Por José Tavárez Henríquez |
“Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no le alumbre”
es el dicho justo para evitar los extremismos a la hora de tomar posiciones
ante un determinado asunto, en este caso la cuestión de la inmigración haitiana
hacia nuestro país.
Tan perniciosa podría ser una política de puertas abiertas
y de absoluto relajamiento de la normativa migratoria, como encerrarnos en un
purismo dominicanista con visos de xenofobia.
Por otro lado debemos estar conscientes de que los derechos
humanos no son una ficción, se trata de una exigencia que obliga a los
individuos o a los países a su cumplimiento. No debemos perder de vista que
esos derechos constituyen la fuente primaria del ordenamiento legal que norma la
vida en las sociedades modernas.
Otra
cosa es que existan individuos o grupos rebeldes que intenten vivir de espaldas
a las disposiciones consignados en la Declaración Universal de los Derechos
Humanas.
Este sistema normativo inter naciones es vinculante con
respecto a los estados y a los individuos, de donde dimana la legitimidad para
perseguir las violaciones a los derechos humanos donde quiera que se presenten.
Del alcance coercitivo de esta normativa puede dar testimonio nuestro país,
varias veces penalizado por violar disposiciones de este código normativo
internacional.
La solidaridad entre los seres humanos es un valor consignado
desde los códigos más antiguos, incluyendo la Biblia. Quien emigra,
generalmente lo hace en contra de su voluntad, empujado por la necesidad
económica o por persecuciones políticas. Esto contribuye a la vulnerabilidad
del inmigrante en los países a donde llegan, donde rara vez son bien vistos y
deseados.
Solo hay que pensar en nuestros compatriotas en Puerto Rico,
Estados Unidos o Europa. Nos sabe muy mal que se les maltrate, y nos indignamos
frente a quienes se ensañan en la indefensión de nuestros compatriotas.
Ese
mismo sentimiento nos debe mover frente a los haitianos que vienen a República
Dominicana buscando mejores condiciones de vida. Se trata de “juzgar nuestras
ansias por las ajenas”, como solía decir mi madre.
Comparto el criterio de que se debe regular el estatus del
inmigrante haitiano, que no es necesariamente concederle la nacionalidad.
He
propuesto en diversos foros que se le documente como residente legal, pague
impuestos, reciba atenciones de salud y educación y que se le preserven sus
demás derechos humanos. Haciendo esto, podemos convertir la situación en el “ganar,
ganar” a que alude Stephen Covey.
Hay un supuesto que a muchos no les gusta aceptar: la
presencia haitiana en esta parte de la Isla es una realidad irreversible,
excepto que cambien de tal manera las cosas que los pobres seamos nosotros y
ellos vivan mejor, en cuyo caso “las balsas irían de Miami hacia la Habana”,
como dice Arjona.
No hay manera humana de impedir la inmigración desde Haití,
ni siquiera con un impensable genocidio, por lo que debemos aprender a convivir
con esa realidad, que dicho sea de paso tiene más de un elemento positivo para la
República Dominicana.
Si hemos de vivir con ellos, y junto a ellos, lo más
inteligente sería hacerlo en las mejores condiciones para el pueblo dominicano.
Para empezar, no es saludable seguir ahondando los resentimientos entre un
pueblo y otro. Se impone mejorar los controles migratorios, incluyendo la
metodología y el personal que presta este servicio.
Lo ideal sería que tuviéramos
la identidad de cada inmigrante, desde su foto hasta el domicilio en que
pernocta, esto facilita la labor de control y prevendría conductas delictuosas
alrededor de este grupo humano.
El tema no es de fácil abordaje, pero la objetividad nos
obliga a despojarnos de prejuicios que no hacen más que complicar las cosas.
Hay que aceptar que el inmigrante haitiano es un ser humano en condición de
desventaja, que tiene derechos y que está presente, para bien y para mal, en la
cotidianidad nacional.
Despojarse de prejuicios y aprender a vivir con estas
personas nos ayudará a evitar problemas futuros y a sacar mayor provecho de su
influencia en la economía, la cultura y la sociedad dominicana. Así veo las
cosas.
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