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| POR FERNANDO RODRÍGUEZ CÉSPEDES |
“Los que votan no deciden nada. Son
quienes cuentan los votos quienes deciden todo”. Esta frase del líder soviético
Joseph Stalin recobra una vigencia extraordinaria ante las protestas escenificadas
en todo el país contra supuestos fraudes electorales en los comicios recién
celebrados.
Nuestro sistema democrático, y por
extensión el electoral, están plagados de deficiencias, inequidades y otros
males que no son ajenos a los políticos quienes, a sabiendas de ello, insisten
en colarse en el sistema para alcanzar posiciones electivas.
Todos participan en la campaña con un discurso de vanguardia
que ni ellos mismos creen, pues, salvo contadas excepciones, aspiran a llegar a
los cargos públicos para lucrarse y prueba de ello es la cantidad de dinero que
invierten los candidato en campaña.
Esas inversiones son recuperables y todos sabemos las
fórmulas que emplean para ello. Por eso les duele tanto perder los beneficios
económicos y el poder que generan los puestos en una sociedad donde los
funcionarios más que a servir, van a los cargos a servirse.
Por ello vemos como ganar una
candidatura congresual o municipal, desde la oposición o desde el poder, se
convierte de un asunto de vida o muerte que puede desencadenar los demonios y
pasiones más bajos que habitan en quienes pretenden vivir a expensa del erario.
Nuestra democracia no debiera, a estas alturas, estar
tan maleada. El espectáculo que ofrecemos al mundo es indigno de estos tiempos,
pero la responsabilidad mayor la tienen los propios políticos quienes una vez
llegan al poder se olvidan de los intereses del país y por eso carecemos hasta
de una Ley de Partidos.
Aunque es preocupante lo que pasa, no dejan de
provocar hilaridad los discursos de los candidatos derrotados quienes se presentan como si
hubiesen ignorado que participaban en un proceso electoral condicionado por la
participación de un popular presidente reeleccionista en uso avasallante de
todos los resortes políticos y económicos del Estado.
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