Las filas en las cajas de los supermercados están probablemente en el podio de los momentos más odiables del mes (o quincena, o semana, o día).
Pero siempre solemos olvidarnos de que hace 20 o 30 años cada producto tenía pegado su precio y eran las propias cajeras las que tenían que introducir en la máquina registradora el valor de cada uno de los cientos de productos que llevábamos.
Ahí sí que la espera en la cola podía ser eterna.
Pero desde entonces existe el código de barras y ya al menos tienes cierta certeza de que si vas a llevar una caja de helados para ver el final de la telenovela, éste no llegará derretido ni te perderás el dichoso capítulo.
Con el paso del tiempo, las estanterías fueron aumentando y ya se hacía imperioso algo que simplificara los procesos y no tener que cerrar sus puertas un día entero para ver cuántas latas, paquetes y bolsas de cada producto iban quedando.
El factor Silver-Woodland
En 1948, el estudiante de posgrado Bernard Silver escuchó en Filadelfia al dueño de una cadena de alimentos sobre su necesidad de capturar la información de los productos de manera automática en las cajas. Se la comentó a su amigo Norman Joseph Woodland y se fascinaron con el desafío y desarrollaron un sistema de patrones de tinta detectables bajo luz ultravioleta, pero no prosperó.
La compañía lo estudió y lo encontró interesante y viable, pero dijo que aún no se contaba con los equipos para procesar los resultados. Así, fue Philco quien en definitiva adquirió la patente y se la vendió el mismo año a RCA.
Lamentablemente, Silver murió en un accidente de tránsito en 1963 y no pudo observar el posterior éxito de su trabajo.Collins y los ferrocarriles
Durante los ’50, David Collins estudiaba en el MIT y trabajó en ferroviaria Pennsylvania Railroad y entendió la necesidad de rotular e identificar los vagones de manera automática. Al terminar su master entró a trabajar a GTE Sylvania y desarrolló el KarTrak; un sistema de franjas refractivas por el costado de los vagones que codificaba un número identificador de diez dígitos.
El sistema fue probado en Boston y Maine entre 1961 y 1967, pero cuando consiguió convertirse en el estándar para todo el país, la crisis económica generó una oleada de quiebras a inicios de los ’70 y finalmente desechó el formato a fines de la misma década, ya que más encima había problemas de lectura al cubrirse con tierra. Así, fracasó la relación ferroviaria.
IBM le gana el “quién vive” a RCA
Con los derechos de la patente en sus manos, RCA fue convocada en 1966 a una reunión de la Asociación Nacional de Cadenas de Comida (NAFC) ante la necesidad de implementar un sistema automatizado de caja. La compañía de electrodomésticos comenzó a trabajar en un proyecto interno basado en el código de círculos de Woodland y la cadena de supermercados Kroger se ofreció para probarlo.
A mediados del año siguiente, RCA inició sus pruebas en Kroger (con autoadhesivos pegados uno por uno en los productos), pero sufrieron graves problemas de impresión por la forma redondeada, mientras que el lineal que estaba trabajando Woodland en IBM se hizo mucho más sencillo de imprimir y en 1973 la NAFC lo seleccionó como su estándar, ofreciendo cinco versiones distintas para las diferentes necesidades de la industria (UPC A, B, C, D y E). Las pruebas se realizaron en un supermercado Marsh de Ohio (cercano a la fábrica dispuesta por IBM para el producto) y el 26 de junio de 1974 a las 8:01 de la mañana, un tal Clyde Dawson llevó un paquete de goma de mascar Wrigley’s que fue escaneado por la cajera Sharon Buchanan. El paquete y la boleta hoy están en el Smithsonian como recuerdo de la primera aparición del Código Universal de Productos.
En 1977 eran menos de 200 almacenes los que habían instaurado los escáneres (principalmente por su alto costo).
Por fortuna, en los locales donde se implementó el sistema se evidenciaron beneficios adicionales, como una mejor respuesta a las necesidades de los clientes. Las ventas comenzaron a aumentar rápido y los costos operacionales también disminuyeron y los ingresos se dispararon en más de un 40%. Así, para 1980 eran 8.000 los establecimientos que adoptaban anualmente el código.
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