Después de todo y para que no se olvide
Autor Benjamin Garcia |
Pasado
este tiempo de alboroto, trivialidades, bocinas ensordecedoras, caminatas
inútiles, reuniones etílicas en plena vía publica, promesas vanas, espectáculos
malditos, jolgorios de callejones en
pantalla chica, mentiras verdaderas con bendición oficial, gritos de sirena
para desarmar las verdades, inculcaciones malsanas.
Después de este trajinar de rostros envilecidos y mala memoria inducida, volvemos al clamor verdadero, al grito que nos ha ocupado desde la primera crecida del río donde vinieron hasta carabelas.
Volvemos
a nuestro personal corral donde se purgan las penas. A sentir el abandono, a la calle sin asfalto,
al puente a medio terminar, al fango del camino prometido donde solo crece la
esperanza cuando de Regina algo se espera, que quizá sea un voto.
Volvemos a tumbar el pulso a una rutina que
nos aplasta hasta dejarnos sin aliento, porque ya no sabemos donde reclamar
seguridad, garantía de energía permanente, abono pa’l conuco, leña pa’l fogón,
cumplimiento de la ley y sus resabios.
Ya
no tenemos donde acudir para suplir con unos pesos extras el exiguo presupuesto
familiar de donde debe salir el pan, la leche, el colegio, el cuidado de la
salud, el transporte, con qué ver la novela o mandar a Pedrito a la escuela…
ah, y sobre todo, de donde debe salir la tajada con la cual sostener las
cuentas de aquellos a quienes corresponde hacernos mas distendido el trajinar
por esta suerte de nación afincada en espejismos.
“Vuelve
el rico a su riqueza, vuelve el polvo a su pobreza y el señor cura a sus misas”
nos anuncia Serrat. A rascarnos con
nuestras propias uñas, porque ya la carpa del circo con el “salvapatrias” de
turno no vuelve al barrio. Ya no hay espectáculo para llamar la atención, ni
abrazos a señoras excluidas por siglos, o cargadera de niños huérfanos de
dignidad.
Solo
que ahora debe ser distinto. La sociedad
ha adquirido la suficiente madurez para reclamar de sus líderes una agenda
donde las prioridades sean las de aquellos que entregan el poder con su decisión,
no de quienes lo ostenten. Porque Joaco quizás
no quiera un puente para su comunidad, sino el rescate del río.
A
don Guillermo no le hacen gracia los elevados, pero sería feliz si el tránsito
por sus callejuelas se organiza con luces coordinadas y autoridades de calles
que inspiren respeto, aún en sus propios jefes.
Joselito quiere estructuras nuevas en el modelo de enseñanza, no quiere
parqueo en la universidad, ni otra entelequia de centro regional para salcochar
profesionales de bajo rendimiento y mucho mas baja autoestima.
Es
tiempo de levantar la voz, nos hemos ganado el derecho de ser escuchados. Cuando nos invitan a “la fiesta de la
democracia” bailamos con alegría y en orden, sin embargo quienes se empeñan en
dirigir la orquesta al final siempre la deslucen. Por tanto, si nuestra voz tiene fuerza para
determinar el director, también debe tenerla para decirle cuál debe ser la
partitura a ejecutar.
Tengo
fe,
la esperanza se abriga, no solo porque es lo último que puede perderse,
sino porque nuestra actitud frente a los dirigentes debe ser otra.
Dejar de buscarle para pedir migajas, para
procurar su unción y con ello un regalo a la llegada de primavera. Ese
no debe ser el camino.
Es la exigencia con el cumplimiento de las
leyes, de sus promesas. Que aquello de “corregir lo que está mal”,
“continuar
lo que está bien” y “hacer lo que nunca se hizo” deje de ser un eslogan
de
campaña y se convierta en el canto de la mañana de un país que espera un
nuevo
despertar.
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