Por Ricardo Rodríguez Rosa
Diariodigitalrd.com
Radhamés Fermín es un diputado pintoresco, poco común en nuestro país y quizás en muchas partes del mundo. La singularidad de este “representante” de la provincia de Santiago en la cámara baja radica en que invirtió millones de pesos para lograr la curul que ostenta, pero la que no ha ejercido justamente en los tres años que han pasado luego de su selección.
Se trata de un hombre que, a fuerza de duro batallar, logró establecer al través del tiempo conocidas empresas, lo que demuestra fehacientemente que se trata de una persona visionaria al momento de embarcarse en la difícil tarea de hacer próspera una acción económica.
Se trata de un hombre que, a fuerza de duro batallar, logró establecer al través del tiempo conocidas empresas, lo que demuestra fehacientemente que se trata de una persona visionaria al momento de embarcarse en la difícil tarea de hacer próspera una acción económica.
A papeletazos limpios accedió a la Cámara de Diputados, tras desempeñarse como concejal en el municipio de Santiago, pero resulta que increíblemente ha dejado al país sin sus servicios como legislador, sencillamente porque nunca ha puesto sus asentaderas en el confortable sillón que allí le reservó la historia política.
Lo extraño del caso es que, aunque Radhamés Fermín siquiera mínimamente ha justificado el cobro de su sueldo como diputado, religiosamente cada mes ha retirado el cheque. En otra palabra: para cumplir con su responsabilidad de legislador tres años después no sabe cómo llegar al edificio donde está ubicado el Congreso Nacional, pero para cobrar va derechito y de manera puntual.
Concomitantemente con sus responsabilidades privadas, Radhamés Fermín está lanzado a la calle al medio en Santiago, procurando ser candidato a síndico por el Partido Revolucionario Dominicano, pero ahora surge la inquietud de si podría disponer del tiempo necesario para ejercer el puesto de alcalde de esa ciudad, función de por sí exigente y complicada.
No sé cómo va él a convencer a los votantes santiaguenses para que sufraguen por su nominación (si finalmente la logra) cuando en el desempeño como diputado ha sido un verdadero fracaso. Si sus empresas no le permiten disponer de 20 horas a la semana para por lo menos sentarse en su curul, tampoco tendrá tiempo para reservar esa cantidad de tiempo al día para enfrentar y resolver los problemas de la municipalidad.
Lo lindo del caso es que Radhamés ha hallado en el presidente de la Cámara de Diputados, el también santiaguense Julio César Valentín, al único legislador que ha salido a defender su manera de comportarse ante el país, pues ha dicho que su colega no cumple con su rol porque no tiene tiempo, ya que se dedica al manejo de varias empresas y hasta de un zoológico.
La defensa de Valentín es inconsistente, si tomamos en cuenta que Radhamés poseía esos y otros negocios cuando fue electo diputado y, por consiguiente, nadie mejor que él sabía que no tendría tiempo para lidiar con esa nueva responsabilidad de legislador.
Algunos dirán que el pintoresco diputado ha donado todos los cheques a instituciones caritativas de Santiago, con lo que buscarían exonerarlo de cualquier responsabilidad moral.
Pero quienes así ven las cosas, olvidan que Radhamés ha estado repartiendo un dinero que no se ha ganado en buena lid, por lo que entonces está distribuyendo algo que moralmente no es suyo.
La infeliz defensa hecha a su favor por Julio César Valentín, acompañada del silencio cómplice de la inmensa mayoría de diputados, nos hace pensar que actúan de esa manera porque “entre bomberos no se pisan las mangueras y entre gitanos no se leen las cartas”.
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