Autora Luz Maria Fadul
Psicologa y colaboradora de este Blog
El paso del tiempo es la semilla que plantamos en cada una de las etapas de nuestra vida: nos motiva, nos permite ser felices e infelices, dudar, temer, desconfiar y recuperar la fe perdida, nos hace entrar en crisis, nos hace odiar y amar, caernos mil veces y levantarnos milagrosamente con la fuerza suficiente para seguir hacia delante, porque lo difícil no es detenerlo sino aceptarlo como un potencial de realización personal y dejar de sentirlo como un enemigo poderoso para convertirlo en un aliado justo.
Los cambios son necesarios en el proceso de nuestra realización interna y en nuestro ser más profundo mora la capacidad de transmutarlos, el paso del tiempo nos conduce progresivamente a nuestro propósito de vida percibiéndonos cada vez más a nosotros mismos, y a medida que el tiempo pasa dejamos atrás una estela de aciertos y fallos que nos convierten en una amalgama de sensaciones provechosas.
Dejarse llevar por él resulta tan beneficioso como doloroso dependiendo de los retos a los que nos enfrentemos, pero aun sintiéndonos vencidos en algunos momentos es inevitable recorrer el camino transitado por obstáculos y regalos, risas y llantos, luz y oscuridad, principio y final porque en la dualidad hallamos nuestra autenticidad, introduciéndonos en un universo físico y mental donde cualquier cosa puede hacerse realidad.
En nuestra realidad mental el tiempo se puede adelantar, corregir, paralizar y retrasar. Retrasarlo, sin necesidad de utilizar retinoides, antioxidantes, liposomas, alfahidroxioacidos y cirugía estética, como sucede cuando nos sumergimos en la realidad física.
Suspendido en nuestra mente el tiempo y su paso no tiene dominio sobre nosotros, es infinito, absoluto y relativo, no existe para nuestros cinco sentidos, tan sólo es una mera ilusión irreal del sexto sentido: sentido que capta las verdades absolutas del universo y que está en constante sintonía con el plano de la materia.
La materia se transforma al igual que nosotros vamos transformándonos en individuos con más experiencia y sabiduría, con el tiempo y su paso, en el plano físico, donde el tiempo y el espacio se dan la mano para ocasionar acontecimientos, circunstancias y ocurrencias.
En el momento que nos adentramos en el mundo físico también la franja horaria se torna física y deja de ser psicológica, el reloj pasa de ser un simple objeto decorativo a transformarse en un incordio continuo.
Sucesos sensoriales se deslizan por la esfera procesando sentimientos, en un recorrido monótono de sensaciones que desencadenan en una cascada de reacciones diversas, mientras nuestras neuronas perciben de un modo peculiar el paso del tiempo, activando en el cerebro un sinfín de relojes internos cada vez que nuestro inconsciente se concentra en el pasar de las horas.
Nuestros pasos avanzan de un modo circular desde un principio hasta un final, elevación, caída y vuelta a empezar. Etapas de coraje seguidas de épocas de desaliento y temor se suceden progresivamente, transportando emociones en sabias agujas que no pierden el tiempo conversando con el segundero.
Cada microsegundo encierra en el paso de su tiempo una verdad eterna, y su movimiento se manifiesta en todo el universo, solapando inquietudes que se mueven en segundos, vibran en minutos y circulan en horas.
El día antecede a la noche y la noche persigue al día, la primavera busca al verano y el verano corre al encuentro del otoño que musitando en el carrusel del tiempo espera paciente al gélido invierno, y así, sin descanso, circulan por el devenir de la rueda cósmica una sucesión de cambios que en nuestra propia piel notamos, y en nuestra alma añoramos, con la esperanza de que nazcan nuevas ilusiones, crezcan nuevos sueños, lleguen a su madurez nuestros pensamientos, decaigan nuestros fracasos y mueran nuestros miedos.
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