Si se fabrica un robot que se comporte igual que
nosotros en todo aspecto, incluyendo el pensamiento, ¿tiene conciencia o
es sólo una máquina hábil?, se pregunta el profesor Barry C. Smith,
director del Instituto de Filosofía.
Los
seres humanos están hechos de carne y hueso, una masa envuelta en un
intrincado arreglo de tejido nervioso. Pertenecen al mundo físico de la
materia y la causalidad, y sin embargo tienen una propiedad notable: de
tanto en tanto están conscientes.
La conciencia le proporciona a criaturas como
nosotros una vida interior: un reino mental en el que pensamos y
sentimos, percibimos imágenes y sonidos, sabores y olores, según los
cuales hemos llegado a conocer el mundo que nos rodea.
¿Cómo puede la mera materia provocar experiencias conscientes?
El filósofo francés del siglo XVII René
Descartes pensaba que no podía. Él suponía que además de nuestra
configuración física, criaturas como nosotros teníamos una mente no
material, o alma, en la que se daba el pensamiento.
Para Descartes, la mente no material era
excepcionalmente humana. Negaba que los animales tuvieran mentes. Cuando
se quejaban, en su opinión no era más que aire escapándose de sus
pulmones. Los animales eran sólo mecanismos.
Hoy en día, pocos niegan nuestra naturaleza
animal o aceptan que todos los otros animales están desposeídos de
consciencia. La idea de un alma inmaterial, además, hace difícil
entender cómo el mundo mental puede tener algún efecto en el físico, por
lo cual muchos filósofos contemporáneos rechazan la idea del dualismo
mente-cuerpo.
¿Cómo algo que no existe en el mundo material
puede mover nuestras extremidades y responder a estímulos físicos?
Seguro que es el cerebro el responsable de controlar el cuerpo, así que
debe ser el cerebro el germen de la consciencia y la toma de decisiones.
Y sin embargo, muchos de los mismos pensadores
concordarían con Descartes en lo que se refiere a la consciencia de las
máquinas y de su posibilidad de tener experiencias como los seres
humanos.
Criaturas de carbón
Descartes también decía que así lográramos crear
una muñeca mecánica inteligente que replicara todos nuestros
movimientos y reacciones, no sería capaz de pensar pues no tendría el
poder de la palabra.
Pero ya no podemos depender de su criterio para
determinar cuáles seres pueden pensar. Hoy en día, las computadoras usan
la palabra y el lenguaje sintetizado mejora todo el tiempo.
Fue el potencial de las computadoras de usar el
lenguaje y responder apropiadamente a preguntas lo que llevó a Alan
Turing, el matemático y descodificador de mensajes durante la guerra, a
proponer un experimento para medir la inteligencia de las máquinas.
Turing se imaginó a una persona sentada en una
habitación, comunicándose por vía de una pantalla de computador con
otros dos en habitaciones distintas. La persona escribiría preguntas y
recibiría respuestas, y si no era capaz de adivinar cuál de las dos era
la máquina y cuál el ser humano, no tendría razón para no tratarlas
igual.
Eso es lo que se conoce como la Prueba de
Turing, y si la situación se organiza con cuidado, los programas de
computador pueden pasarla.
La prueba original de Turing depende de no poder
ver quién está enviando las respuestas a las preguntas, pero la
robótica se ha desarrollado rápidamente en la última década y ahora
vemos máquinas que se mueven y comportan como humanos.
¿Qué pasaría si ampliáramos el test e
instaláramos un programa de computador en un robot con apariencia de ser
humano? ¿Podrían el comportamiento adecuado y las respuestas apropiadas
convencernos de que la máquina no sólo es inteligente sino también
consciente?
En tal caso, habría que distinguir entre pensar que el robot tiene conciencia y que realmente la tenga.
El último misterio
Quienes estudian la consciencia de las máquinas
están tratando de desarrollar sistemas autoorganizados que inicien
acciones y aprendan de lo que los rodea. La esperanza es que si logramos
crear o reproducir la consciencia en una máquina, podremos aprender qué
es lo que hace posible que exista.
"La pregunta es si la consciencia es más cuestión de lo que hacemos o de lo que estamos hechos"
Los investigadores están lejos de hacer de ese
sueño realidad y un gran obstáculo se levanta en su camino... necesitan
una respuesta a la siguiente pregunta: ¿podrá una máquina basada en
silicio alguna vez producir consciencia, o son sólo las criaturas hechas
de carbón con nuestra configuración material las que puede producir los
resplandecientes momentos tecnicolor de la experiencia consciente?
La pregunta es si la consciencia es más cuestión de lo que hacemos o de lo que estamos hechos.
La consciencia posiblemente sea el último
misterio que le quedará a la ciencia, pero hasta cierto punto ha sido
destronada del rol central que antes ocupaba en el estudio de lo mental.
Gracias a la neurociencia y la neurobiología,
cada vez entendemos mejor que mucho de lo que hacemos es el resultado de
procesos y mecanismos inconscientes.
Y eso le añade un giro a la historia: si
lográramos producir un robot que se comporte como uno de nosotros en
todos los aspectos, eso podría llevar a comprobar no tanto que el robot
tiene conciencia sino cuánto podemos hacer sin tenerla.
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