Autor Tiberio Castellanos
Desde Miami
Dijo un sabio escritor, que cuando uno llega a los ochenta años todos nuestros contemporáneos son también nuestros amigos.
Esto me parece muy lógico y asi lo siento. Y agrego, que cuando uno de estos contemporáneos es además un compueblano, entonces, es más que un amigo: es un hermano. Y como este contemporáneo y compueblano me quedan ya muy pocos. De aquellos muchachos que íbamos juntos al Rio Cuaba a dar panqueadas en algún charco; que jugamos semillas de cajuiles (marañon, cashew), después botones y luego canicas, quedan ya muy pocos.
Aunque, para decir verdad y si mi memoria no me engaña, este amigo no era muy jugador de bolitas o canicas, ni mucho menos de semillas de cajuiles, que siempre fue muy presumido. Lo mismo que no era muchacho de andar por las calles y barrios del pueblo galopando caballos como yo y otros. Este fue siempre un joven muy urbano. Camisa blanca almidonada, y con frecuencia corbata y saco. Así, desde la infancia.
Sí, desde la infancia hasta nuestros días. Así, con esta formalidad y elegancia, bajaba a diario del sexto piso del edificio donde vivimos. No sin causar cierto discreto revuelo de comentarios, pues estos viejos de nuestro edificio, no suelen ser muy presumidos en el vestir y mucho menos en el porte. Esto, claro, sucedia al principio. Porque luego la gente se fué acostumbrando a verlo así.
Se le había elegido presidente de la asociación de inquilinos, con oficina propia en el tercer piso, donde había instalado su piano. Sí, mi amigo, de niño y a capela, cantaba tangos. Pero ahora, de viejo y acompañándose al piano, cantaba boleros. Y se acompañaba bastante bién. Nunca estudió piano, pero durante un tiempito tocó un clarinete en la banda de música del pueblo. De modo que algo de música sabía.
Y cantaba sus boleros, aprendidos hace ya algunos años, cuando ambos éramos muy jóvenes. Y paseabamos en mi carro Nash. Entre estos boleros, aquella Casita de Campo de Enriquillo Sanchez , "tan blanca, tan linda... ¿cuándo junto a ella volveré a soñar?..."
Pero ya no, ya no baja del Sexto, ni está ya parqueado en el patio del edificio su viejo Lincoln Towncar. Echo de menos ese su paseo por las tardes, manejando su Lincoln. A veces íbamos al Pub de la calle 8 por una sopa de pollo con arroz. O al
Típico Dominicano de la calle 36 por un Rabo Encendido.
También lo echan de menos los viejitos del Malcoln Ross (comedor de viejos) a quienes entretenía durante el almuerzo con sus canciones.
Con frecuencia lo llamo, y esta durmiendo. Subo un rato y hablamos de viejos tiempos. No lo encuentro muy mal.
Pero ya nunca baja del Sexto. Siento que algo me duele en el alma.
Un abrazo,
Tiberio
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