La política
Escrito por Benjamín García
Eran conocidos, de toda la vida y la historia, sus amoríos
con lanzadores derechos y zurdos. Convencida
estaba de la condición de verdugos de ambos, pero no había remedio, su condena
era sobrevivir en aquella dualidad. Época
hubo en que la discusión de la conveniencia entre andar con uno y otro era
posible en cualquier improvisada tertulia de parque, actividades de clubes
sociales o colmado de esquina.
Convencidos estaban unos de las bondades de los derechos. Razones
exponían; eran más dados a la libertad,
al juego del respeto a las iniciativas privadas, a no entorpecer las creencias,
entre otras virtudes. Pero los zurdos, atrincherados en teorías dialécticas,
les echaban en cara las injusticias, las desigualdades sociales, el
desequilibrio en las clases. Además, por alguna razón, eran más dados a la “cogioca”
cuando lograban el derecho de recorrer las “oscuras galerías del poder”.
Los de la zurda tenían sus defensores. Eran rebeldes, bravucones de barricadas. Echaban manos de miles de formas para
resistir las embestidas de los derechos, todo por encontrarse en minoría, la mayoría
de las veces. Pero les defendían a partir de la promesa de una sociedad justa,
la construcción de un hombre nuevo, más solidario y donde las riquezas
producidas, prometían, serían repartidas por igual.
Desde la acera del frente les venían los dardos. No es gente de fe, le gritaban, para que no
se fuera con ellos, sustentaban su argumento en las criticas vertidas contra la
cultura religiosa establecida. No
repartirán riquezas, sino pobrezas.
Además, solo es cuestión de probarlos cuando através de ella pudieran
accesar a los salones tenebrosos del poder.
A través de ella, la política, los de derecha, jugando a la
opresión en momentos, como los de izquierda, o distraídos con la vieja gorda e
impostora sin postura de la democracia, han dominado por más tiempo la
sabana. Aunque los zurdos hayan
alcanzado la sombra fresca de alguna pradera donde todavía pastan. Cuba el
ejemplo.
Sin embargo, y he aquí la triste victoria sobre la tan
pretendida política. Que ya andan todos juntos
y cuando no, pasan de una acera a la otra con tal facilidad que no alcanzamos a
descubrir la diferencia entre uno y otro.
Quizás por eso ya no es lo mismo.
Y aquello sobre lo cual intentamos alguna vez construir los sueños de
una sociedad justa ha permitido ser vilipendiada, vapuleada y violada en su
propio honor.
Y es que hubo un tiempo en que la mirada de la política era
diáfana y transparente. Con ella iban unos y otros, más unos que los otros, a
visitar con frecuencia las bibliotecas del pueblo o a bailar con sus promesas
en el club de la comunidad. Estaba en boca de todos, intelectuales de barba blanca,
jóvenes inquietos cuyo mayor orgullo era su boina calada. Sin embargo, esta
dualidad la ha llevado a la coquetería destructiva. Mas que hermosa, hoy se
presenta seductora y cruelmente devoradora. Joder Joaco… ¿tú lo recuerdas?
Hoy la bella y radiante política ha sustituido el libro por
una botella de ron, o whisky, ya da para
todo. El galanteo por la “chercha”. Las charlas clandestinas por reuniones de aposento
para repartos malsanos. Prefiere el colmadón con aliento etílico a las aulas
universitarias. Es mejor quien seduce
con galanteo de pavo real o bravuconadas de patio, que aquel de idea clara o
convincente argumento.
Pasó del sueño colectivo al pragmatismo de unos
cuantos. Mas dados a las cuentas personales
que a las estadísticas sociales. Mas
atentos a la producción de riquezas que a los valores de promoción del ser
humano. La política salió del barrio
vestida de paloma y ha vuelto con alas y pico de águila hambrienta, capaz de
comer carroña.
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