Para muchos de nosotros nuestro estómago parece ser
una suerte de misterio, pero un nuevo estudio revela las sorprendentes
maneras en que nuestro sistema digestivo ejerce control sobre nuestro
apetito y humor.
No todos tenemos la oportunidad de observar nuestro propio proceso digestivo en acción.
Rodeado de gente en el Museo de
Ciencias de Londres, recientemente presencié cómo un copo de avena que
había ingerido en el desayuno era envuelto, triturado y expuesto a los
ácidos hasta ser finalmente expulsado hacia mi intestino delgado, como
un puré cremoso llamado quimo.
Una cámara en miniatura en forma de píldora recorrió todo mi sistema digestivo proyectando imágenes en una pantalla gigante.
Su primera parada fue mi estómago, cuyo complejo
trabajo está bajo el control de lo que a veces es llamado el pequeño
cerebro: un conjunto de redes neuronales que recubren el estómago y el
sistema digestivo.
Sorprendentemente, existen alrededor de 100 millones de estas células en el estómago, tantas como en la cabeza de un gato.
Este pequeño cerebro no piensa en una forma tan
compleja, pero es fundamental para el proceso diario de trituración de
alimentos durante la digestión, y en la mezcla y absorción que ayudan a
la correcta extracción de los nutrientes y vitaminas que necesitamos.
Todas estas neuronas que recubren nuestro
sistema digestivo permiten establecer un contacto más cercano y directo
con nuestro cerebro, a través del nervio vago, que a menudo regula
nuestro estado emocional.
Por ejemplo, cuando sentimos mariposas en el
estómago, sucede que el cerebro en ese órgano se está comunicando con
nuestro cerebro en la cabeza. Cuando nos sentimos nerviosos o con miedo,
la sangre es desviada de nuestro estómago hacia los músculos. Ésta es
la forma de protesta del sistema digestivo.
Las hormonas que producen hambre
Para alojar una gran cantidad de comida el
estómago tiene que dilatarse, partiendo del tamaño de un puño hasta
convertirse en un recipiente con una capacidad de cerca de dos litros.
Solíamos pensar que los músculos receptores en
el estómago le decían al cerebro cuándo estaba lleno para que dejáramos
de comer. Pero parece ser que las señales de hambre producidas por el
estómago son más sofisticadas que eso.
El entender este mecanismo le ha permitido a los
médicos tratar a Bob Lakhanpal, padre de cuatro niños, quien muy
difícilmente se siente lleno, sin importar lo mucho que coma.
Hace seis años sufrió un paro cardíaco a la edad de 28 años. Para ayudarlo a perder peso le hicieron una bypass gástrico.
Podríamos pensar que reduciendo el tamaño del
estómago de Lakhanpal sería suficiente para resolver este problema, ya
que cuanto más pequeño es el estómago, menos uno come.
Pero de acuerdo al cirujano Ahmed Ahmed del Charing Cross Hospital de Londres, parece ser que esa idea no es cierta.
El pensamiento moderno es que al realizar esta
cirugía se producen varios cambios hormonales y químicos que afectan los
niveles de sensación de hambre y satisfacción, que a su vez causan la
pérdida de peso.
"La cirugía gástrica de Lakhanpal sirvió para
separar y aislar una parte de su estómago que produce la grelina, una
hormona que parece jugar un rol crucial en provocarnos la sensación de
hambre", explica Ahmed. Los médicos esperan que, tras la operación, se
detenga la producción de la grelina.
Su nuevo estómago reducido fue adherido al
intestino delgado, a una sección conocida como el íleon, que segrega un
tipo diferente de hormona digestiva responsable de nuestra sensación de
estar llenos.
Toma de decisiones
Cuando comemos, la comida tarda 20 minutos para
ir del estómago al íleon, causando la liberación de esta hormona que le
dice al cerebro estoy lleno.
Por ese motivo es mejor comer despacio, así le
damos la oportunidad al estómago de avisarle al cerebro que ya está
satisfecho y evitar sentirnos no tan ligeros.
Ahora Lakhanpal tiene el íleon más cerca al estómago y su cerebro recibe la información más rápido.
Seis semanas después de la operación bajó 19 kilos.
Se suele pensar que el cerebro regula nuestro
proceso de toma de decisiones, pero con operaciones como ésta queda
claro que nuestro sistema digestivo afecta profundamente la forma en que
nos comportamos.
Por ejemplo, cuando comemos mucho y tenemos
ganas de acostarnos en la cama a descansar es porque un tercio de
nuestro flujo sanguíneo ha sido desviado al estómago para permitirle
hacer su trabajo vital.
Ese el motivo por el cual nos dicen desde
pequeños que después de comer hay que descansar, no hacer movimientos
bruscos y esperar que el cuerpo realice su proceso digestivo.
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