Buen día... después de reclamar un dolor, ahora estamos reclamando
una transformación...
Vuela llenando de colores la madrugada y el trillo,
vuela hasta mi nido con mirada impetuosa,
vuela discreta trasformando su propio brillo,
vuela y se hace imperecedera, vuela mariposa.
Pareciera que el trayecto más difícil de
transitar es el de la duda. La confusión ante el camino abierto esperando
nuestras huellas, cuando son imprecisos los parámetros para determinar la ruta
correcta. Se hace confuso el futuro, y el porvenir se
llena de preguntas sin respuesta.
Empezamos a sentir como si nadáramos en el
fango, como si nos arrastráramos sobre piedra caliente o cristales rotos. La
incertidumbre no es buena aliada, es capaz de cortar las alas al águila mas
embravecida.
Nos cambia la apariencia y parecemos caracoles sin destino. Nuestros compañeros de ruta nos sienten
distraídos, atrapados en las redes del tiempo. Seres meditabundos que perdieron
la rosa de los vientos.
Cuando asalta la duda nos hacemos presa del
desaliento, la desilusión y el desamparo.
El ambiente se hace pesado y caminamos pesadumbrosos, mirando al suelo,
como si solo allí estuviese la respuesta. Sin embargo, si sabemos ser pacientes,
podremos visualizar el rumbo sin dificultad.
Porque no somos entes para dejarnos desperdiciar
por el extraño suceso de la vacilación, aunque nos sintamos encerrados en el más
apartado calabozo de una cárcel para dementes. No… los humanos somos
superiores, estamos hechos de materia con capacidad de transformarse, nuestro
espíritu es un universo insondable lleno de puertas, lleno de puentes.
Estamos llamados a la trascendencia y un simple
temor no puede detenernos, es el momento para convertirnos en cazadores y
atraparles, utilizar esa fuerza para transfigurar nuestro entorno, porque es
muy probable que de allí venga la vacilación.
Ese estadio vegetativo puede no ser tal cosa,
sino un tiempo de prudencia donde sin darnos cuenta nos convertimos en oruga,
ese gusano verde de apariencia extraña que devora las hojas y cuyo destino es,
luego de un proceso de aparente aniquilamiento, convertirse en mariposa con la
capacidad de volar en libertad.
Entonces, quizás no sea necesario un dolor, sino
el reconocimiento del momento de duda que vivimos. La particularidad de este
instante, personal y colectivo, se nos presenta desafiante y es entonces la
oportunidad de hacer introspección y desentrañar esa fuerza que nos hace capaz
de pasar, de simple gusano rastrero y repulsivo, a seres alados que despiertan
la admiración del más indiferente de los mortales.
Transitar de la sombra a la luz, de la inacción
a la más fecunda actividad, del duelo doloroso al regocijo, del llanto a la
risa, de la duda a la esperanza. Tomar
ese ejemplo de la naturaleza y hacer acopio de sus enseñanzas. No temer dejar de ser quienes somos, salir de
ese capullo inactivo, porque al igual que la mariposa, estamos llamados a
construir un destino en libertad.
Romper la coraza, sacudirnos el polvo y empezar
a vibrar para poder brillar, para alcanzar los pináculos de la verdad y el
gozo. Para volar libres de aprensión,
sobre valles, montañas, mares, desiertos. Pasar, de ser laguna a río abundante
y caudaloso cuyo tránsito llena de vida cuanto toca.
Estamos llamados a volver a ser, volver a nacer
desde la misma soledad del silencio. Roto el capullo, nuestra música se
desparrama milagrosa inundando de colores las praderas. Y en la medida que nos transformamos, se
transforma el colectivo llenando de luz el universo.
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