Autor Tiberio Castellanos |
"Cuando un amigo se va una estrella se ha perdido", eso dice cantando
Alberto Cortés. Miguel Hernandez, ante la muerte de su amigo Ramón Sijé, dice: "no
perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada".
Y
la verdad, poesía aparte, es que la muerte de un amigo paraliza en
uno un montón de impulsos, pone a media asta nuestras banderas y el
pensamiento navega sin rumbo, dando tumbos desde el lejano pasado vivido
con el amigo, hasta la triste y breve despedida de él.
Alguno
dirá, que uno a estas alturas ya está acostumbrado a estas despedidas.
Pero, no. No exactamente. Lejos de estarse uno acostumbrando, lo que uno
experimenta es el aumento de la certeza de estarse quedando cada vez en
mayor soledad.
Porque también hay otra realidad. Y es la dificultad para hacer nuevos amigos
que de por si tenemos los viejos.
Nos
conocimos hace casi sesenta años, en La Habana, en aquella Juventud
Obrera Católica del Padre Oslé y de José de Jesús Plana, que en Gloria
estén. De esos jóvenes de la JOC quedamos ya muy pocos. Y ahora se ha ido Alberto.
Alberto y yo coincidíamos en cierta línea ideológica, politica, religiosa: un cierto
centro derecha cristiano y, por supuesto, democrático.
Y tambien en esa vocación,si
se quiere romántica, del culto a nuestras gloriosas raices hispanas,
con Pelayo y Rodrigo y más acá la epopeya del Alcázar de Toledo. Con
toros y pasodobles.
Mantillas y vino de Jeréz. Yo, por mis lejanos
antepasados y mi apellido. Alberto,
por sus muy cercanas raices gallegas. Bueno, Alberto, era mas que gallego, era también celta.
Yo
no sé si eso era la prueba, pero él te decía: "tócame aquí en la cabeza
este huesito". "Sólo lo tenemos los celtas". Yo asi lo creo.
Alberto era muy generoso y un poco ingenuo. Ahí no coincidiamos mucho. No en
lo generoso, pues yo nunca tuve gran cosa. No en lo ingenuo, pues yo estoy siempre un poco en la sospecha.
Para los que oimos o leimos hace unos meses, el lindo poema que Martha escribió
en el aniversario de sus bodas, no tengo que decirles, lo que siempre se dice del
difunto: fue un buen esposo. Ni tampoco les diré que ese amor perduró. No, mejor digo, perdura todavía.
Un abrazo.
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