Por Marcos Antonio Ramos
En estos días se mencionan con frecuencia en varios medios de comunicación las próximas celebraciones del bicentenario del Grito de Dolores del 16 de septiembre de 1810, inicio de las guerras independentistas mexicanas por el Presbítero Don Miguel Hidalgo y Costilla. Un mes antes, el 16 de agosto, se conmemora el Grito de Capotillo en Quisqueya. Esa fecha del año 1863 es considerada como el inicio de la Guerra de Restauración de la Independencia Dominicana.
El país hermano había regresado a la soberanía española en 1861 por iniciativa, entre otros, del general Pedro Santana, el mismo personaje que había derrotado a los haitianos en la famosa Batalla de Las Carreras, algún tiempo después de la proclamación de la separación de Haití realizada el 27 de febrero de 1844, gesta independentista encabezada por próceres como los Padres de la Patria Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella. En tales hechos participó también el general Manuel Jimenes González, nacido en Baracoa, Cuba, que después ocuparía la Presidencia de la República Dominicana en 1848. Por cierto que cada vez que lo menciono me veo obligado a aclarar que su apellido no es el más conocido de Jiménez.
Entre el 27 de febrero de 1844 y el regreso de las tropas españolas el 18 de marzo de 1861 sucedieron muchas cosas que hicieron temer a los quisqueyanos por su independencia. Esta era amenazada por las frecuentes incursiones haitianas dentro de su territorio, las cuales en ocasiones pueden ser consideradas como invasiones, comparables en parte a la de 1822 cuando el presidente Jean-Pierre Boyer puso punto final a la llamada “independencia efímera” proclamada por José Nuñez de Cáceres en 1821.
El tema de la independencia dominicana es complicado, a la vez que glorioso. Se trata de un pueblo orgulloso de su estirpe hispánica que no solo logró independizarse de la Madre Patria en 1821 y 1865 sino que enfrentó valientemente numerosas invasiones y puede gloriarse de haber derrotado a los ingleses a mediados del siglo XVII, a los franceses y a los haitianos a principios del XIX. El país ha tenido una historia muy convulsa y además de invasiones ha tenido que enfrentar períodos de ocupación sobre todo su territorio o parte del mismo. De ahí aquella quintilla famosa cuyo autor era el Presbítero Juan Vázquez, cura párroco de Santiago de los Caballeros:
“Ayer español nací
a la tarde fuí francés,
a la noche etíope fuí,
hoy dicen que soy inglés:
¡No sé que sera de mí!”
Pues bien, ese heroico pueblo que derrotó tantos intentos colonialistas contribuyó como se conoce muy bien a la independencia de Cuba. Sobre esto he escrito en varias ocasiones. Recientemente mi estimado colega Enrique Ros en su libro “De Yara a San Lorenzo” describió cómo los dominicanos fueron figuras fundamentales sobre todo en los
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inicios de la Guerra de los Diez Años. En este trabajo deseo señalar además la relación estrecha entre el Grito de Capotillo de 1863 y el Grito de Yara de 1868. En mi reciente libro “Hacia los Orígenes: Dominicanos en la Historia de Cuba”, que será puesto en circulación próximamente en Santo Domingo, hago énfasis en algo en lo que trabajaron, mucho antes que yo, otros estudiosos de la historia.
El muy reconocido diplomático y periodista Manuel Márquez Sterling, que ocupó en los años treinta la Secretaría de Estado de Cuba, relacionó la Guerra de Restauración de la Independencia Dominicana (1863-1865) con la de los Diez Años. Ya Don Antonio Cánovas del Castillo había admitido en las Cortes Españolas que “El reconocernos incapaces de luchar y vencer bajo el sol de las Antillas, nos obligará pronto a demostración más sangrienta y onerosa de nuestro poder en Cuba”. Nuestro gran historiador en el siglo XX, Ramiro Guerra, afirmó que el triunfo de la Guerra de Restauración en Santo Domingo: “se consideró en Cuba una prueba de la debilidad de España y de la inconsecuencia de sus gobiernos”.
Más fuerte fue la opinión del general español Gándara: “…las contrariedades que allí sufrió nuestro ejército y la debilidad de que dimos pruebas abandonando a Santo Domingo antes de vencer a los rebeldes (1865), estimularon grandemente el espíritu sedicioso de los insurrectos cubanos y fueron parte a animarles en sus insensatas esperanzas de triunfo. Toda nuestra desdichada conducta en la anexión y guerra de La Española contiene los gérmenes de ese pavoroso problema que, por espacio de diez años, ha mantenido los destinos de la isla”. Y escribiendo sobre un “efímero paso por Santo Domingo”, indicó que en esos hechos había “que buscar una de las causas mas poderosas y eficaces entre todas las que contribuyeron a la insurrección de Yara en 1868…:” El eminente historiador Emilio Rodríguez Demorizi, en su obra “Maceo en Santo Domingo” dedicó todo un capítulo al tema “La Restauración: Sus Ecos en Cuba”, señalando “La revolución cubana fue, en cierto modo, continuación de nuestra guerra de Restauración, la gloriosa contienda contra España ganada en 1865.”
Sería posible seguir mencionando opiniones, pero bastaría con añadir los nombres en una larga lista de militares dominicanos, anteriormente alistados en el Ejército español en Santo Domingo, que desde los primeros días de la guerra iniciada en Yara no sólo entrenaron e iniciaron a los cubanos en ese tipo de conflicto sino que encabezaron muchos de los primeros enfrentamientos con las tropas coloniales. No puede escribirse sobre los acontecimientos ocurridos a partir de Yara sin mencionar a Máximo Gómez, a los hermanos Marcano, a Modesto Díaz y a infinidad de dominicanos.
El viernes 27 de Agosto, a las 7.30 P.M., en la Cámara de Comercio Dominicana situada en el 104 SW 9 Street, la Casa Cultural Domínico Americana que preside el doctor Roberto Guzmán y Viernes Culturales Dominicanos, que dirige Doña Yunis Segura, presentarán varias ponencias sobre “La Restauración de la Independencia Dominicana y su Proyección Internacional” a cargo de los profesores Roberto Guzmán, Tiberio Castellanos y el autor de este artículo. Todos están invitados. (FIN)
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