Ramón santana |
Escritas por Fernando Ferreira Azcona. |
Mi gran amigo y hermano
Lilí Santana me ha pedido que, a nombre de la familia Santana, de su esposa
Leonor y de los hijos de Manito, diga unas palabras de despedida a nuestro
querido Ramón Expedito (Manito) Santana. Así que con el permiso de Leonor y de
los hijos de Manito, voy a intentar satisfacer la petición de su hermano mayor.
A
Manito lo conocí “de carambola”, pues llegué a la casa de Doña Niní, a
consecuencia de la gran amistad que siempre me ha unido a Lilí. Hace tanto
tiempo de este acontecimiento, que honestamente, no recuerdo el momento exacto.
Pero, sí estoy seguro de que ambos éramos niños pequeños. Quizás yo tenía 9 –
10 años, y Manito, aun no había mudado sus dientes de leche, ya que yo le
llevaba 4 ó 5 años de edad, que en esa etapa, eran un montón de años.
Confieso
que nunca conocí a Ramón Expedito. A quien conocí de niño fue a Manito, y con
el transcurrir del tiempo, cuando aquella diferencia abismal de edad entre
nosotros se fue haciendo cada vez más pequeña, hasta no ser tomada en cuenta,
me convertí en íntimo amigo de Mi Querido Cabezón, como siempre nos llamábamos.
Es
decir, que después de una amistad de más de seis décadas, me siento en
capacidad de hablar acerca de Manito Santana, de Mi Querido Cabezón. Sin
embargo, es casi seguro que en esta ocasión,
no exprese nada que ustedes desconozcan acerca del ser humano
extraordinario que hoy despedimos físicamente, ya que su recuerdo vivirá
eternamente entre quienes le conocimos y tratamos de cerca.
Se
podrá decir que Manito tenía un temperamento fuerte, difícil, como lo
calificamos con frecuencia, ya que defendía sus puntos de vista con vehemencia,
quizás con obstinación. Pero, nadie podrá decir que actuaba con malicia. Yo me
atrevo a aseverar que él nunca conoció esta palabra, pues siempre actuó de cara
al sol, con absoluta transparencia.
O sea, que estamos
hablando de un ser humano intrínsecamente bueno, servicial, desprendido de los
bienes materiales y con profundas motivaciones sociales. Con un optimismo
contagioso y con un amplio sentido del humor. Siempre presto a contar o a
celebrar el último chiste con una gran carcajada. ¿Quién de nosotros no llegó a
disfrutar alguna de sus geniales ocurrencias?
Amigos y amigas, estamos
despidiendo a un gran dominicano, a quien las circunstancias le obligaron a
emigrar de su lar nativo, pero que nunca soltó las amarras que lo ataban al
mismo. Manito nunca se olvidó de sus raíces. Siempre pregonó con orgullo su
dominicanidad y se vanagloriaba en destacar que vino al mundo en esta “Ciudad
de los Bellos Atardeceres”, donde viajaba todos los años a pasar sus vacaciones,
y donde planeaba regresar, cuando se retirara definitivamente.
Hace un par de años, a
Manito se le ocurrió la brillante idea de construir un Parque-Monumento
dedicado a los mártires y héroes de la Provincia Valverde que ofrendaron o
expusieron sus vidas en aras de la libertad y la democracia dominicanas desde
la Epopeya Gloriosa de La Barranquita, la oprobiosa Era de Trujillo, la
Revolución de Abril, aquellos fatídicos doce años, y hasta nuestros días.
A esta tarea se dedicó
con ahínco, en cuerpo y alma, en nuestra Patria y allende los mares, con el
propósito de honrar la memoria de tantos “soldados desconocidos” que dieron lo
más preciado de sí mismos, a cambio de nada, para que nuestras generaciones
puedan disfrutar la imperfecta democracia que vivimos.
Manito Santana quería
dejar esta obra imperecedera como muestra inequívoca de agradecimiento
eterno a estos valientes hombres, muchos
de los cuales se marcharon de este mundo ante la mirada indiferente de
nosotros, sus conciudadanos.
Ahora, los Directivos
de la fundación creada por él para estos fines y sus amigos tenemos el
compromiso de no permitir que este gran sueño de Manito quede inconcluso.
¡Tenemos el compromiso de terminar este Monumento tal y como él lo soñó!
Al terminar, Mi Querido
Cabezón, quiero decirte tres cosas:
1. Gracias
por tu amistad. Tú sabes que te quise como a un hermano menor, y como tal te
protegí en tus años mozos, te traté y te defendí toda la vida.
2.
Esta despedida… “no es
más que un hasta luego”. Estoy seguro, que el Señor nos dará la oportunidad de
encontrarnos de nuevo y de abrazarnos jubilosos, con la alegría que nunca
termina.
3. Y
por último, Mi Querido Cabezón, ¡El Monumento Va!
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