensos cuerpos.
Del palacio a la alcantarilla
Todo esto ocurrió pocos años antes de que yo
viera a Gadafi posando con su mirada de fingida inescrutabilidad, en el
lobby de aquel hotel de lujo.
Años de cirugía plástica mal hecha profundizaron esa semblanza.
Ahora no habrá ninguna rendición de cuentas por cuenta de Muamar Gadafi.
No habrá preguntas de los deudos para ayudar a entender por qué causó toda esa destrucción.
No habrá confesiones de sus compinches acerca de cómo lo hizo.
Tal vez será el último de los hombres fuertes teatrales y teñidos de sangre.
Sería bueno pensar que esa clase de dirigente
desapareció junto con el hombre que pasó su vida en un palacio y sus
últimos momentos en una alcantarilla.
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