Por Fernando Rodríguez Céspedes |
Lo único que puede paliar la consternación
y dolor provocados, a nivel mundial, por el asesinato a mansalva de 20 infantes
y seis profesoras en la escuela primaria
de Sandy Hook en Newtown, Connecticut, es que el Congreso Norteamericano
modifique la permisiva ley de comercialización y tenencia de armas de fuego de
manera que situaciones como la comentada, no vuelvan a repetirse.
Ante las sucesivas tragedias similares,
acontecidas en los Estados Unidos en los últimos años, constituye una
irresponsabilidad mayor de las autoridades norteamericanas mantener vigentes,
para proteger la odiosa industria armamentista, leyes que permiten a cualquier
ciudadano obtener, como si fueran útiles deportivos, armas de asalto y altos
calibres.
La sociedad norteamericana está plagada
de drogadictos y enfermos mentales, situación que en vez de mejorar, será cada
vez peor por los problemas económicos que sufre una nación que del boato y el consumismo,
ha tenido que someterse a una economía de emergencia que afecta directamente el
estado emocional de grandes núcleos de la población.
Si a esta situación, les sumamos el
bombardeo sistemático de la violencia
por los medios escritos radiales y televisivos y la proliferación de los juegos
electrónicos infantiles cuyos
fundamentos son la guerra y asesinatos
masivos con metralletas y armas similares, nada bueno podemos esperar de una
sociedad influenciada por esos males.
No bastan las lágrimas del presidente
Obama, los lamentos ni discursos contra la violencia y a favor de la paz, es
necesario que por encima de asociaciones como la del Rifle y cualquier interés económico
de los fabricantes y comerciantes de armas, se tomen medidas legales drásticas
que impidan el fácil acceso de la población a estos despreciables instrumentos de muerte.
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