Chavela Vargas junto a Joaquin Sabina |
Nadie se lleva a la tumba tantas leyendas como Isabel Vargas Lizano, la Chavela.
De ella se dice que caminaba pistola en mano por
las principales calles de Ciudad de México, que acabó en el tambo
(cárcel) por sus excesos con el alcohol y que por su alcoba pasaron las
mujeres más bellas, aunque sólo fuera en sus sueños.
A Chavela Vargas, fallecida este
domingo a los 93 años, la descubrió el cantautor José Alfredo Jiménez en
la Avenida Insurgentes, donde cantaba a cambio de unas monedas.
Él la rescató de la calle y la convirtió en
artista profesional, con sus rancheras y boleros. En 1961 publicó su
primer disco; luego vendrían más de 80.
Su "gran José Alfredo" era el socio con el que salía en las noches para cantar serenatas a sus enamoradas. A las de ambos.
Desaparecida
Había salido de Costa Rica, su país natal, con
sólo 17 años, dejando atrás un país y una familia a los que nunca quiso.
Así se volvió mexicana.
Tan mexicana como La Casa Azul de sus grandes
amigos Diego Rivera y Frida Kahlo; tan mexicana como Lola, su perra
xoloitzcuintle.
O como el Tenampa, el salón de la Plaza
Garibaldi donde tantas noches se pasó tequileando y que aún tiene en sus
paredes los rostros de las grandes estrellas del país.
Hoy este espacio de Ciudad de México llora la muerte de su novia y sus decenas de mariachis están de luto.
Casi tanto como el día en que Jiménez falleció, el 23 de noviembre de 1973.
Aquel día Chavela, que ya se conocía todas las
cantinas de la ciudad, se bebió de golpe tres botellas de tequila junto
al féretro de su gran amigo.
Así fue como, a base de caballitos, desapareció
de la faz de México. Desterrada en la barra de un bar, muchos la dieron
por muerta.
Y así se sentía, reconoció alguna vez, cuando la rescataron de nuevo en 1990, ebria y con su inconfundible gesto amargo.
Ella nunca quiso hablar en detalle de cómo fue hallada, así que la leyenda creció.
La de la anciana de pelo cano que cantaba -o
lloraba, nunca supieron distinguir sus lamentos- en una esquina. La
mujer solitaria ("independiente", se decía ella) a la que un día otro
cantante reconoció demacrada y la sacó a rastras de la cantina.
A los pocos años ya estaba actuando en el
Carnegie Hall de Nueva York y en las mejores salas de conciertos de
México y Madrid. Esta vez sobria y con llenos absolutos.
Chavela se pasó sus últimos años diciendo que algún día, con la hora de su muerte, su hígado debería acabar en un museo.
La resurrección
La Vargas, que en su juventud se rodeó del
revolucionario León Trotsky y el compositor Agustín Lara, buscó nuevos
amigos tras su "resurrección".
Uno de ellos fue el director de cine español Pedro Almodóvar, quien ya había puesto música de Chavela a sus películas.
"Chavela eliminó el carácter festivo de las
rancheras, mostrando en toda su desnudez el dolor y la derrota de sus
letras", escribió Almodovar en honor a la cantante.
"Añadía una amargura irónica que se sobreponía a
la hipocresía del mundo que le había tocado vivir y al que le cantó
siempre desafiante".
O el cantautor Joaquín Sabina, quien le dedicó
su canción "Por el bulevar de los sueños rotos" ("¡Quién supiera reír
como llora Chavela!").
En su segunda vida, la Chavela de 70 años se
encargó de recordar a los viejos sus canciones: "Somos", "Luz de luna",
"La llorona"...
Mientras, los jóvenes la conocieron por sus
interpretaciones en la película "Frida", protagonizada por Salma Hayek. O
en "Babel", de Alejandro González Iñárritu.
Su último trabajo fue un homenaje al poeta
español Federico García Lorca, que representó en abril en el Palacio de
Bellas Artes de la capital mexicana.
Allí se celebrará este martes un homenaje de
cuerpo presente, según anunció el Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes de México.
"Como ella dijo: no muere, trasciende. Se queda
con nosotros en sus canciones", expresó el presidente del país, Felipe
Calderón, al conocer de la muerte de Vargas.
Junto al cerro mágico
Ella pasó sus últimos días grabando discos de
colaboraciones, escuchando a las que algunos dicen son sus herederas
naturales, la mexicana Lila Downs o la española Concha Buika.
Siempre recibiendo a sus amigos, renegando de
sus difuntos padres y de su país natal, celebrando la vida y el momento
en que probó su último trago.
Sin niños cerca, porque nunca los soportó.
Y a menudo con sus gafas de sol oscuras y su
pelo blanco, a juego con la guayabera en los jardines de su pequeña casa
de Tepoztlán, donde "La Chamana" guardaba su premio Grammy.
Allí en las faldas del cerro Tepozteco, uno de
los espacios más mágicos de México, meca para los peregrinos de la
energía y el misticismo.
Un lugar cargado de leyendas. Como Chavela.
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