Escrito por Benjamin Garcia |
En medio de una diligencia, me veo impelido a recorrer a pie,
un tramo importante de la avenida 27 de Febrero de Santiago, en el tramo
comprendido entre Villa Progreso y la Estrella Sadhalá. Los que conocen la zona
sabrán que aquello es como si te encontraras caminando en medio de un campo de
concentración en plena guerra. Debí
sortear toda suerte de obstáculos.
Vehículos estacionados sin ningún rubor en medio de las aceras, cuyas
condiciones están dadas, mas para competencias de motocicletas, que para ser
recorridas por ciudadanos.
En cualquier momento te encuentras con la joroba de una raíz
embravecida queriendo mostrar al mundo su existencia miserable, vendedores
ambulantes en franco desafío a la razón, desechos de construcción dejados sin control o
construcciones levantándose sin reparo en las normas que la regulan, mosquitos,
ambiente contaminado, unidades del transporte público obstaculizando el
tránsito, en fin, una especie de ruta alternativa al mismo infierno.
Agregue usted a esto, talleres de mecánica que se toman la
acera y parte de la calle sin que un inspector del Ayuntamiento Municipal
repare en lo imprudente de la situación aparte de la ilegalidad que implica. Incluya
un vertedero en plena vía donde deambulan todo tipo de alimañas. Y para “poner
la tapa al pomo”, el medio natural de todo transeúnte a ser asaltado.
Quiero un refugio, un espacio que me libere del miedo, de
aquel estadio infernal y no lo encuentro.
Salvo el parque Eduardo León Jiménez, iniciativa de la emblemática
empresa fundada hace más de un siglo por este ciudadano, y que salva a los
habitantes de algunos barrios periféricos, en todo ese trayecto no hay un solo
espacio público disponible para que el ciudadano pueda entrar, con todas las
medidas de seguridad, y descansar un rato.
La ciudad, huérfana como ha crecido, sin planificación ni
controles adecuados, no ofrece al ciudadano de a pie o a los habitantes de los
residenciales, plazoletas, parques, plazas públicas, donde estos se puedan
reunir a conversar o descansar o simplemente a ver pasar la vida, salvo algunas
excepciones, debo ser justo. Existen
otras, pero herencia de los primeros constructores y están fundamentalmente en
el Centro Histórico medianamente atendidas.
Mas no así para las zonas urbanas de desarrollo posterior, donde ha
primado el criterio político o la conveniencia económica de los promotores de
urbanizaciones.
Por ley, cada urbanización desarrollada por iniciativa
privada debe entregar un porcentaje del terreno a la municipalidad para el
levantamiento de plazas o centros deportivos, y otro tanto con un carácter
institucional para iglesias, escuelas u oficinas gubernamentales. Cuando los vecinos tienen el ojo pendiente,
estas suelen respetarse, mas, al primer descuido un político con influencia se
alza con la propiedad de estos terrenos, o los alcaldes de turno lo reparten
entre amigos, dejando la comunidad desnuda, cual doncella ultrajada.
Sabemos de planes de desarrollo, de propuestas para hacer la
ciudad más habitable, de ideas para generar una visión adecuada sobre el
crecimiento urbano. Pero todo queda en
papeles, en los archivos de algún ejecutivo con buenas intenciones, pero sin las
herramientas para echarles a andar o muere bajo los patas de los intereses
privados.
Se hace necesario, urgente, el rescate de la ciudad. Una mejor planificación por parte de las
autoridades y mayor vigilancia de los ciudadanos. La ciudad muere en el desamparo, necesita ser
higienizada, desarrabalizada. La ciudad
clama cuidados, un poco más y cae en coma.
Nuestro gran Santiago, amado Santiago de todos reclama a gritos una mano
amiga, y sus ciudadanos, el respeto de parte de quienes han asumido la responsabilidad
de cuidarla.
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