CULTURA VIVA
Por Lincoln López
La primera vez que lo conocí fue presenciándolo
como violinista de la desaparecida y famosa orquesta “Los Caballeros
Montecarlo”.
En más de una ocasión coincidimos lejanamente en
actos culturales y/o presentaciones artísticas.
El honor de conocerlo más de cerca lo debo a un gran amigo común, músico y arquitecto:
Tony Cruz. Tratarlo me ha permitido conocer algo acerca de su vida personal,
social y de sus dos profesiones: artista del violín y Doctor en Farmacia
(aunque hubiera preferido ser arquitecto).
Aquilatar mejor otras virtudes como
su amor a la familia, amigo del amigo, trabajador, honesto, que no teme decir la
verdad, y con una vida artística tan luminosa, que sorprende su sencillez y su
discreción, porque no ha “pasado factura al país”.
Llegó a la capital dominicana a principios de los
años 50, con su violín a cuestas. Su padre le dio dos cosas: cien pesos para
pagar la inscripción en la única universidad y la pensión, y los consejos propios
de un padre preocupado por el futuro de su hijo.
Por su talento artístico indiscutible, fue
admitido como violinista de la Sinfónica Nacional. Uno de los más jóvenes (o el más) en una orquesta de la Era de
Trujillo nutrida por muchos inmigrantes y destacados músicos europeos. De ahí pasó
a otra institución élite: La Voz Dominicana, dirigida o comandada por hermano
del dictador Petán Trujillo.
En la Semana Aniversaria desfilaron las estrellas
máximas del arte popular continental, a
quien nuestro violinista acompañó: Libertad Lamarque, Pedro Vargas, Marco
Antonio Muñiz, Gilberto Monroig, Tito Rodríguez, Barry White…y, de las estrellas
dominicanas como Alberto Beltrán, Sánchez Cestero, Julio Grauteaux, Lope
Balaguer…
Combinar lo clásico y lo popular, y sobresalir en
ambos, es un mérito que pocos pueden alcanzar. Cuando pudo viajar a Estados
Unidos (Nueva York), terminada la tiranía, implementó esa combinación, y
repitió el éxito. Violinista de la Filarmónica de Nueva York y de la orquesta
de otro famoso músico santiaguero: Jhonny Pacheco.
En su etapa de la Charanga,
tenía como instrumentos principales: la flauta tocada por el propio Pacheco, y
dos violines, uno ejecutado por Carlos Piantini, posteriormente famoso director
sinfónico de reconocida fama internacional, y el otro, por mi distinguido amigo
y violinista santiaguero.
Me cuenta que las giras eran muy frecuentes y cada
vez más largas (una de ellas duró tres meses sin volver a ver su familia). Viajó a La Florida donde se integró a la tercera
filarmónica (primer santiaguero en lograrlo), alternando con grupos populares,
entre ellos, Los Violines de Pego con quien grabó numerosos discos de larga
duración.
Su anecdotario es extenso, jocoso e interesante.
Con los artistas en la pulpería de Agustín, frente al “Palacio radio-televisor”.
Recuerdo la de Mario de Jesús (notable compositor) confiándole intimidades
románticas de donde surgió el famoso bolero “¡Ayúdame Dios mío!”.
Si hay mérito musical y cultural del Gran Teatro
del Cibao en mi gestión se debe a la generosidad ilimitada de:
Leonel Cantisano. Digno artista del violín.
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