Autor Tiberio Castellanos |
Esto
de la FE es bastante ampio y resbaladizo. Para comenzar, observe usted
la gente que tiene fe en sacarse un premio de la Lotto.
Algunos
juegan y juegan y juegan... y vuelven a jugar, y acaso se sacan... las
manos de los bolsillos. Pero, claro, en cada sorteo, uno al menos, se
saca el premio. -Ese puedo ser yo-, piensa cada creyente en su buena
suerte.
Usted como yo, tiene que haber visto por las tardes en Univisión el Tren de la Muerte.
Encaramados
en el techo de los vagones vienen, cada día, cientos de
centroamericanos, jóvenes en su mayoría, aunque algunos ya tienen mujer e
hijos.
Vienen
cruzando Méjico, hacia la frontera de EEUU en la búsqueda de un sueño.
Unos mueren en el camino, otros quedan traumatizados de por vida, otros
mueren de sed en el desierto o teminan presos por la guardia fronteriza y
luego deportados. A todos los inspira una cierta o dudosa Fe (y aquí no
analizaremos las condiciones de la "patria" de donde salieron).
Bueno, entonces hay diferentes motivaciones en la vida del hombre. Una
de ellas es la Fe en Dios. En mi caso el Dios de la Biblia, no el dios
del Corán ni el dios del Libro del Mormón.
Esta Fe, bien entendida, florece en una conducta que en el Evangelio se
menciona como el Reino de Dios. "El Reino de los Cielos dentro de
vosotros está": humildad, compasión, pureza. Podríamos decir también,
solidaridad con el prójimo, por amor a Dios.
Bueno, con frecuencia vemos que esta fe "cristiana" se manifiesta en un
montón de gestos: tradiciones, devociones y otras cosas que en un
tiempo llamábamos "supersticiones" y que ahora mencionamos como
"religiosidad popular".
Y yo digo, que todo lo anterior es bueno... pero no basta. De ningún modo basta. Porque generalmente es humo.
Por eso me entusiasma que la Iglesia Católica, desde hace algún tiempo,
esté insistiendo en La Conversión. No solamente en el arrepentimiento
de los pecados, sino en La Conversión.
Desde hace algún tiempo, dije, pues este término lo conocí hace
muchísimo tiempo, con unos protestantes de mi pueblo, a
quienes, precisamente, llamábamos convertidos.
Un abrazo.
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