Una noche, al regresar de visitar a una de
mis hermanas, se incendió la luz roja en un semáforo.
Paré mi vehículo para esperar que la verde
me autorizara a seguir mi camino,
mientras notaba con desagrado que los demás que venían en la misma dirección seguían
como si no fuera con ellos, o como si la luz roja no existiera.
Guaguas llenas de pasajeros, carros,
camionetas, yipetas, motores… pasaban a mi derecha y a mi izquierda, evadiendo el mío que parecía como
si estuviera descompuesto, al permanecer esperando.
En esos momentos me sentí “estúpida e
ilógica”, como Marc Anthony en su salsa “¿Y ahora qué?”, y me dieron ganas de
hacer lo mismo porque primero, “Una golondrina no hace primavera”, segundo, no
había ningún oficial de AMET en los alrededores, y tercero, si la mayoría lo
hace, ¿por qué yo no?
De pronto vino a mi mente una situación
similar que se daba a menudo cuando vivíamos en los Estados Unidos: 4 de la
madrugada, lugar solitario, no policías en el entorno, y mi esposo y yo parados
en la luz roja hasta que la verde nos diera el permiso de proseguir.
Entonces me di cuenta que muchas personas
que vivieron en ese país, respetaron a cabalidad sus leyes de tránsito, ahora al
volver a vivir aquí, contribuyen al desorden que se da en nuestras calles y
carreteras por inconsciencia ciudadana.
Entiendo que el ser humano normalmente
aprende a respetar por temor a las consecuencias, y que aquí en la República Dominicana
esas consecuencias se arreglan con dinero y un amigo influyente, pero yo me
pregunto, ¿Por qué contribuir al orden en países extranjeros y promover el caos
en el nuestro?
Creo que es hora de hacer un examen de
conciencia sobre ¿por qué debemos pararnos en la luz roja?, ¿cuánto nos importa
nuestra seguridad y la de nuestros semejantes?, ¿cuál es el objetivo de las
señales de tránsito?, ¿cuál es mi responsabilidad como conductor?...
¿Por
qué en casa ajena sí y en la mía no?
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