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lunes, 8 de noviembre de 2010

DON NEUTRO

CULTURA VIVA


Por Lincoln López



Había una vez un hombre que en el pueblo donde vivía, todo el mundo le conocía por el nombre de su actividad preferida.

En todos los eventos del pueblo participaba, de tal suerte y manera, que no disponía de tiempo para dedicarse permanentemente a un oficio o profesión.

Este hombre, seco y sin carne como la cuaresma, siempre atento, siempre dispuesto, siempre positivo, siempre se las arreglaba para ser el juez que dilucidaba todos los embrollos que podían producirse en las entrañas mismas de las 160 familias, unas rodeando la modesta capilla, otras alrededor del único colmado y las demás, dispersas entre conucos y pedazos de tierra entre callejones y trillos. Aunque con mujer e hijos, siempre andaba solo.

Su persona era como un arco iris que confluía los siete colores-problemas que sucedían de vez en vez y de cuando en cuando en esa Sección “Falta Poco” que la partía en dos la carretera que unía dos pueblos más grandes, uno quedaba hacia el oeste a la vuelta de 12 kilómetros, y el otro, hacia el este “como a 10”, dicen los lugareños.

El extraño nombre de esa sección es un sobrenombre nacido del carácter afable y la cultura despreocupada de los ciudadanos a quienes siempre le prometieron y casi nunca le cumplieron. “Falta poco para que la carretera sea nueva, falta poco para que le hagan el clínica rural, falta poco para esto y aquello”, en fin, para todo lo que aspira y merece la gente sencilla del pueblo de sus autoridades.

Pues bien, este señor sabía de memoria las estadísticas familiares de todo el mundo. Era el “archivo andante”. Era el “agrimensor empírico”. Hacía “remedios” caseros para enfermos. Arreglaba problemas entre esposos. Llevaba y traía encargos de la ciudad. “Declaraba” a los recién nacidos, coordinaba las recaudaciones económicas para fines sociales…la lista es interminable.







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Según cuentan sus coterráneos ese hombre tenía (o tiene, porque talvez vive aún) su propia filosofía: ser neutral. Así, por ejemplo, no quería saber de políticos ni de partidos. Nunca quiso ser la autoridad del pueblo para no tener compromiso. Parece una paradoja, pero no; vivía junto a la comunidad pero no revuelto con ella.

Un buen día desapareció, sin dejar pelos ni señales, y nadie lo volvió a ver ni a su familia. Entonces, desapareció el sustentador de tantas argumentaciones falaces y empezaron a asomar las realidades que desmintieron toda su supuesta montaña de verdades. Las lamentaciones vinieron luego: una cuenta no pagada por aquí, la tierra ajena que vendió por allá, la diligencia económica que nunca llegó a su destino, sin contar las aventuras amorosas con solteras y casadas. Dejó tras de si más de mil y una diabluras.

Como me lo contaron lo cuento y este episodio Don Neutro me hace recordar un pensamiento del dramaturgo español Don Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) que dice:

“Si la neutralidad sigo

a andar solo me condeno

porque el neutral nunca es bueno

para amigo ni enemigo”

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