Por Lincoln López
Tronara o lloviera, todas las mañanas de lunes a viernes invariablemente, Rafael Leonidas traspasaba el umbral del sobrio edificio para iniciar su rutina laboral.
El “Jefe del país” de entonces, era puntual. Dictatorialmente puntual, y, por supuesto, el otro, Rafael Leonidas, el humilde empleado público no escapaba a esa realidad.
El miedo era tal que se podía apostar peso a morisqueta a que cuando Rafael Leonidas abría la gaveta central de su escritorio la sirena del pueblo, le acompañaba.
Por algo difícil de explicar, ese día de pago, el 25 para los servidores públicos, iba a ser distinto.
Hacía más de 20 años que aquel hombre alto y flaco, de color “indio”, siempre cambiaba el cheque, humedecía con la punta de su lengua las yemas de sus dedos índice y pulgar derechos, tomaba el dinero y lo colocaba por partidas de iguales denominaciones encima del vidrio que revestía el escritorio. Y lo guardaba en la gaveta.
Parecía tener más edad. No traslucía sus sentimientos. Poco quedaba del joven entusiasmado pese a la frustrada expedición militar de Cayo Confites contra la tiranía, porque la juventud de entonces, quedó impactada. Esperanzada.
. Rafael Leonidas desanudó su corbata negra, y comenzó a distribuir su rosario de deudas. “Tanto para la casa...Tanto para la comida...Tanto para los intereses y capital del préstamo aquel… Finalmente tomó todo el dinero y lo guardó en la gaveta central de su escritorio. Luego, tomó entre sus manos el periódico, lo abrió en la página 8, donde estaba el horóscopo diario. Signo decía: “LEO. Del 22 de julio al 21 de agosto: “Alguien pudiera encontrar sus ideas demasiado fantásticas. Tal vez esa persona carezca de imaginación. Evite a los que puedan bloquearle”.
A Rafael Leonidas le brillaron los ojos, alzó las cejas y razonó: ““Ya yo sé lo que voy a hacer”.
El sonido de las máquinas de escribir preñaba el ambiente.
Sus manos volvieron sobre la gaveta, extrajo el dinero y con él formó un solo
fajo de billetes horizontales, los emparejó dándole tres tiernos golpecitos en la parte supe-
rior y lo guardó en el bolsillo delantero derecho, repitiéndole otros tantos golpecitos por
encima del pantalón y abandona rápidamente el sillón y el salón departamental. Le hizo a su segundo al mando una conocida señal de que se iba ausentar. Mientras se alejaba, iba masticando este soliloquio: “Me voy a pegar unos cuantos tragos para despejar la mente. El mejor sitio es el patio de Carlos el trovador, allá en la barranca que mira de reojo al río...después ya veremos... Los cuartos están hechos....Esto nada más pasa una vez al año.
La sirena de La Tabacalera partió en dos el día desgaritándose con la tarde,
mientras un hombre desesperado desaparecía y se fundía entre el hormiguero diario de la
calle Del Sol para consumir su futuro y el de los suyos en sabe Dios cuántas botellas de ron..
Total, él podía proclamar también aunque fuera una vez en su vida:
“ ¡ROMPAN FILA Y QUE VIVA EL JEFE!. COOOññ…”
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