Escrito por la Maestra Lavidania Del Villar |
Mientras trato de armar mi arbolito de
Navidad, la película pasa por mi mente una y otra vez: 4 de la
madrugada…, un despertar violento…, fuerzas policiales obligando salir
del lecho…, se hace mandatorio abandonar de inmediato la vivienda…, no
hay tiempo de agarrar las pertenencias…, ni mucho menos de cepillarse
los dientes.
Se pierde todo…, lo que es poco para muchos, pero mucho para ellos.
Ancianos, enfermos y no enfermos,
minusválidos, adolescentes… 50 niños a la intemperie que “nunca
olvidarán la forma en que fueron sacados violentamente”, y que lloran
por sus cuadernos y útiles escolares que se quedaron atrás.
No hay dónde ir al baño, ni qué comer, solo dormir en el suelo o en algunos colchones que se sacaron a la brava.
Muchos años de vida se borran
cuando los hogares caen derribados por un “gredar” en frente de los
dolientes. ¡Qué película de horror! Los adultos pierden sus trabajos…
los niños pierden su espacio, sus clases, sus sueños, y se convierten en
maduros a fuerza de empujones.
¿Por qué a las 4 de la madrugada?
¡Qué pena que sucedan estos desalojos! ¡Qué tristeza que la miseria haga
invisibles los de este lado, y que el poder haga insensibles los del
otro!
Pierdo la motivación, y mi árbol,
que se queda sin luces, no quiere estar alegre porque mi película está
llena de caras tristes y estómagos vacíos.
Y no es que no entienda el derecho
que el amo tiene de reclamar lo suyo, es que deplora las lágrimas de
desamparo en los ojos de los niños, y la desilusión en el alma de los
ancianos.
Me detengo a dar gracias a Dios
porque no soy una de esas personas, porque soy bendecida con un techo
donde no temo me saquen de madrugada, pero aún así, por los menos
afortunados, mi árbol de Navidad está de luto.
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