Por
Benjamín García
A propósito de Ricardo Arjona
Tiene una particularidad propia de los grandes líderes,
salvando la distancia con aquellos prohombres obviamente; es amado y odiado con
la misma intensidad. Así como vemos
adolescentes estrenando emociones, delirar en sus espectáculos, nos encontramos
con la escena de un intelectual de gusto exquisito lanzar por la ventana el CD
de una de sus producciones.
Ricardo Arjona |
Tiene defensores a ultranzas capaces de descargar su analfabetismo
musical en tres párrafos, así como también quienes cuestionan su calidad, entre
ellos Fito Páez, ícono de la música de propuesta Latinoamérica, que declara la
carencia de valores en la nueva sociedad argentina capaz de premiarle con 24
conciertos a casa llena en Luna Park de Buenos Aires.
Su particular manera de escribir le ha generado el aprecio
de las grandes masas consumidoras de discos, igual que la repulsa de otros
tantos, incluidos países donde sus canciones han sido vedadas con penas severas
a quienes les escuchen. Es admirado por
artistas que ven en él el modelo pulido y mejor terminado para atraer público y
el rechazo de otros cantautores como Alejandro filio, menos dado a lo
comercial, que le ha dedicado su canción “El Reino de los Ciegos”.
El mismo se maneja en esa dualidad. Sus canciones brillan con imágenes sentidas,
capaces de hacer vibrar a cualquier mortal como igual las opaca una metáfora
sacada de la chistera triste de un mago de circo barato. Dignifica el texto con
un verso antológico con la misma facilidad con que contrae el alma de una
canción zurciendo un parche propio del gusto masificado de la contemporaneidad.
Ricardo Arjona amerita estudio, sobre todo por su bailoteo
indescifrable entre los cantautores emblemáticos de final del siglo pasado y el
más estrafalario estilo mercantil del inicio del presente. A los primero les imita, dicen muchos. Otros les acusan de beber en esas fuentes
pero producir sin el rigor de aquellos, pues su propósito es esa masa
vulnerable, mas dada a las etiquetas bien presentadas que al contenido.
¿Será Ricardo Arjona la transición entre el espectáculo de
la cultura y la cultura del espectáculo como cataloga Vargas Llosa esta época?
¿Con sus canciones damos el paso para abandonar los planos trascendentes y
ubicarnos como simples mortales sin mayor aspiración? ¿Es su modelo lírico el
nuevo paradigma, la nueva manera de recitar la vida desde la canción?
Es irónico ver sus fans en las redes sociales colocar con
devoción los versos de sus canciones, como aquello de “acompáñame a estar
solo”, o esta extraña definición del amor: “Es un acto profundo de fe que huele
a mentira”, o esta: “demás está decir que sobra decir tantas cosas...”. Todo un universo comprensible solo desde la
emoción del enamorado.
En las mismas redes encontrarás parodias ridiculizándole
mientras brindan la oportunidad de componer como él, con recetas “bobas” de
principiantes. Solo necesitas:
sustantivos, elementos bohemios y el titular del periódico del día. Les invito a buscar en la red a partir de la
pregunta ¿cómo componer como Arjona? Les garantizo un buen momento. Igual como se encontrarán con videos
explícitos de los supuestos plagios de Ricardo Arjona al cantautor Joaquín
Sabina.
De todas formas anda haciendo delirar una “fanaticada”
incansable, profusa y fiel, que le adora con devoción y sobre todo consume sus
discos y llena las locaciones de los lugares donde se presenta. Puede ser la plaga irredenta de los nuevos
tiempos o la nueva imagen del Mesías de la canción. Una cosa sí debe estar claramente
definida. El gusto masivo no define la
calidad.
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