Escrito por Benjamin Garcia |
En medio de tantas sonrisas cínicas, dramas mal montados con
libretos manidos. Nadando en el fango de
la mentira y la incapacidad, provocando derrotas y levantando brazos por
victorias a medias, nos encontramos frente al espectáculo triste de un tren
descarrillado, y al parecer, desde hace ya mucho tiempo, sin un norte como
guía, que es mas grave.
Plegarias desabridas, letanías que no alcanzan la
autenticidad del sentimiento. Reclamos
interesados y egoístas, luchas cuya bandera es la posibilidad de aumentar la
cuenta de banco y un rosario interminable de poses. Así vamos en medio de este mar, carente de
certezas o de luces que tanta falta hacen para el buen vivir.
Cada vez somos cada quien y dejamos de ser nosotros. El vecindario es un lugar donde habitar las
horas, las calles una simple ruta por la cual trasladarnos. El pasado es un
viejo banco tirado al fondo del patio y el futuro una pendejada desconocida a
la cual llegar si se puede, pero sin mucho apuro. El presente resuena como maraca
de combo viejo, con un talán sin otra historia que la lágrima del momento.
En la espalda un saco roto por donde se desliza el porvenir,
agujeros por donde se escaparon de a poco las esperanzas, dejando en la costura
la desventura y una risa opaca que no alcanza para encender un sueño. El río lleva los bagazos de las consignas
universitarias, del coro barrial de “Hay un país en el mundo en el mismo
trayecto del sol”. Una vez fueron una
señal, hoy habitan el desamparo.
El que bajo el brazo llevaba antes “El capital”, hoy corre
vestido de Dior tras “el capital”. La
canción que llenaba el ambiente con protestas y propuestas hoy lo contamina con
el sinsentido de una frase invitando a “poner to’eso pa’ lante”. La corriente marginalidad sin imaginación ni
talento, ocupa un espacio estelar y compitiendo, a veces con mayor ventaja, en
los escenarios del buen gusto.
Signos de los tiempos y sus inevitables cambios, las
sociedades avanzan, las generaciones producen sus propios códigos y establecen
las normas para buscar fortunas y felicidad.
Para relacionarse y procurar el balance.
Entendido eso desde la dialéctica, pero cuando observamos el escenario sentimos
el impacto de una involución, el olor de un cocido, antes preparado con esmero,
que ahora huele a aceite rancio en muchas de sus porciones.
Pero no es de lamentar, sentarnos a darnos manotazos en el
pecho pidiendo clemencia o inferirnos latigazos en la espalda como
castigo. Más bien nos hace falta
implorar un dolor, de esos intensos que nos incite, como dice Silvio a “parir
un nuevo corazón”. Sacar de raíz esa
culpa y empezar a labrarnos un nuevo
destino. A construir una nueva esperanza.
Celebrar cada mañana una nueva posibilidad. Desde
cada trinchera, sea el poder político, las iglesias, la empresa grande, el
colmado de la esquina, el salón de belleza, la granja, el surco, hacer una
apuesta por el cambio, encarar desde la fe el reto de hacer una nación mas
optimista, donde como nos dijeran hace unos días, en la inauguración de las
nuevas autoridades, dejar de ser un
ciudadano individual para ser un colectivo.
Independiente del panorama sombrío que a veces percibimos,
las posibilites de avanzar son muchas, muchos los caminos que se abren
dibujando una nueva perspectiva, es “sacar de abajo”, incluso desde las
carencias mismas y tomarle la palabra al nuevo presidente, quizás un poco mas
ajustada a la realidad que la anterior consigna de “e’ pa’lante que vamos”…
“manos a la obra”.
Que nos duela, porque como dice Juan Luis Guerra… “puja el vientre, que se abran los mares,
que la vida duele es ley de madre, pero el fruto olvida lo sufrido…”
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