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viernes, 30 de septiembre de 2011

El hombre más pequeño del mundo, atrapado en la infancia por una enfermedad

El filipino Junrey Balawing, el hombre más pequeño del mundo con apenas 60 centímetros de estatura, vive atrapado en la infancia por la enfermedad que detuvo su crecimiento y que le hace comportarse como un bebé.

Junrey, que cumplió 18 años el pasado junio, pasa la mayor parte del día mirando la calle desde el porche de la humilde choza de nipa en la que vive con sus padres y sus tres hermanos menores, en una zona montañosa del remoto municipio de Sindangan, en el sur de Filipinas.


Con motivo de su mayoría de edad, el libro Guinness de los récords lo declaró el 12 de junio el hombre adulto más pequeño del planeta, con 59,9 centímetros.

Pese a que la distinción lo considera adulto, nada en su comportamiento lo diferencia de un bebé, y como tal lo tratan todos sus allegados.

Vestido con la camiseta que le regaló el Guinness, Junrey suelta una carcajada con su voz infantil o balbucea unas palabras cuando algunos de sus vecinos le hace una carantoña o le pide que dé puñetazos al aire imitando al ídolo nacional Manny Pacquiao, campeón mundial de boxeo.

Su madre, Concepcion Balawing, de 36 años, no lo abandona ni a sol ni a sombra, ya que no puede andar ni sostenerse en pie por sí mismo, y lo lleva en brazos de un sitio a otro como si tuviera un año, la edad a la que Junrey dejó de crecer.

"Cuando di a luz estaba bien. Fue más tarde cuando dejó de desarrollarse como una persona normal. Cuando tenía algo más de un año el médico le recetó unas medicinas para fortalecer los huesos, pero creció muy poco", explica Concepcion.

"No lo volvimos a llevar al médico -prosigue- hasta que tuvo doce años y el doctor nos dijo que Junrey no sería capaz de andar y que no crecería más. Nos aseguró que no había nada que hacer, aunque lo lleváramos a otro médico".

Pese a que aparentemente sólo es capaz de balbucear algunas palabras y de repetir lo que dicen sus padres, Concepción asegura que "su cerebro funciona bien".

"Puede hablarnos para pedirnos cosas. No pronuncia bien las palabras, pero como estamos acostumbrados le entendemos", dice la madre.

Su padre, Renaldo, de 38 años, considera que, a pesar de las apariencias, Junrey es consciente de su problema y recalca que "se siente inferior a los demás niños porque muchos le ignoran cuando les llama".

Mientras habla, Renaldo sostiene en sus brazos a su hijo, que sujeta la mano de su padre con sus minúsculos dedos y de vez en cuando hace una mueca a medio camino entre el llanto y la risa.

Sólo su pecho, abultado y huesudo, distingue el cuerpo de Junrey del de un bebé y aunque es capaz de mover todos sus músculos, no puede sostenerse en pie y tiene muy poca fuerza en los brazos.

Su condición le impidió asistir a la escuela y hacer amigos de su edad, aunque sus padres aseguran que algunos de los niños más jóvenes del vecindario juegan con él de vez en cuando y lo llevan en el pequeño triciclo que le regaló el alcalde del pueblo.

"No quisimos llevarlo a la escuela porque causaría demasiada conmoción entre sus compañeros de clase. No queríamos que se sintiera diferente ni observado por otros niños", explica Concepcion.

Cuando no está mirando la calle o jugando con su triciclo, Junrey se dedica a recortar papeles o a pintarrajear cuadernos.

Sus tres hermanos, de entre 9 y 13 años, colaboran con su madre para cuidarlo y lo llaman "kuya", la palabra tagala para mostrar respeto por los hermanos mayores.

La concesión del récord del mundo supuso una conmoción para esta humilde familia que subsiste con los escasos ingresos que les reporta el trabajo de herrero de Renaldo.

La distinción de Junrey no les ha sacado de la pobreza, ya que el libro Guinness no paga por la certificación de los récords, pero todos disfrutan con el revuelo que se ha formado a su alrededor y aseguran estar "contentos de cómo ha ido todo". EFE

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