Autor Por Lincoln López
Un museo “es una institución pública o privada, permanente, con o sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y su desarrollo, y abierto al público, que adquiere, conserva, investiga, comunica y expone o exhibe con propósitos de estudio, educación y deleite colecciones de arte, científicas, etc., siempre con un valor cultural” (ICOM).
Partiendo de esa definición, la instalación de museos “con propósitos de estudio, educación y deleite” debieron estar operando por toda la geografía dominicana desde hace mucho tiempo. Debió ser una iniciativa más sostenida tanto del sector público como privado. Aunque es justo reconocer que en los últimos años se aprecia un avance cuando se han establecido unos cuantos de incalculable valor histórico y cultural, verbigracia, el Centro León aquí en Santiago, el de Las Hermanas Mirabal en Ojo de Agua (antigua Salcedo), la iglesia y el cementerio y el recién terminado al Presidente Cáceres, en Moca, o el Gregorio Luperón, en proceso de terminación en Puerto Plata.
Por otra parte, no sabemos cuantos han desparecido (como los del Tabaco y del Ron en Santiago) o si están abandonados, y lo que es peor, cuales no están incorporados a una verdadera política educativa para los estudiantes del país.
Lo cierto es que el tema museo y su importancia educativa y cultural para el desarrollo de nuestro país, no ha llamado mucho la atención para el debate público amplio, salvo en algunos círculos académicos y de intelectuales, hasta que hace algunos días ha ocupado los primeros lugares noticiosos, la posibilidad de construir un museo histórico a Trujillo, y que el mismo, esté avalado por una Ley del Congreso Nacional.
Naturalmente lo que ha llamado la atención es la figura de Rafael L. Trujillo y Molina. No es para menos porque ese personaje de la historia política gravitó de manera descomunal en la sociedad dominicana por más de treinta años. Ahora bien, todo parece indicar que no es un hecho aislado e improvisado. Veamos.
En el pasado reciente, se publicó un libro sobre Trujillo escrito por una de sus nietas. Luego, apareció otro libro pero de su hija Angelita. Ahora aparece otro nieto en las cercanías del nacimiento del tirano (24 de octubre). Se introduce inesperadamente el tema y el nieto visiblemente escoltado aparece ante la Cámara de Diputados, y con las vistas públicas, aseguran resonancia nacional. Sobre todo popular.
Existe la intención de traer los restos mortales a su tierra natal, comprensible si los de Pedro Santana están en el Panteón Nacional.
Una ley vigente está cuestionada: la que prohibe las actividades trujillistas. De aprobarse otra con pretexto de museo de loar a Trujillo, de paso invalidaría la primera.
Un museo “de verdad” no contradice la ley antrujillista, la complementa.
Es un deber dar a conocer a través de museos, a las presentes y futuras generaciones los logros y los horrores y perversidades de la Era de Trujillo en República Dominicana, y en Israel (Jerusalén), el que eterniza en la memoria toda la barbarie nazi contra los millones de judíos asesinados, y que se llama:
“Para que no se olvide”.
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