Nicolás Sánchez-Albornoz / JORDI SOCÍAS |
El historiador, de 84 años, es hijo del presidente de la República en el exilio
En su nuevo libro rinde cuentas con la dictadura franquista
Hay mucho de cabreo en el libro que ha escrito este caballero español
de Madrid, preso por Francisco Franco Bahamonde Franco en el Valle de los Caídos (que él llama
siempre Cuelgamuros, viene de Cuelga Moros, ahí es nada) y fugado de la
prisión más simbólica de la dictadura.
El caballero, pues parece un gentleman de 84 años, es
Nicolás Sánchez-Albornoz, hijo de don Claudio, el célebre historiador y
presidente de la República en el exilio.
Nicolás fue profesor en varias
universidades del mundo, es emérito de la de Nueva York, fue el primer
director del Instituto Cervantes y es habitante ahora de una casa que
mira a la ciudad que conoció sus correrías universitarias como miembro
de la FUE, que federaba a los estudiantes descontentos de la inmediata
posguerra.
Hasta que la policía los alcanzó a él y a sus compañeros de
lucha antifranquista; el apresamiento dio lugar a unas condenas
duplicadas por la saña de entonces. La fuga de Sánchez-Albornoz, con su
compañero Manuel Lamana, de la cárcel en que se convirtió el salvaje
esclavismo practicado en Cuelgamuros fue una de las leyendas que más
hirió a Franco; ya en democracia, la leyenda se convirtió en una
película de Fernando Colomo y en un libro de Barbara Probst Solomon,
entre otros documentos.
En el libro (Cárceles y exilios, Anagrama), Sánchez-Albornoz
no ha querido hacer de ese episodio el eje de su narración. Pero ahí
está. La obra es, sobre todo, la expresión de un cabreo: Cuelgamuros, el
Valle de los Caídos, fue un símbolo mayor del deseo de venganza de
Franco, que quiso humillar a sus adversarios. Por ahí empezamos a
hablar.
Usted dice: “El franquismo nunca concibió una convivencia fraterna entre españoles sin proscripciones políticas”.
Está claro. Hubo una guerra y los vencedores tenían que liquidarla.
Puede ocurrir que para ello haya barbaridades y persecuciones porque el
vencedor siempre abusa. Lo que pasa es que en el franquismo eso fue
sistemático hasta 40 años después. En la II Guerra Mundial también hubo
vencedores y vencidos, pero a los dos años ya estaba todo liquidado.
¿Por qué Franco no lo liquidó en dos años?
¿Por qué? Porque era un individuo resentido que no pensaba en la convivencia de los españoles, sino en mantenerse en el poder.
Y fusiló hasta el final. Ahí señalo etapas: la de
los años 1939, 1940, 1941 y 1942, en la que, según las informaciones
históricas del momento, fusilaron a más de 100.000 individuos. Pero mi
testimonio no es de esa época, no la viví. Arranco en 1947, y me consta
porque lo viví que se seguía fusilando.
Los fusilamientos llegan hasta
Julián Grimau, en 1962. Aun suponiendo que tuvieran razones para matar a
algunos, los aliados lo resolvieron rápidamente. Aquí no sucedió eso,
en España Franco siguió matando después de la guerra. A Grimau lo mandó
fusilar alegando hechos de la guerra.
Uno se va de su libro como si viviéramos una historia fatal. ¿Con qué sensación se quedó usted al escribirlo?
Quedé tranquilo. En cuanto a la fatalidad… No, no es fatalidad. La
historia de España hubiera sido muy distinta si no se hubiera producido
esa interferencia. En la historia económica está claro que España iba
mejorando a mayores o menores velocidades. Y viene la guerra.
Y la vida
económica española declina rápidamente y solo regresa a los niveles de
1927-1928 en el año 1956. Y este mismo deterioro se puede aplicar al de
las relaciones sociales y de la vida cultural. Sin la guerra, España
habría estado los 40 años que duró el franquismo a una altura muy
superior a la que se encontró en 1976.
Sorprende la ambición vengativa del franquismo: honra a los
suyos, persigue a los adversarios e incluso desposee a republicanos de
su nacionalidad… Y a los demás no nos privó de la nacionalidad,
pero nos privó de todas las ventajas que puede tener una nacionalidad. A
mí se me negaron los pasaportes durante años, no solo después de la
fuga, en 1948, sino incluso en los años sesenta.
Y ahí se produce una
ironía: tuve que viajar con un pasaporte argentino hecho expresamente
para un no argentino.
Ese régimen acaba. Pero cuando su padre viene del exilio, en
1976, el ministro de la Gobernación, Fraga Iribarne, prohíbe una cena en
su honor. O sea, que el régimen seguía ahí. Y sigue hasta ahora. Hay una sociedad de facto,
representante de la que ha alentado esa cara fea de un sector de la
sociedad española. Pero no es España, España es otra cosa. Al final creo
que queda demostrado que a los españoles les dejas manifestarse tal
como son y la situación actual de España no será lo más brillante, pero
esa historia no es el franquismo.
¿Qué sintieron ustedes cuando Fraga prohibió ese homenaje?
El sentimiento en ese momento es de desagrado, pero no de sorpresa.
Fraga era un personaje muy del régimen de Franco, un acomodaticio. En el
libro insisto varias veces en que al franquismo lo que le permitió
subsistir fue la acomodación.
El franquismo establece ciertas reglas, en
un primer momento muy crueles, y después tiene que sobrevivir en un
mundo que le da la espalda porque Alemania ha perdido la guerra; trata
de acomodarse y de mantener lo más que puede las ideas originales. Y no
todo lo puede mantener.
A la luz de lo que usted dice, y ante la polémica generada en
torno a la sentencia contra el juez Garzón, ¿qué piensa usted que debe
hacerse con la Memoria Histórica? Primero, poner las cartas
sobre la mesa; hace falta saberlo todo, y además los historiadores están
para eso.
El Estado posfranquista se ha cuidado muy mucho de facilitar
el acceso a las fuentes de la Administración, y las militares han estado
cerradas. Los historiadores han hecho muchos esfuerzos, pero hasta
ahora no han podido terminar de aclarar las cosas. Primero hay que saber
la verdad y después hay que decir qué ha pasado y, finalmente, dar
satisfacción a los herederos de las víctimas.
¿Cómo se ha de hacer esto último? Se debe dar a los
herederos satisfacción por lo menos en las cosas más elementales de
humanidad. Que se sepa dónde están todos sus parientes, y a ser posible
entregarles sus restos para que reposen en los panteones de sus familias
y no en las cunetas como si fueran animales, que era parte de la
deshumanización del adversario que el franquismo elaboró cuidadosamente.
Para Franco, el adversario no era un ser humano, estaba deshumanizado.
Esa fue una adaptación de la ideología nazi… El franquismo como concepto
no tuvo la menor sensibilidad para tratar con humanidad a la gente. El
hecho es que ahora está apareciendo públicamente la disposición que se
hacía de los hijos robados…
Es que el franquismo no consideraba humanas a
las mujeres y estableció que podía disponer de sus criaturas.
Lo cierto es que lo que se dijo de la Memoria Histórica, y no
solo de Garzón, muestra que el franquismo no ha muerto, y que en ese
sentido el juez es una nueva víctima. Por supuesto. Aunque yo
matizaría la afirmación. Es cierto que no ha periclitado el franquismo,
pero hay que añadir que el que pervive es un sector de la sociedad
española, porque otro sector no lo admite. Por desgracia es un sector
numeroso y que está todavía muy ensillado dentro del aparato social y
político del país. Pero hay que reconocer que a la mayoría de los
españoles estas cosas les disgustan y que los españoles son mucho
mejores que las monjas que roban niños…
Usted llama a Franco “el Karadzic español”, y lo define como “dictador megalómano”.
Se me pasó por la cabeza esta definición, el Karadzic español, para
relacionarlo con acontecimientos contemporáneos que los jóvenes pudieran
reconocer.
Desmonta usted la impresión que pudiera tenerse de Franco como un tipo austero.
Todo el sistema era así, corrupto. La autoridad de Franco se basa en
dos puentes: la muerte y el castigo, y la corrupción. Para mí eso es muy
evidente y me gustaría que la gente que no lo ha vivido lo entendiera.
Todo estaba basado en la corrupción.
Decía que la sociedad española es mejor que la franquista. Pero ¿quedan residuos importantes del franquismo en nuestra sociedad?
Sí, claro, empezando por la justicia. Y por la Iglesia. No tengo
demasiadas evidencias, pero tengo una que sí cito: cuando el jefe del
destacamento de la cárcel de Porlier comenta que le toca leer la lista
de los que van a ser fusilados al día siguiente y el cura, al acabar la
lectura, dice: “¿Y no hay más?”. Lo contó el funcionario; estaba dolido
con la deshumanización del cura el mismo funcionario corrupto que hacía
estraperlo… En la Iglesia hay testigos de la connivencia de la jerarquía
con el franquismo. Era monstruoso el apremio de la Iglesia sobre la
vida social. Es lo que echa ahora de menos Rouco, porque Rouco puede
decir misa, pero la gente no le hace ni caso.
De todos modos, mire lo que dice el obispo de Alcalá de Henares sobre los homosexuales…
Qué es lo que el obispo hubiera pensado y dicho si alguien en TVE le
hubiera recordado a los curas que se dedican a la pederastia…
Dice usted: “La memoria no se circunscribe al pasado, sino que es garante del futuro”. Es la raíz de su libro.
Lo extraje de lo que dice una judía polaca que emigró a Canadá y que
hablaba de la situación de Polonia en la actualidad.
Encontraba cosas
que, por no haber hablado de ellas, la integración nacional y en parte
la integración de los judíos dentro de la sociedad polaca presentaban
fallas. La memoria no es simplemente un acto de recordación, sino que es
necesaria en toda su integridad para restablecer la convivencia entre
los ciudadanos.
Y es el futuro el que importa, no solo el hecho de
conocer la verdad, sino algo necesario para la construcción de una
convivencia nacional. Esto viene en contraste con lo que decíamos antes
de que Franco no quiso una convivencia, porque para convivir hay que
conocer el pasado. A Franco no le interesaba que se conociera y se
encargó a fondo de deformar la imagen del pasado. Lo que hay que
plantearse es si nos interesa que en España haya una convivencia entre
sus partes, de índole tan diversa, o no.
Usted era hijo de republicano, y por tanto rojo. Cuando la
policía lo apresa y lo juzgan, al escuchar la sentencia que lo llevaría a
la cárcel por ocho años, usted se dice a sí mismo: “No quiero pasarme
ese tiempo en prisión”. ¿Qué pasó por su cabeza? Lo he podido
reconstruir con detalle. Hay una primera solicitud al fiscal; luego
viene una solicitud de rebaja de la pena, que el fiscal rebaja más
incluso cuando se celebra el Consejo de Guerra. No nos dieron el
veredicto en el acto, quizá por la presión de la prensa internacional
que estaba allí, y era 1948.
Y a las ocho de la noche viene la ducha
escocesa: la condena era brutal, mayor que la solicitada. Cogí un enorme
cabreo y decidí que eso no lo aguantaba.
Y empieza a fraguar su idea de la fuga. Un amigo,
Luis Rubio, se lo comentó a la CNT, que empezaba a preparar fugas. La
verdad es que la CNT se portó muy bien, me aceptó en el plan que tenía
trazado.
Tenía que haber mucha sangre fría para escaparse de Cuelgamuros…
Sí, o mucha juventud, o muchas ganas de vivir… Fernando Olmeda dice en
su libro que hubo, con la nuestra, 44 fugas, pero solo funcionó la
nuestra.
Los demás terminaron yéndose al pueblo, y allí los agarraron.
Nosotros nos fuimos al extranjero, teníamos ese horizonte. Fuimos muy
discretos, lo sabían muy pocos. Esperamos en la puerta; íbamos dos
chicos jóvenes, Lamana y yo, con dos extranjeras con un coche del que
sobresalía la bandera norteamericana, Barbara Probst y otra Barbara, la
hermana de Norman Mailer. No era un grupo sospechoso para la Guardia
Civil.
Hay un episodio de su vida, cuando funda con José Martínez y
otros la editorial Ruedo Ibérico, que tiene ahora resonancias históricas
de la reconstrucción de una manera de contar España… Lo he
puesto por dos razones.
El diagnóstico al que llegamos fue que el
régimen para esa época había construido toda una ideología que había
conseguido calar bastante. La gente podía estar disconforme con el
franquismo, pero incluso comulgaba con su vocabulario.
Hablaban del
glorioso alzamiento y se quedaban tan tranquilos, y se referían a los
rojos… Podían insultar a Franco, pero se habían metido en la cabeza toda
la propaganda del franquismo. Ahí había un campo con el cual se podía
trabajar publicando historias que pudieran abrir los ojos. Creo que con
Ruedo Ibérico lo conseguimos. Fue un acierto porque esos libros tuvieron
inmediatamente una gran acogida y una repercusión en España.
El exilio le permite ver a esa España peregrina en la que su
padre ya estaba instalado. Francia, Argentina, América… ¿Cómo encontró
ese mundo, cómo estaba su padre? En Buenos Aires me encontré
con mucha gente de la que había oído o leído mucho. Rafael Alberti, por
ejemplo, en la casa de Cuatrecasas…
Los republicanos de Buenos Aires
eran miles, tenían sus tertulias, rememoran y discuten sobre sus propias
experiencias, y eso mantiene allí muy vivo lo que fueron la República y
la Guerra Civil. Servía para conocer lo que en España no se decía. Pero
la España del momento no está demasiado presente. Habían creado su
mundo, pero no conocen aquello que yo había dejado atrás. Así que pronto
me acerqué a los estudiantes argentinos, que habían tenido experiencias
más comunes con las nuestras.
¿Y cómo fue evolucionando la relación de su padre con este país?
España siguió siendo su punto de añoranza hasta el final. Incluso la
hora la tenía muy presente: en un bolsillo la hora argentina, en otro la
hora de Madrid. Y los alumnos y colegas le mantienen informado, no
tanto políticamente, sino culturalmente. También supo qué pasaba por
referencias de los demás republicanos que se encontraban en México o en
Francia y le escribían o le pedían opinión.
¿Y el regreso, en 1976? Volvieron juntos. Fue un
momento muy emocionante porque de repente toda aquella añoranza se puede
resolver. Un poco en broma decía que había corrido una carrera con
Franco y que él se la había ganado. El regreso se produce a una edad muy
avanzada, y a esa edad es muy difícil renunciar a la vida que has
creado; además, él tenía sus alumnos, su revista, le resultaba muy
difícil renunciar a eso, y por eso vuelve a Argentina.
¿Y cómo se siente en este país? Si miras hacia
atrás, y eso creo que es el libro, me siento bien. No es como yo lo
había conocido, aunque naturalmente ahora padecemos una racha que no es
para agrandar la historia, pero aun así…
¿Cómo ve este momento que no es para agrandar la historia, como dice usted?
Hay una crisis económica mundial guiada por el sistema financiero y sus
abusos, agravada en el caso de España por una pésima política económica
creada por el PP en su último Gobierno al darle rienda suelta al
ladrillo, lo que creó una cierta euforia en aquel momento.
Y Zapatero no
puso coto a ese asunto, no supo pinchar la burbuja. Lo que es alarmante
en la situación actual es la improvisación. El Gobierno no sabe qué
hacer y entonces improvisa. Improvisaciones y deshumanización…
Hay en la
sociedad una vuelta a ciertas raíces franquistas, y eso es alarmante.
De ahí que el obispo de Alcalá de Henares pierda la inhibición que
debería tener y dice todas esas cosas. Está aflorando una España muy
desagradable. La gran diferencia con respecto al franquismo es que ahí
habían montado un régimen autoritario que diseñó un partido y hasta
ahora en España se conserva el principio de que hay elecciones con
resultados distintos. Por lo menos hay una luz.
A usted como ciudadano e historiador le llamará la atención
el descrédito de las instituciones, incluida la Monarquía. ¿Cree que ese
deterioro debe preocupar a la Monarquía o la encuentra sólida?
No, no, la Monarquía no está nada sólida. Lo que vino después de la
Transición fue un consenso; es decir, tú te portas bien y ahí te
dejamos; por tanto, la Monarquía no tenía ninguna función, no hay una
adhesión popular a la Monarquía, se acepta como se acepta a cualquier
magistrado mientras se porte bien, pero el principio monárquico no está
enraizado. De manera que en el momento en que se pongan mal las cosas a
la Monarquía, la Monarquía desaparece.
¿Cree que persiste el espíritu republicano? Hay dos
espíritus republicanos. Uno es el espíritu evocativo de la República y
otro un espíritu republicano de nuevo cuño, de gente que no se declara
republicana de 1931 y que quizá ignora aquel periodo de 1931 a 1936,
pero que sin embargo se cuestiona por qué esta persona tiene que ser
rey. Es un republicanismo redescubierto.
Una vida muy larga la suya. ¿El momento más pleno? Muchos. Mi vuelta a España fue muy emocionante, claro.
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