Por Rafael Núñez
El autor es el director de prensa de la presidencia y un destacado comunicador
En mi artículo anterior titulado "La Triste Historia de Blanquita", narré un hecho real acerca de un señor, cuyo nombre no usé por razones obvias, quien tenía una chihuahua que al morírsele le dio sepultura, cumpliendo con el mismo ritual como si se hubiese tratado de un ser humano.
El personaje que aludo organizó horas santas y asistió a la misa en la que inscribió a Blanquita su amada perra.
Lo narré con el criterio de estar ante un hecho insólito, periodísticamente interesante, contados los detalles tal como ocurrieron.
Claro está, utilizando nombres simulados de los actores principales. Lo hice apelando al derecho que tiene cualquier ciudadano a expresar libremente una información por un espacio que generosamente me cede el director del periódico, doctor Adriano Miguel Tejada, derecho consagrado en la Constitución de la República para todos los ciudadanos.
Decía en esa crónica el nombre de la parroquia y del sacerdote que ofició la misa: Parroquia Jesús Maestro y el sacerdote Guarionex Pérez Hernández.
Resulta que el pasado viernes, poco antes de las nueve de la mañana, recibí la llamada del sacerdote Catalino Tejada para insultarme sin dejar que me defendiera.
Con toda la cortesía y tranquilidad que él y cualquier ciudadano merece, le dije al pastor de almas que llamó, que me permitiera darle una explicación. Traté de razonarle en el sentido de que ni el sacerdote al que mencioné ni ningún otro padre envuelto en esas circunstancias, tiene la culpa de que a una persona se le haya ocurrido inscribir a un animal para una misa de difuntos.
Entiendo, y así lo defenderé hasta la muerte, que con haber contado eso, no hago daño a la Iglesia (mi iglesia) y a la que respeto desde la figura de su cabeza, monseñor Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, hasta el más humilde de los católicos.
Con toda la humildad que caracterizó a Jesús, mi único ídolo, entiendo que mi iglesia no puede sentirse ofendida por ello.
El sacerdote Catalino Tejada puede llamar para defender a su colega, porque este pudiera estar pasando por un mal momento (y si así es, le pido disculpas), pero no puedo aceptar en mi condición de ciudadano libre las advertencias del sacerdote.
Siento mucho que se haya desilusionado de mi persona, aunque sí me preocupa desilusionar a Jesús. Por los hechos es que se juzga a una persona, no por los prejuicios o lo que otro pueda querer insinuar maliciosamente.
Estando en una posición de poder o no estando en ella, los seres humanos nos ganamos enemistades gratuitas, pero hay que seguir adelante.
El decoro, del que habló José Martí, es algo al que aspiro tener toda mi vida, pero no estoy en condiciones de escuchar insultos ni advertencias sin razón.
El sacerdote Catalino Tejada, a quien no niego que pudiera tener sus motivaciones legítimas, erró al decirme que posiblemente quien suscribe aspirará en el futuro a un cargo electivo, momento en el que se me pasará cuenta.
Lamentablemente para usted, padre Catalino, no corro para ninguna posición y si así lo hiciera, tenga la seguridad que escribiera la misma crónica, en los mismos términos, sin temor a ningún mortal que habite el Planeta, sólo con el temor a Jesús, mi ídolo.
Todos los actos de mi vida, por convicción propia, reitero que los realizo sin intención de dañar. Si la crónica publicada el pasado lunes hirió la sensibilidad del sacerdote Guarionex Pérez Hernández, la de sus amigos y familiares, le pido excusas.
Ahora, la crónica es tan cierta como la existencia de nuestra Iglesia. Sacerdote Catalino, estoy orgulloso de mi origen y si algún avance como profesional y en el plano económico ha experimentado en mi vida, no se ha debido a que esté ligado a tráfico de drogas, peculado o cualquier otra actividad de la que mis hijos puedan sentirse avergonzados.
No puedo aceptar que el padre Catalino Tejada me llame para insultarme y advertirme, sin que tenga razón. Esa crónica, tal como fue escrita, la defiendo en toda su extensión y lamento mucho que el querido sacerdote no me haya dejado defender. Sólo me queda el consuelo de que tampoco a Jesús lo dejaron defenderse cuando lo llevaron ante Pilatos.
Rafael Núñez
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