Por Fernando Rodríguez Céspedes
Es lamentable que la situación de
inseguridad que afecta a todos los estratos de la población, esté llevando a
los dominicanos a convertirse en ciudadanos temerosos y
desconfiados, contrario a su
tradicional temperamento de simpáticos, colaboradores y sociales.
La gente ha llegado al extremo de
espantarse ante el ruido de cualquier motocicleta y si van en ella dos personas, el miedo aumenta
ante el temor de que sean asaltantes debido a la cantidad de atracos que se cometen a diario usando esos vehículos.
Lo peor de esta situación es que muchos
de esos atracadores motorizados, son policías que andan de civil patrullando
los distintos sectores en motores sin placas lo que hace difícil su identificación además de que se
mueven con toda libertad.
Cuando cualquier patrulla uniformada los
detiene por su aspecto sospechoso y en ocasiones hasta estrafalario, solo basta
con mostrar su identificación para que les den luz verde para seguir en sus
andanzas, a veces, delictivas.
Si usted anda en un sector desconocido
buscando una dirección, la mayoría de las personas a quienes intenta preguntar,
lo evaden rápidamente diciendo que no residen en el lugar para evitar acercársele
o establecer conversación con un desconocido.
El hogar, considerado el lugar por
excelencia para la seguridad, es violentado, a veces, en complicidad con algún
miembro del servicio doméstico y en otros casos rompiendo verjas de hierro, puertas y ventanas sin importar que sea de día
o de noche, cometiéndose robos y en ocasiones,
horribles asesinatos.
Esta situación ha motivado a muchos
padres de familia a poner rejas adicionales internas sobreprotegiendo el área
de los dormitorios y aún así no se duerme tranquilo pues cualquier ruido provoca un despertar
sobresaltado.
Andar en la calle resulta peligroso no importa que transite a pie o en
su vehículo. El caso de la ingeniera
Francina Hungría ilustra esto último. En el transporte público, además del
tradicional cartereo a que se expone quien lo use, se suma el riesgo del secuestro y la violación en el caso de las damas.
Las personas sensatas evitan andar tarde
en la noche, lo que disminuye el número de clientes en los centros de diversión
nocturnos y los padres de familia somos víctimas de la angustia mientras cualquiera de nuestros hijos ande divirtiéndose en la noche.
El terror, lamentablemente, se está
imponiendo en nuestra sociedad y resulta penoso que un pueblo alegre,
hospitalario y solidario, sea arrastrado por las circunstancias a ser
desconfiado, arisco y atemorizado.
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