Autor Lincoln López
Cuando a Yolanda la ascendieron a directora de departamento, luego de once
años como profesora, su sueldo mensual pasó a ser de 275. En esas funciones públicas
estaría unos treinta años hasta su jubilación.
En esa escuela trabajaba
una tanda, la vespertina. Por lo tanto, podía dedicar parte de su tiempo a su
familia y preparar el material docente y otras cotidianidades.
Vivía sin sobresaltos. No
conocía entonces el estrés por razones económicas. Aunque era y es una persona
modesta, pero los condiscípulos nos percatábamos de sus nuevos y elegantes
vestidos con cierta frecuencia.
Como amigo personal de la
familia supe que la casa pagaba un alquiler de treinta pesos. Las facturas de
agua, luz y teléfono rondaban los veinte pesos, y la compra mensual por una
cantidad igual, exceptuando el desembolso por cuestiones que se compran en el
día a día, digamos otros veinte. A eso le sumamos la ida y vuelta al trabajo en
un “carrito de concho” de la ruta A, a diez cheles (centavos) por día
laborable, el mes el transporte costaba
diez pesos. Todo esto totalizaba un gasto mensual de ochenta pesos. Pongamos
cien. En consecuencia, tenía una
disponibilidad de ciento cincuenta
pesos. Le quedaba más de lo que gastaba. Y eso, sin contabilizar lo que ganaba el esposo.
Por eso, su hija pudo estudiar y adquirió un
título universitario y pudo insertarse en una institución financiera nacional y
casarse a los veinticinco años.
Esos años fueron una especie de “edad dorada”. Los
evoca. Es conservadora y cumplidora de la ley. Con razón dice que antes
estábamos mejor de ahora.
Ahora la misma casa de alquiler hoy cuesta
diez mil pesos. Agua luz y teléfono unos
cinco mil. Toda la compra como diez mil. Por el servicio de transporte pagaría
ochocientos pesos. Total unos veinticinco mil pesos. La pregunté a un empleado
en el mismo puesto de Yolanda por el monto neto de su salario y es de 7,760.00.
En consecuencia lo que hay es un déficit
exactamente de 17,240. Tampoco lo compensa el salario del marido.
Si esa situación la extrapolamos al sector
privado, el resultado sería similar con sus honrosas excepciones.
Un poco más del cuarenta por ciento de la
población no tuvo tanta “suerte” como Yolanda. Un diez por ciento no tuvo nunca
o casi nunca y un diez lo tuvo todo. Aunque el cambio en la sociedad ha sido
sorprendente.
Pero, mucha gente ha perdido mucho y poca gente ha
ganado mucho. Nos vamos atomizando. Radicalizando.
Creo que no se trata que quitarle a uno para darle
al otro. No se trata de desintegrar sino de equilibrar.
Equilibrar los factores económicos, equilibrar las
distorsiones educativas, trillar caminos culturales y cultivar los valores. A
los cuatro vientos. La patria es uno de
ellos.
Hoy en el aniversario de la
Restauración de la República con el Grito de Capotillo el 16 de agosto de 1863,
este es nuestro deseo de una patria más equilibrada, más armónica y pensante.
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