¡Qué equivocados estábamos! Cuando comenzó el levantamiento en Túnez, la mayoría de los expertos –incluido yo– dijimos que el hombre fuerte del país, el presidente Zine el Abidine Ben Ali, la aplastaría y sobreviviría.
Cuando empezó la insurreción, no muchos apostaban por el derrocamiento de Mubarak.
Cuando de repente abandonó el país y las protestas se extendieron a Egipto, la mayoría de los expertos –incluido yo– dijimos que Egipto no era Túnez y que el hombre fuerte del país, Hosni Mubarak, la aplastaría y sobreviviría.
Pero las últimas semanas lo han puesto todo patas arriba y han llevado incluso a los más avezados observadores a preguntarse dónde va la región.
Estas líneas son sólo algunas reflexiones de un observador escarmentado.
La primera: la renuncia del presidente Mubarak y su salida de El Cairo no significa que la crisis egipcia vaya hacia una resolución temprana.
Al contrario, Mubarak simplemente ha descargado sus dilemas en los militares. Si pueden hacer un mejor trabajo y siquiera si consiguen retener lo recibido con cohesión está lejos de ser una certidumbre.
El "poder del pueblo"
Segundo: el éxito del "poder del pueblo" en Egipto es mucho más significativo para el mundo árabe que el que tuvo en Túnez.
Egipto es el más grande y poderoso estado árabe. Mubarak estuvo en el poder durante tres décadas. Su ejemplo ya ha electrificado la opinión pública por la región, donde prevalecen los mismos males: autocracia, corrupción, desempleo, déficit de dignidad.
El ejemplo de El Cairo ya ha electrificado la opinión pública por la región, donde prevalecen los mismos males: autocracia, corrupción, desempleo, déficit de dignidad.
Roger Hardy
Los autócratas cuyos servicios de seguridad son menores y más débiles que los egipcios son más vulnerables a los vientos de cambio levantados por la ira popular.
Los que tienen dinero para comprar a los disidentes, ya lo están haciendo. Los más pobres, como Jordania y Yemen, tendrán que pedir prestado para hacerlo.
Tercero: el impacto de la crisis en las economías de la región, en aspectos tan obvios como el precio del petróleo, el turismo o la capacidad para atraer inversión extranjera, ya ha sido muy alto.
Cuarto: la caída de Mubarak afectará a una gran cantidad de aspectos en Medio Oriente, como al proceso de paz árabe-israelí, la creciente influencia de Irán, la batalla contra el extremismo islamista. En qué sentido lo hará es duro o imposible de predecir.
Los miedos a las revoluciones islamistas no vienen al caso. La mayoría de la ola de disidencia actual parece impulsada más por sentimientos nacionalistas que religiosos.
Al mismo tiempo, los temores de que la crisis incline la balanza de poder regional a favor de Irán son prematuros. Teherán observa, no impulsa estos acontecimientos.
Lecciones
Finalmente, los gobiernos occidentales se quedan con una serie de dilemas políticos para los que no hay solución, al menos en el corto plazo.
Para Hardy, "los miedos a las revoluciones islamistas no vienen al caso".
El manejo de la crisis hecho por la administración que preside Barack Obama ha sido torpe. La Unión Europea lo ha hecho sólo un poco mejor.
Pero incluso si en su respuesta hubieran mostrado paso firme, la encrucijada hubiera sido la misma.
Occidente, durante décadas, ha hecho de la estabilidad una prioridad más alta que la democracia y los derechos humanos.
Replantear algunos conceptos es urgente mientras los políticos tienen que apresurarse a aprender las lecciones adecuadas.
La otra lección dolorosa para las potencias occidentales ha sido enfrentarse a la realidad de la poca influencia que de hecho tienen, incluso en países a los que dan generosas ayudas.
El dinero no te compra el amor. Ni cuando la suerte está echada te permite salvar a un aliado muy cercano de la ira de su pueblo.
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