Alois Denemarek (izq.) y Jan Kubis (der.) eran amigos de la infancia. |
La República Checa conmemora este domingo el
septuagésimo aniversario del asesinato de Reinhard Heydrich, una de las
figuras de más alto rango del Tercer Reich.
Heydrich era el jefe general de la seguridad en
la Alemania nazi y el principal arquitecto de la Solución Final. Fue
asesinado por paracaidistas checoslovacos entrenados en el Reino Unido
en lo que se llamó en Operación Antropoide y que provocó terribles
represalias de Hitler.
Alois Denemarek fue una de las últimas personas que vieron al asesino de Heydrich vivo.
Fue a principios de junio de 1942. Denemarek
había viajado desde su pueblo natal en Moravia a Praga. Allí, en un
pequeño parque frente al Museo Nacional, se encontró con su amigo de la
infancia Jan Kubis.
Varios días antes, Kubis y sus compañeros
paracaidistas Jozef Gabčík y Josef Valcik habían llevado a cabo uno de
los ataques más audaces de la Segunda Guerra Mundial.
En plena luz del día, habían herido de muerte al Obergruppenführer
de las SS Reinhard Heydrich, encargado del Protectorado de Bohemia y
Moravia, cuando se dirigía a Berlín para una reunión con Hitler.
Heydrich era conocido por su extraordinaria
brutalidad, incluso para los estándares nazis. Hitler estaba fuera de sí
de rabia. Los nazis lanzaron una masiva cacería humana.
"Recuerdo lo que Jan me dijo cuando lo conocí", le dice Denemarek, ahora de 94 años, a la BBC desde su casa en Moravia del Sur.
Se habían reunido para discutir cómo ayudar a un
paracaidista herido, al que la familia de Denemarek le había dado
refugio en su pajar. Kubis le aconsejó a su amigo no correr el riesgo de
llevarlo a Praga.
"Me dijo: mira, las cosas están un poco tensas en este momento".
Su descripción se quedaba corta.
Arma trabada
La historia de la Operación Antropoide, ideada por la Dirección de Operaciones Especiales (Special Operations Executive) británica, se ha contado en innumerables artículos, libros y películas.
El 27 de mayo de 1942, mientras la limusina
Mercedes descapotable de Heydrich reducía la velocidad en una curva
cerrada en Praga, Gabcik -armado con un subfusil Sten- saltó sobre la
parte delantera del coche y apretó el gatillo. El arma se trabó.
Heydrich le ordenó a su conductor que detuviera
el automóvil y sacó su pistola. Kubis arrojó una bomba, que explotó
cerca del coche, y huyó. Heydrich, herido y en estado de shock, siguió a
sus atacantes durante varios metros antes de volver al coche y
desvanecerse.
En un principio parecía que el intento de
asesinar a Heydrich había fracasado. Pero murió en el hospital Bulovka
de Praga ocho días más tarde, al parecer de una infección por la
metralla, o posiblemente por fragmentos de la tapicería.
"Estoy muy orgulloso de lo que hizo mi amigo", le dice Denemarek a la BBC.
"Si no fuera por Jan, yo no estaría aquí hoy. La
mitad de la nación checa no estaría aquí hoy. Heydrich tenía planes
terribles para nosotros, los checos", añade.
En enero de ese año, Heydrich había presidido la
tristemente célebre Conferencia de Wannsee, que estableció los planes
para la esclavización y asesinato de 11 millones de judío europeos. Los
eslavos, de acuerdo con los planes de Heydrich, iban a ser los próximos.
Secreto traicionado
Kubis, Gabcik y Valcik se escondieron durante
tres semanas después del asesinato hasta que alguien los delató. El 18
de junio de 1942 fueron rodeados en la cripta de una iglesia. Durante
varias horas, ellos y otros cuatro compañeros resistieron el asalto de
más de 700 Waffen SS -cuerpo de combate de élite de las SS- y la
Gestapo, que le ordenaron al Cuerpo de Bomberos de Praga que inundara la
cripta.
Al final, los tres se quitaron la vida. El
obispo Gorazd, el sacerdote ortodoxo que los había protegido, fue
detenido, torturado y ejecutado.
Hoy en día, a unos metros de la iglesia, en la
Plaza de Carlos, se ha erigido una réplica de un campo de concentración
nazi, como parte de una serie de exposiciones para conmemorar el 70º
aniversario.
Dentro de los cubículos de madera gris se exhiben documentos sobre la vida de 70 personas que ayudaron a ocultar a esos hombres.
"En 1942, estaba empezando a parecer que la
ocupación nazi de Checoslovaquia iba a durar para siempre", dice el
periodista Mikulas Kroupa, director del Post Bellum, el proyecto de
historia oral que organiza la exposición.
"La mayoría checoslovacos quedaron paralizados
por un sentimiento de derrota y humillación. El asesinato de Heydrich,
hizo que la gente se levantara contra los nazis. Se demostró que no eran
una nación de esclavos", le explica a la BBC.
El costo humano fue enorme. Las familias de los
hombres fueron detenidas y fusiladas. Las aldeas checas de Lidice y
Lezaky, sobre la base de informes de inteligencia erróneos que las
vinculaban con los paracaidistas, fueron arrasadas y sus habitantes
fusilados o enviados a los campos de concentración. Otras 15.000
personas corrieron la misma suerte.
La "estupidez" de Heydrich
Mientras tanto, en Praga se llevaron a cabo
manifestaciones masivas de lealtad al Reich. Los checos que asistieron
fueron motivados tal vez más por miedo que por el dolor.
Hitler organizó dos grandes funerales de Estado
para su hombre de confianza, uno en Praga y otro en Berlín. En privado,
sin embargo, Hitler estaba enfurecido por la "estupidez" de Heydrich, y
describió como "idiota" su negativa a viajar con un guardaespaldas o
permitir que le blindaran el coche.
La curva de la carretera ya no está: quedó
sepultada bajo una nueva carretera realizada por los planificadores
comunistas de la ciudad. Hoy en día en el lugar hay un monumento
conmemorativo.
La familia de Alois Denemarek pagó un alto
precio por albergar al paracaidista herido. Un año después del asesinato
de Heydrich, la Gestapo irrumpió en su casa de campo y detuvo a todas
las personas que había adentro.
El hermano de Denemarek y el
paracaidista fueron ejecutados. Sus padres murieron en campos de
concentración.
El propio Denemarek evadió milagrosamente las
sospechas y sobrevivió. En un irónico giro final, después de la guerra
fue acusado por los comunistas de ser un colaborador de los nazis.
"Por supuesto que valió la pena matar a Heydrich", le dice Denemarek a la BBC.
"A pesar de que costó la vida a mi familia, a mi hermano, mi madre, mi padre y cientos, miles de personas más".
"Pero, como siempre digo, eso no es nada en
comparación con las pérdidas que habríamos sufrido si Heydrich hubiera
seguido vivo".
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