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lunes, 29 de noviembre de 2010

HOY ES DIA DEL EJERCITO NACIONAL

Historia

El Ejercito Nacional es denominado como tal a partir de la LeyNo. 928, del 17 de mayo de 1928. Sin embargo, ese componente terrestre, definido como Ejercito de Tierra en la Constitución de 1844, nació prácticamente con la República, reflejado en las acciones militares desarrolladas por los patriotas la noche memorable del 27 de febrero, encabezadas por el trabucazo del prócer Matías Ramón Mella.



Los integrantes de ese primer ejército provenían de las unidades haitianas conocidas como los Regimientos 31, 32 y 33, que funcionaban en Santo Domingo, los dos primeros, y en Santiago, el tercero y que estaban compuestos en su gran mayoría por dominicanos, así como de las diferentes dotaciones de la Guardia Cívica, que funcionaban en las provincias, en cuyo cuerpo ingresó e hizo carrera el patricio Juan Pablo Duarte y Diez. Por estas razones de peso, al Ejército Nacional se le considera como precursor de las actuales Fuerzas Armadas, pues como ya se ha establecido, nació con el proceso prodigioso que dio como fruto la Independencia Nacional y la consolidación de la República Dominicana en Estado libre, independiente y soberano.



La respuesta bélica protagonizada por nuestro pueblo en armas desde el año 1844 al 1856, no es el resultado de un hecho aislado ni mucho menos improvisado. Es la expresión cualitativa de más de 300 años defendiendo el suelo patrio de las agresiones extranjeras. Del valor viril de "Las Cincuentenas"; de la sangre redentora de “La Limonade"; de la esplendente victoria criolla en Palo Hincado y de la sacrosanta jornada patriótica que culmina con la expulsión del invasor haitiano, nuestras tropas se corporizan con unidad de mando y conciencia de su protagonismo histórico, militar y social.



De ahí vemos cómo se va conformando una aptitud guerrera muy propia de nuestras realidades geográficas, sociales y económicas, que ya para la Primera República se puede resumir en los rudimentos de una técnica militar criolla, que va a constituir por sus características, la zapata de una doctrina militar defensiva que con el tiempo va a sobrepasar nuestras fronteras, para imponerse como instrumento idóneo de libertadores, como lo denuncia la aparición y aplicación de la táctica del machete en el área caribeña y centroamericana, donde el caso cubano es de por si extremadamente elocuente.



Los resonantes triunfos de Azua y Santiago, los días 19 y 30 de marzo de 1844 respectivamente, fueron pues un reflejo de la aptitud y capacidad militar de los dominicanos, quienes contaron con la asesoría de militares expertos de otras nacionalidades, principalmente de Francia, los que prefirieron acogerse al manto de la nueva nación, antes que verse sometidos al yugo de sus antiguos esclavos.



No obstante la afanosa actividad militar posterior a la proclamación de la Independencia Nacional, se ha acogido el 29 de noviembre para celebrar el aniversario del Ejército Nacional, a propósito de la emisión del Decreto No. 23 de esa fecha de 1844, citado anteriormente.



El 14 de diciembre del mismo año se formaron el 1ro. y 2do. Regimientos Dominicanos, compuestos de veteranos de la recién finalizada campaña, cuyas fuerzas actuarían en forma rotativa para sustituir las tropas del Ejército Expedicionario del Sur, bajo el mando del General de Brigada Antonio Duvergé y el de las fronteras del Norte, comandado por el General de División Francisco A. Salcedo.



Se crearon además varias unidades distribuidas en diferentes partes del país: El Batallón Ocoa, en Baní, integrado por veteranos de la región y compuesto por dos Compañías de Fusileros, una de Cazadores y otra de Granaderos; el Batallón Nigua, en San Cristóbal; el Regimiento Seibano, formado con las tropas de El Seibo, de Hato Mayor y un Batallón con asiento en Higuey.



Para el año 1845, los regimientos de Santo Domingo son denominados:



No. 1, Dominicano y No. 2, Ozama; en Santiago de los Caballeros se crea el 3er. Regimiento; en Azua, el Batallón Azuano; en San Juan de la Maguana, el San Juan y la Compañía de Los Llanos; en la Vega, un Regimiento de Infantería, una Brigada menor de Artillería y un Escuadrón de Caballería; Brigadas de Artillería en Santiago, la Capital y Puerto Plata.



Mediante el Decreto No. 61 de fecha 15 de julio de 1845, se establece una especie de primera Ley Orgánica, que contaba de 43 artículos y derogaba el Decreto No. 23. En el mismo se establecía la composición, el uso de uniformes, banderas y estandartes; disposición sobre el empleo y manejo de los armamentos (instrucción del cañón para los artilleros, fusil y sable para la infantería y lanza para la caballería), tanto del Ejército Permanente como de la Guardia Cívica Nacional.



La infantería estaba organizada en regimientos, compuestos por dos batallones y estos a su vez, por seis compañías, con un efectivo de 63 hombres; el estado mayor del regimiento estaba compuesto por 8 hombres y el del batallón, de 4 hombres. La artillería estaba organizada en brigadas y medias brigadas, compuestas por cuatro y dos compañías respectivamente, con un efectivo de 53 hombres; el estado mayor de la brigada estaba integrado por 8 hombres y el de la media brigada, por 4 hombres. La caballería estaba organizada en escuadrones, compuestos por compañías, con un efectivo de 53 hombres; el estado mayor del escuadrón estaba compuesto por 3 hombres.



Durante la Primera República, periodo que abarca desde el año 1844 al 1861, el Ejército Dominicano llegó a alcanzar niveles de organización y eficiencia de estimable notoriedad. Como ejemplo de ello bastaría reseñar el hecho de la consecución y preservación de la independencia nacional, con la victoria dominicana sobre reiteradas invasiones militares haitianas en el período de 12 años que siguió a la proclamación de la independencia.



Cuatro campañas militares y más de 15 batallas victoriosas, le dieron a la llamada Guerra de la Separación los entornos de una gran epopeya nacional, donde las armas dominicanas sólo vieron nublarse momentáneamente el sol del triunfo en las primeras acciones de la campaña de 1849, que sirvieron para que la gloria brillara con resplandor renovado en la monumental Batalla de Las Carreras.



El Ejército Dominicano poseía, además, una estructura logística fundamentada en la prioridad bélica de la nación y una reglamentación militar eficaz extremadamente elaborada. Además disponía de una burocracia efectiva, estructuras de instrucción básica operativa y una justicia militar rigurosa. En esta organización encontramos notorias influencias españolas, aunque en el armamento tendríamos una diversidad de orígenes, donde por circunstancias históricas predominaban el francés, el español y hasta el norteamericano hacia finales de la guerra.



La extracción social de este Ejército fue predominantemente campesina y ello constituyó en principio un grave problema, ya que durante las campañas, la agricultura y la ganadería dominicanas quedaron despojadas de mano de obra, llevando la producción nacional a momentos casi de inactividad total, por lo que en base a una sabia organización se dispuso un método de rotación en la conscripción, que dejaba fuerzas humanas en la retaguardia para tales fines.



En virtud del decreto No. 664, del 24 de agosto de 1860, se crea la primera academia militar, con capacidad para cincuenta alumnos, y sus estudios tendrían una duración de dos años, distribuidos en seis trimestres. Sin embargo esta iniciativa se vio truncada por la decisión política de anexar el país a España. La anexión a España en principio y la Guerra de la Restauración posteriormente, produjo una grave ruptura en la organización del Ejército Dominicano, pero no así en el aspecto doctrinal. La desaparición de la República y la ocupación española habría de producir también el desmembramiento del ejército para constituirse en una reserva local del Ejército Español, tras una rigurosa y esmerada depuración, en la que no cupieron ni fueron reconocidos como tales muchos de los ofíciales y soldados del “antiguo Ejército Dominicano", como se le llamaría entonces.



Sin embargo, en la Guerra de la Restauración, ante la imposibilidad de las fuerzas españolas de controlar a "los insurrectos", habría de operarse en doble sentido la vigencia de la doctrina del desaparecido Ejército Dominicano, ya que por un lado se hizo preciso activar las reservas para defender el Estado español y por otro lado, ofíciales de ese antiguo cuerpo armado iban a capitanear al pueblo en armas contra el orden de cosas de la anexión española, produciéndose así una guerra de liberación nacional sin precedentes en nuestra historia, tanto por lo cruenta, como por lo elevado de su intensidad.



En tal sentido, esta guerra no iba a enfrentar preponderantemente la doctrina militar española con la ya definida doctrina militar dominicana, sino iba a enfrentar a dos partes significativas de la sociedad dominicana con la misma doctrina de guerra, y de paso, cabe aquí resaltar que cuando se tocaron los extremos, las fuerzas españolas no pudieron sofocar una insurrección popular que devastó con una velocidad asombrosa todo el territorio insular.



Tras la victoria de las fuerzas restauradoras y el retorno a la soberanía nacional, la reorganización y continuidad del Ejército Dominicano fue sumamente accidentada por un período de más de 50 años de inestabilidad política, producto del caudillismo y de frecuentes e interminables guerras civiles. Sin embargo, los gobiernos de este período que retornaron la organización militar de la Primera República y fortalecieron su maquinaría militar, lograron en esa misma medida no sólo perpetuarse en el poder, sino estabilizar el país. Tal es el caso de los gobiernos de Buenaventura Báez y Ulises Heureaux, en lo que corresponde al Siglo XIX.



El General Ignacio María González, hizo algunos esfuerzos apreciables respecto a la organización militar, y en virtud del Decreto 1358 de 1874, creó un Batallón en Santo Domingo, denominado Restauración y una brigada de artillería; un batallón de cazadores en La Vega; el batallón Yaque en Santiago, con su compañía de artillería; un batallón en Puerto Plata; y una compañía en Samaná.

Uno de los hombres más visionario en materia militar, fue el General Gregorio Luperón, quien en el gobierno provisional presidido por él, entre 1879 y 1880, ordenó la reparación de todos los cuarteles militares con sus fortificaciones y se construyeron locales para albergar las gobernaciones y comandancias de armas de diferentes ciudades y pueblos. Compró armas y pertrechos para abastecer los arsenales de la República que estaban vacíos después de tantos años de guerras y revoluciones. Dispuso de la creación de escuelas militares, las dotó de libros y ordenó la compra de uniformes nuevos, al estilo europeo.



El General Luperón, mediante el decreto No. 1834 de fecha 18 de febrero de 1880, instituye el servicio militar obligatorio, definiendo las funciones de la reserva nacional como apoyo a las tropas regulares, en acciones bélicas contra extranjeros o conflictos internos. Formó en Santo Domingo y cabeceras de provincias, guarniciones y en las comunes, cuerpos y bandos para garantizar el orden, logrando con esta organización cambiar el escenario social, produciendo una tranquilidad confortable durante el año de su gobierno y los dos del Presidente Arturo de Meriño.



En virtud del decreto No. 1840, de fecha 12 de marzo de 1880, se establecieron escuelas y academias en cada batallón para que los militares aprendieran a leer, escribir y contar, ya que esa era una aspiración del General Luperón: “que la clase militar de hoy en adelante, no sea entre nosotros una máquina amenazante de esbirros del poder, sino un conjunto de ciudadanos que conozcan sus deberes y sepan defender y amparar los derechos legítimos de los gobiernos y del pueblo”.



Para el 1892, en el gobierno de Ulises Heureaux, el ejército estaba organizado en cuerpos militares, diseminados en las provincias; unidades auxiliares, en las comunes; y fuerzas de la reserva, en los cantones. Este creó las unidades Batallón Pacificador en Santo Domingo; Cazadores Yaque en Santiago; San Felipe en Puerto Plata; Francotiradores en Azua; y Santa Bárbara en Samaná.



A principios del Siglo XX, después de la muerte de Ulises Heureaux, la organización militar sólo logra visos de cierta regularidad en la administración del Presidente Ramón Cáceres con su Guardia Republicana, con la que logró pacificar al país, generando sus instituciones y sometiendo a la obediencia a los truculentos caudillos regionales. Desgraciadamente su asesinato, el 19 de noviembre de 1911, revivió el expediente de las luchas intestinas y generó el estado de cosas que condujeron a la ocupación norteamericana de 1916, haciendo desaparecer todo vestigio de la estructura militar dominicana.



Serían las propias fuerzas de ocupación norteamericanas las que organizarían una Guardia Nacional criolla, con el propósito de pacificar el país, reorganizarlo y crear un cuerpo de policía, que efectivamente pasaría a llamarse así, a raíz de que la nación recobrara su soberanía en el 1924.



El Gobierno del Presidente Horacio Vázquez, que surgió en 1924, a raíz del final de la ocupación estadounidense, le dio nueva vez calor y visos de Ejército a este cuerpo, logrando una relativa estabilidad siempre amenazada por el fantasma de la resurrección de los caudillos regionales y de las guerras fratricidas.



Durante el Gobierno del General Rafael L. Trujillo Molina, el Ejército Dominicano tomaría la connotación moderna del Ejército que hoy conocemos, con sus tres componentes diferenciados y tendría enormes progresos materiales, además de una gran cuota de responsabilidad en el control del país y el sostenimiento del régimen.



Sin embargo, tras la muerte del dictador, y por no haber participado de manera protagónica en los excesos del mismo, estas instituciones pudieron sortear con éxito y con vocación patriótica el tránsito hacia la democracia, habiendo salvado los peligrosos escollos de la anarquía, una guerra civil, y los procesos subversivos de la guerra fría, mediante la asimilación de las experiencias y de un desarrollo sostenido, dando como resultado una institución de sólidas bases de respeto y obediencia al poder civil legalmente constituido y un soporte fundamental para la democracia.







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